A la mañana siguiente, no muy lejos de la casa de la señora Claudia se encontraba Cristina, quien platicaba con dos amigas junto al kiosco. Su mamá vendía pequeñas vasijas de barro en la plaza y todavía no había extendido su puesto, pero estaba a punto de hacerlo.
—Cristy, hija, ven a ayudarme por favor —pidió la mujer mientras empezaba a sacar de una caja las vasijas más pequeñas.
—Ya voy —respondió la joven de apenas 17 primaveras, rubia, alta, bella, pero con un aire egoísta—. Mi mamá es muy molesta ¿no les parece? —las otras chicas soltaron una risita cómplice aprobando de alguna manera su desdeñosa forma de ser.
Caprichosa y manipuladora, así era Cristina Robles. Una joven superficial nacida en el lecho de una familia humilde. Ella era la mayor de tres hermanos. Su madre Leticia hacía y vendía vasijas, su padre Anselmo se dedicaba de lleno al campo, y sus dos hermanos menores Luis y Arturo de 7 y 12 años respectivamente seguirían sus pasos. No obstante, el campo y la pobreza no estaban incluidos en el futuro de Cristina. Ella estaba harta de todo eso. Lo que ella aspiraba era la riqueza y la fama, establecerse en la ciudad y casarse con un hombre igualmente exitoso. Esa era la única razón por la cual ella había decidido continuar con sus estudios en la preparatoria, puesto que en el pueblucho en el que ella residía, sólo daban hasta la educación secundaria. Los estudios como tal la fastidiaban, sin embargo, sus notas eran asombrosamente altas. El motivo por el cual a ella le iba bien en las asignaturas era porque tenía dos amigas (esclavas) que hacían por ella cuanto ésta les pidiese y su promedio por ende se mantenía dentro de los mejores, como una chica inteligente, sin serlo verdaderamente en lo académico, pero sí en el ámbito de la manipulación.
Cristina estaba enamorada de un chico, para su desgracia (o no) el joven vivía en aquel pueblo también. Se llamaba David. Se habían conocido en segundo de secundaria y se habían hecho muy buenos amigos. Hasta el momento sólo ella había mostrado interés en él, tal vez porque era guapo y al igual que ella quería seguir estudiando la preparatoria. El único aspecto negativo que Cristina encontraba en él, era el hecho de que a David sí le gustaba vivir en el campo, amaba los animales y le encantaba cosechar las zanahorias y las papas que crecían en las tierras que le había dejado su difunto padre. David sabía que Cristina era caprichosa, pero no la consideraba mala como tal, además siempre estaba dispuesta a portarse cabalmente bien en su presencia, aunado al hecho de que iba excelente en la escuela, por lo que la consideraba una chica con deseos de superarse y de cumplir sus metas. Y vaya que las cumplía.
Cuando Cristina terminó de ayudar a su madre, se puso en marcha hacia la iglesia, pero no con la intención de entrar en ella, sino con el propósito de encontrase con David, quien siempre llegaba por ese lado. Ordenó a sus amigas que se desaparecieran, así lo hicieron ellas.
—Hola Davi, ¿cómo estás? Es una gran coincidencia encontrarnos por aquí —saludó Cristina, insinuando una sonrisa traviesa mientras se preparaba para saltar a los brazos del chico.
Acción que no había hecho porque se percató de la presencia de una persona a quien jamás había visto antes.
—¿No vas a presentarme a tu amigo? —preguntó mientras observaba a Matías con aire coqueto.
—Ah sí, es Mati, un conocido —respondió David fríamente.
—Mucho gusto, soy Cristina, pero puedes decirme Cristy —se presentó a sí misma. Pasó de largo a Diago empujándolo por el hombro como quien no quiere la cosa y se acercó a Matías para saludarlo con un beso en la mejilla.
—El gusto es mío, señorita —sonrió Matías, aunque no sabía si debía interpretar para mal el empujón que ella le había dado a Diago.
—Tus ojos verdes son preciosos y tienes buen gusto para vestirte —añadió la joven mientras usaba la mano derecha como peine para alisar coquetamente su cabello mientras lo miraba de arriba hacia abajo. El chico agradeció con un asentimiento de cabeza.
Matías había optado por volver a ponerse algo formal, pero esta vez, debido al calor que hacía, no se había puesto el saco, tan sólo llevaba su pantalón oscuro y su camisa blanca con dos botones desabrochados. Por su parte, David llevaba unos pantaloncillos cortos y una camiseta holgada sin mangas; y Diago unos vaqueros con roturas y una camisa de manga larga, la cual había enrollado hacia la altura de los codos.
Más tarde, mientras comían un pan con atole sentados en las bancas del parque, Matías se percató por completo del odio de Cristina hacia Diago, ya que no sólo había intentado tirarle el atole encima, sino que también lo había acusado con David de haberle pisado un pie, cosa que no había sucedido, pero que insistía en que sí. La razón de este desdén no era difícil de adivinar, no después de lo que había sucedido la noche anterior entre los dos chicos, aunque no había escuchado nada de nada porque se había quedado profundamente dormido, estaba seguro de que Diago y David "lo habían hecho".
Lo más sorprendente del asunto era que Diago no se molestaba en discutir con Cristina, simplemente le daba por su lado, haciéndola enfurecer aún más. Matías pensó que quizá él ya era inmune a todo lo que ella hacía o decía en su contra.
Pasó un poco más de tiempo y estuvieron hablando sobre cómo Matías había llegado al pueblo y de la relación que tenía su padre con la madre de David.
—Ay Davi, entonces Mati no es sólo un conocido, es tu futuro hermanastro, deberías estar contento de tener un hermanito tan lindo —dijo Cristina mientras apretaba las mejillas del chico, quien no sabia si huir de ella o aceptar sus afectos, ya que no era la primera vez que la joven intentaba elogiarlo.
En algún momento, a Matías se le había pasado por la mente de que ella estuviese interesada en él también, pero descartó la posibilidad al observar que después de todo estaba muy apegada a David.
—Bien, yo me retiro, tengo que alimentar a los caballos —objetó Diago levantándose. Se le veía un poco triste, tal vez porque David no hacía nada por quitarse de encima a Cristina y porque desde luego él sobraba en ese pequeño grupito.
—Ay sí vete que aquí nadie te lo está impidiendo.
—¡Cristina! —la riñó David, luego se volvió hacia Diago—. Más tarde te alcanzo.
—Yo también me voy —dijo Matías, comprendiendo que Diago iba hacia la casa de la señora Claudia y que tal vez lo podría guiar, ya que en un principio no se había percatado del todo cómo habían llegado hacia la plaza, desde su perspectiva habían dado muchas vueltas a través de las calles empedradas.
Matías no había ido a la plaza con Diago y con David porque hubiese querido, sino porque su padre lo había obligado, diciéndole que Claudia y él iban a hacer un viaje a otro pueblo cercano y que no podían dejarlo en la casa solo, además de que no había nada para desayunar ahí.
Claudia le explicó amablemente a Matías cómo era un día a día ahí en el pueblo. Primero habría que levantarse temprano (6 o 7 am), cosa que al chico no le afectaba en lo más mínimo. En segundo lugar, debían ir a la plaza para desayunar algo, ya sea un atole, un café, un pan, una guajolota (torta de tamal) o unas quesadillas sencillas. Como tercera actividad era indispensable alimentar a los animales. Más tarde podían elegir entre realizar diversas actividades como ir a bañarse al río o pescar, cosechar los vegetales que crecían en sus tierras (si era temporada claro), ir a la iglesia (si era principalmente Domingo), montar a caballo, dar paseos por la plaza mientras se saborea una paleta de hielo, participar en los eventos o carnavales del pueblo (si es que los había), realizar manualidades como vasijas y morrales, echarse una siesta en la maca o simplemente recostarse y observar la naturaleza, podían (si se requería) limpiar los establos y los lugares en los que estuviesen los animales, tocar algún instrumento como la guitarra. En la tarde podían comer al aire libre y en la noche no había nada mejor que observar el cielo estrellado y platicar con unos vecinos al sentarse fuera de las casas. La mayoría de las actividades descritas por la señora (futura mamá) Claudia, Matías ya las conocía debido a que Diago se las había contado cuando iban en la camioneta.
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Eres tú a quien amo
Подростковая литератураMatías se había acostumbrado a vivir solamente con su papá luego de que su madre se fuera de la casa. El tiempo pasa y su padre decide rehacer su vida al lado de una mujer campesina, la cual tiene un hijo tan sólo un año mayor que Matías. Una cosa l...