Capítulo 3

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Diago observó la expresión de preocupación de Matías en cuanto le dijeron que debía subirse a la parte de la camioneta en la que se solía colocar la carga.

—Hey, tranquilo, no te vas a caer, sólo tienes que agarrarte fuerte —dijo Diago mientras lo ayudaba a subir.

—Hijo, si quieres yo me voy ahí arriba —se ofreció Alfredo, pero David lo jaló de la manga de la camisa diciéndole:

—Déjelo, tiene que acostumbrarse porque de ahora en adelante tendrá que hacer muchos viajes en esta camioneta si usted decide quedarse a vivir con mi madre.

La intención real de David era provocarle miedo a Mati, como una medida para deshacer la relación que existía entre Alfredo y su madre Claudia, ya que, si ambos hijos no estaban de acuerdo, existía la posibilidad de que los padres se rindieran con el juego de los enamorados. Claramente porque para él no era más que un sentimiento pasajero. De esos que no son demasiado sólidos y que se pueden romper con facilidad. David estaba seguro de que Alfredo sólo quería a su madre para un rato, después la abandonaría.

—Estoy bien, padre, no se preocupe —después se giró para mirar a Diago—. Quiero creer que usted es mayor que yo, así que le agradezco mucho su ayuda.

—Cumplo 18 en febrero, pero si me hablas de usted me harás sentir viejo, aunque eso propiamente no me incomoda, sonaría un poco raro.

—No podría, sería como faltarle al respeto.

Diago soltó una carcajada que dejó un poco confundido a Matías, pues no encontraba el chiste en lo que acababa de decir.

—Haré que te acostumbres —dijo Diago mientras le revolvía el cabello—. Por cierto, Mat, ¿no tienes calor? Desde mi punto de vista ese saco se ve demasiado caluroso, ¿y qué me dices de esa corbata? ¿realmente era necesario traerla?

—Me gusta vestir de traje —sobre todo porque hace algunos años la persona que Matías admiraba le había dicho que el traje le lucía estupendo, y aunque no siempre andaba de traje, debido a los quehaceres del hogar, le gustaba dar una buena primera impresión a la gente que acababa de conocer—, y no tengo tanto calor.

Pero era mentira...

De haber sabido que incluso en invierno en los pueblos hacía mucho calor, habría optado por traer ropa más cómoda, porque claro que la tenía, sólo que lucirla no le satisfacía tanto como el elegante smoking.

Después de una charla que duró prácticamente todo el trayecto Mat, como se había acostumbrado a ser llamado por Diago, terminó por comprender que había cometido una terrible equivocación en traer sus mejores ropas al pueblo; pues podría ensuciarlas de la manera más extraña posible, ya que Diago le contó varias cosas (según él divertidas) que se podían hacer en ese lugar, pero todas terminaban casi siempre y de manera sospechosa en el suelo o entre tierra, animales y agua.

Mientras escuchaba lo que Diago le decía, Mat no había podido evitar observar con cierta admiración la belleza de aquel pueblo: el cual se componía de pequeñas casitas de colores adornadas con flores; de tres iglesias grandes con su característico estilo medieval, acompañadas de capillas y panteones; de una plaza con kiosco rodeada de puestos ambulantes, además de tener al lado un parque cuyo pasto colindaba con bancas de madera y con una tienda de helados; los caminos empedrados, las grandes montañas y los sembradíos constituían favorablemente aquella hermosa geografía; el agua de los ríos podía escucharse en la lejanía, al igual que el rebuznar de los burros, el canto alegre de los pajaritos y el "oing" de los cerditos. Realmente uno podía sentirse relajado en "Monte de los Venados" debido principalmente a que había muy pocos sonidos ajetreados, casi nada de contaminación y la naturaleza predominaba por sobre todas las cosas.

Antes de que llegaran a la casa de la señora Claudia, Mat se volvió hacia Diago y le hizo una última charla:

—A mí sí me interesa saber el origen de su nombre, aunque me suena más como a Diego.

—A decir verdad, es así. Su origen es una variante medieval de Diego, al menos esto lo dicen la mayoría de los textos, pero en otro leí que su origen es griego y que su significado procede del nombre latino Didacus, del griego didakh, que significa "profesor".

—¿Profesor? —aquella palabra resonó con fuerza en los oídos de Mat y provocó que su corazón se estrujara. En algún momento él había tenido un sentimiento que hasta la fecha se había empeñado en ocultar.

—Sí, aunque si te soy sincero, no soy bueno enseñando nada, o al menos eso es lo que me dijo David la primera vez que le quise mostrar cómo montar un caballo—. Hizo una pausa—. ¿Y cuál es el significado del tuyo?

—El mío lo eligió mi madre. Una vez ella me dijo que tenía origen hebreo y que significaba "regalo de Dios".

—Interesante, debía quererte mucho tu mamá.

—Sí eso creo...

Por fin habían arribado a la casa de Claudia, quien se había estado asomando desde hacía media hora desde el marco de la puerta ansiosa por la llegada de su amado veterinario. Una vez que Alfredo la observó, no pudo evitar sentir que su corazón latía demasiado fuerte, como si aquel sentimiento le hiciera volver a su juventud. Segundos más tarde, ambos padres corrieron a su encuentro y se dieron un caluroso abrazo que dejó no tan felices a Matías y a David.

—Claudia, te presento a mi hijo Mati, hijo te presento a mi prometida Claudia —Alfredo juntó las manos de ambos antes de que éstos pudieran hacerlo por sí mismos.

—Mucho gusto, Mati, me alegra demasiado que hayas aceptado venir. Pasa, siéntete como en tú casa —Claudia era una mujer hermosa de cabellera larga y ondulada, su piel aceitunada resaltaba fugazmente sus labios naturalmente rojos; Matías no quería compararla con su mamá biológica, pero ambas tenían los ojos de color verde claro, y aunque quisiera no había podido evitar ver en ella a la madre que alguna vez había estado a su lado.

—El gusto es mío, señora —como tal, Matías, no tenía nada en contra de ella, a decir verdad, le había parecido una persona bastante amable y lo suficientemente adecuada para aliviar el dolor del corazón roto de su padre.

Matías recordaba haber escuchado llorar a su papá todas las noches, repitiéndose una y otra vez qué había hecho mal para que Paula lo abandonara, claro, porque en aquel entonces, él aún no sabía que su esposa se había marchado con otra mujer y no con otro hombre. Haberse enterado de esto último le ayudó un poco más a soportar el abandono. Lo único que no podía perdonarle, era el hecho de haber dejado atrás también a su propio hijo.

Pasaron un buen rato charlando para conocerse mejor los unos a los otros y posteriormente, Claudia los llevó hacia las habitaciones en las que dormirían durante estas tres semanas.

—Supongo que tú te quedarás conmigo, ¿verdad, Alfredo? —dijo Claudia y él asintió con la cabeza—. Y tú Mati podrías... mmm —se quedó pensando en sí sería conveniente decirle que podría dormir en la misma cama de David, después de todo era lo suficientemente grande para ambos y como los dos eran hombres no tendría por qué haber problema.

Eres tú a quien amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora