Parte XIII.

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[ PARTE XIII ]
Sometimes I can treat the people
that I love like jewellery.


ARTHUR SE ENCONTRABA sentado solo en la mesa en su habitación. Frente a él, al otro lado del mueble, se hallaba el bolso de Merlin. Tres días habían pasado desde el secuestro del castaño, y todas las horas Arthur se las pasó arrepintiéndose de sus actitudes durante las pasadas dos semanas.

     Había enviado grupos de sus mejores caballeros para que buscaran por él y, ergo, encontrasen a los responsables de las emboscadas, pero no habían nuevas noticias que llegaran a los oídos del rey.

     —Sabes que vamos a encontrarlo, ¿verdad? —dijo Guinevere, apareciendo por detrás. Su suave caricia sobre los hombros de Arthur lo hizo estremecerse, aferrándose al tacto—. A él y a los responsables.

     —Lo sé —respondió Arthur, lo cual él quería creer con cada fibra de su interior—. Si me disculpas, necesito estar solo. Debo preparar nuestro siguiente movimiento.

     —No es problema. Si me necesitas, estaré recibiendo informes de los Caballeros en la Sala del Trono.

     Arthur asintió, y su esposa se retiró no sin antes plantar un beso en la parte de atrás de su cabellera. El rubio suspiró.

     Era tarde, y se sentía como un idiota. Fue ingrato y mezquino con toda la gente que no se merecía ese trato. Su estupidez llegaba al punto en que ni siquiera había ido a visitar a su propia hermana. Quizás debería hacerlo.

     El rey se levantó de su asiento con un suspiro y recorrió los pasillos del Castillo hasta llegar a los aposentos de Morgana. Seguían siendo los mismos de siempre, ubicados cerca del cuarto que alguna vez fue de su padre. Esa había sido decisión de Uther cuando Morgana había recién sido tomada como la protegida del Rey; era una medida de protección, había dicho él, para mantenerla a salvo por sus pesadillas.

     Cómo cambiaban las cosas.

     Iba a abrir la puerta, pero justo en ese instante una sirvienta cruzó la puerta.

     —Mi señor —dijo ella, haciendo una pequeña reverencia—. Lo lamento, no lo vi venir.

     —No te preocupes, Anna —respondió el Rey, con una sonrisa que no podía considerarse como verdadera debido al embrollo en el que estaba metido —. ¿Cómo se encuentra ella?

     —Mejor vea por usted mismo, mi Rey, que no me creería si se lo dijera.

     El susodicho asintió, y luego de respirar profundamente consiguió el valor mínimo para atravesar las puertas.

     Y como bien advirtió Anna, lo que le esperaba adentro le era difícil de creer.

     Morgana se encontraba sentada en una esquina, con las piernas abrazadas a su pecho; su cabello estaba enredado y desordenado y aún llevaba sus ropas de dormir puestas a pesar de ser pasado del medio día. Su mirada estaba fija —más bien, perdida— en algo frente a ella y había un plato de comida posicionado sobre su mesa de noche que Morgana no mostraba intenciones de tocar, el cual probablemente había sido traído por Anna antes de que se encontraran en las puertas de la habitación.

     Era una versión de su hermana que él jamás había visto. Ni siquiera cuando Gorlois falleció, que podría considerarse uno de los momentos más traumáticos de su vida, Arthur la había visto tan desdichada.

     —¿Cuánto tiempo lleva así? —preguntó en un susurro a la sirvienta, quien había entrado con él y se quedó a una distancia prudente.

TO THE SEA » merthurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora