Capítulo 2

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Era de noche, la luna estaba en su fase cuarto menguante, pero el sonido de los coches, las ambulancias y las patrullas aún se podía percibir en las calles. Muchos vecinos ya habían apagado sus luces, otros más todavía seguían viendo la televisión. Mati y su padre se encontraban despiertos, sentados sobre un sofá de dos asientos y con un café en las manos. Hacía mucho tiempo que no sostenían una conversación seria y más aún una en la que no estuvieran totalmente de acuerdo el uno con el otro.

—Sí papá, recuerdo que te dije que tenías derecho a rehacer tu vida, pero ¿por qué con una mujer campesina? No es que tenga algo en contra de ellas, pero no puedo aceptar el hecho de que te quieras ir a vivir con Claudia. Más porque deseas que me vaya contigo.

—No puedo dejarte aquí, todavía eres menor de edad.

—Así es, pero no soy un niño tampoco, creo que me puedo cuidar solo, aunque si quieres mi opinión, pienso que seria mejor que la trajeras a vivir aquí... ¿qué tiene de malo? No la voy a tratar mal.

—Eso no es lo que me preocupa, la verdad es que Claudia no quiere dejar las tierras y el ganado.

—Dijiste que tenía un hijo ya grande ¿no?

—No tan grande, bueno, tiene 17 años —esto último lo dijo después de rascarse ese bigote que había optado por dejar crecer debido a que una vez Claudia lo había elogiado, aunque en aquella ocasión él tan sólo había olvidado rasurarse.

—Es lo suficientemente grandecito para hacerse cargo del rancho o lo que sea —vociferó Matías mientras daba un último trago a su café.

—Cuidar de ganado y tierras no es una tarea precisamente fácil ¿eh?

—Si le ayuda el primo que dices que tiene considero que sería pan comido.

—Está bien, voy a ver qué puedo hacer para convencerla, después de todo tampoco puedo dejar la clínica —aceptó Alfredo—. Lo único que sí me gustaría pedirte es que en tus próximas vacaciones me acompañes a "Monte de los Venados" para que conozcas a Claudia, a su hijo David y a su sobrino Diago.

Matías estuvo a punto de replicar, pero sabía que sería un poco injusto para su padre, después de todo él ya había cedido ante una proposición suya, lo menos que podía hacer era aceptar visitar a esa familia, después de todo ¿qué tan difícil le iba a resultar vivir unos días en el campo?

...

Difícil no, imposible mejor dicho ¿cómo no lo pensó dos veces? Claro, lo habría hecho de haber sabido que su padre tenía intenciones de quedarse en "Monte de los Venados" tres semanas. Sí TRES, en mayúsculas, casi la mayor parte de las vacaciones que tenía. Y para su mala suerte coincidían con los días festivos de invierno como navidad y año nuevo. Cielos, tal vez lo único positivo del asunto era que seguramente iba a hacer frío, por lo que su piel no se iba a tostar con el calor, o como se suele decir por ahí "con la calor".

El viaje en autobús duraba ocho o nueve horas, menos si el transporte hacía pocas paradas o ninguna. Matías se había preparado como nunca. Estaba seguro de que el vídeo "Kit de supervivencia en el campo" que había visto en Youtube le iba a ayudar bastante. Pensaba así no sólo porque explicaba detalladamente qué clase de accesorios y objetos le iban a resultar de utilidad contra los bichos, el calor, el polvo, el lodo y el hambre, sino que también le decía cómo debía vestirse y cuáles eran los mejores métodos de entretenimiento para un viaje demasiado largo, además de pequeños ejercicios para evitar que los pies, los brazos y el cuello se entumieran. El único problema del vídeo era que omitía la parte de cómo armar una casa de campaña, según decía que no iba a ser necesaria.

—Me encanta tu entusiasmo, Mati —dijo Alfredo sarcásticamente mientras apretaba los mofletes de su hijo, al cual seguía tratando como un niño debido principalmente a que era "algo" pequeño y delgado.

Mati tenía 16 años, pero su estatura no era la que le correspondía tener a esa edad (medía alrededor de quince centímetros menos de lo que debería) y eso lo tenía un poco traumado. No obstante, había aprendido a vivir con ello siempre y cuando no se lo mencionaran, pero ahora aquello había ayudado a aumentar su malhumor que ya traía por el viaje.

La mayor parte del recorrido desde la ciudad hasta "Monte de los Venados" no fue tan mala, pues de alguna manera Matías logró acomodarse en el asiento del autobús para quedarse profundamente dormido. Lo demás lo aguantó leyendo un buen libro policiaco y comiendo golosinas.

Sofilupe, como él se refería a su mejor amiga, le había recomendado varias películas para pasar las vacaciones, además de haberle prestado unos cuantos libros de romance erótico que podrían hacerle no poder pegar los ojos durante toda la noche de lo picantes y adictivos que estaban con la única intención de ayudarlo a evitar dormir en la paja de los establos. También le había dicho que lo echaría mucho de menos y que quería que le llamara de vez en cuando para saber cómo está. Él había dicho que seguramente iba a estar incomunicado, debido a que tenía la idea (tal vez errónea) de que en los pueblos no había señal.

Cuando llegaron a "Monte de los Venados" una camioneta blanca de carga los estaba esperando. Una vez que David distinguió al actual "novio" de su madre, prosiguió a salir de la camioneta seguido de su primo.

—Bienvenido de nuevo, señor Alfredo. Mi madre me envió a recogerlos —dijo extendiendo el brazo para saludar y después dirigió su vista y su mano hacia el chico de ojos verdes y pelo negro—. Tú debes ser Mati ¿no?

—Sí, supongo, después de todo así me dice mi padre —Matías aceptó el saludo, aunque no le causara del todo confianza aquel chico más alto (quizá mucho más) que él, de pelo rubio ceniza, cuya piel era sólo un poco más oscura que la suya y cuyos ojos reflejaban frialdad y decisión.

—Bienvenido también —una sonrisa llena de malicia se dibujó en el semblante de David. ¿Qué tan divertido podría resultar espantar al aparentemente inocente Mati? Acto seguido se hizo a un lado para poder presentar a su primo, a quien ni siquiera Alfredo conocía en persona porque sólo había escuchado hablar de él—. Él es mi primo Diago, quien ha venido principalmente para cargar el equipaje.

Diago era sólo unos centímetros más alto que David, era un muchacho de ojos profundamente grises, de brazos que reflejaban el esfuerzo y el trabajo que ejercía en el campo propios de un joven de casi 18 años, y cuyo cabello castaño ya necesitaba un corte.

—Hola qué tal, ya sé que mi nombre es raro, muchos me lo han dicho, procederé a explicar su origen...

—El cual a nadie le interesa ¿de acuerdo? —terminó David un poco bruscamente.

—Está bien, lo siento. He venido para ayudar con el equipaje —Diago sonrió de manera abierta.

Poco después todos subieron a la camioneta: David al volante, Alfredo en el copiloto y Matías y Diago tuvieron que irse parados atrás junto a las maletas.

Eres tú a quien amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora