Capítulo 1

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Existen personas que, debido a la rutina, han dejado de utilizar un reloj despertador que los hiciera madrugar; como es el caso de Matías, quien se levantaba en cuanto abría los ojos, puesto que su cerebro, después de tener en cuenta la costumbre del chico, había empezado a actuar como despertador natural en cuanto el físico había dejado de funcionar por falta de pilas.

Mati, como le decía de cariño su papá, se puso las pantuflas azules que había dejado cuidadosamente al lado de la cama la noche anterior y antes de despertar a su padre, quien dependía de él para abrir los ojos, se dirigió hacia donde estaba el boiler para encenderlo. Consciente de que aún era muy temprano, hizo un poco de tiempo en el baño. Después se puso a lavar la ropa sucia y en cuanto terminó de tenderla toda, ahora sí acudió a la habitación de su papá para darle los "Buenos días", frase que solía utilizar como alarma.

—Cinco minutos más por favor —pidió Alfredo de manera somnolienta mientras enterraba su cabeza bajo la almohada, con el objetivo principal de cubrirse los oídos.

—No estoy programado para dar cinco minutos, padre, si no se levanta ahora no tendrá desayuno, ya se lo he dicho muchas veces —advirtió Mati con firmeza, y vaya que cuando decía algo lo cumplía.

—Está bien, ya voy.

—Lo estaré esperando en el comedor —Matías no sólo se había acostumbrado a hablarle de usted a su padre, sino que en general siempre se refería a las personas mayores que él con mucho respeto, sin importar que sólo fueran un año más grandes.

Tan pronto como llegó a la pequeña cocina, sus ojos verdes hicieron un análisis rápido sobre lo que podía preparar para el desayuno. Mientras revolvía clara de huevo en un tazón, pensaba en qué podría hacer después de que su padre se fuera, como era domingo no tenía clases, y siempre le sobraba tiempo puesto que hacía los deberes los viernes. Su padre, como buen veterinario que era, solía tener abierta su clínica todos los días desde las 9 de la mañana hasta las 9 de la noche, porque al igual que los humanos, los animales necesitaban ser atendidos en todo momento.

Matías Ávila tenía 16 años y acababa de entrar a la preparatoria. Vivía con su padre Alfredo en un apartamento, exactamente el que tenía el número 401. Era un joven ordenado, inteligente y responsable. Su mejor amiga se llamaba Sofía Guadalupe, a quien conocía desde la primaria. El chico tenía el cabello oscuro, los ojos verdes y sabía tocar el piano, pero también gustaba de las redes sociales como cualquier chico de su edad. Los libros policiacos y los de terror eran los que más leía, pero de vez en cuando y sólo por recomendación de su amiga le echaba un vistazo a otros géneros. Y si tuviera que ponerle un poco de drama a su vida, diría que su madre Paula los abandonó a él y a su padre para irse con Susana quien, antes de convertirse en la amante, era sólo una compañera de trabajo. Así es, la madre de Matías se dio cuenta, aunque un poco (demasiado) tarde, de que Alfredo no le gustaba, bueno, en realidad terminó por aceptar que ningún hombre estaba incluido dentro de sus preferencias sexuales. El hecho triste y tal vez lamentable del abandono sucedió hace tres años, por lo que Matías no estaba tan pequeño como para no comprender las circunstancias y volverse el prototipo de chico con un pasado oscuro.

—Mati, ¿no sabes dónde dejé mi bata blanca con el escudo de la garrita de gato? —preguntó su padre mientras corría de un lado para otro con los pantalones a la altura de las rodillas, lo cual le hacía mostrar su ropa interior masculina.

—Debido a que ayer por la noche usted la dejó tirada al lado del sillón, tuve que lavarla esta mañana por lo sucia que estaba. No se confíe de que friego el suelo todos los días, ya que el polvo suele aparecer en todo momento —respondió el chico con tono estricto, pero con cierto grado de respeto hacia el señor que le había dado la vida.

—Ya veo... tendré que llevarme la bata con la gallina.

Muchos vecinos daban por hecho que, debido al comportamiento de Matías, él era el padre como tal, pues no sólo había dispuesto reglas en la casa, sino que también solía llamar la atención a Alfredo cuando éste se comportaba como un niño. Esto último debido a que dejaba su ropa tirada por todas partes, se quejaba de la comida, solía andar en calzoncillos sin tener la más mínima vergüenza, dejaba siempre su habitación hecha un desastre y se rehusaba a limpiarla temprano. Lo único que lo definía como "un padre", era el hecho de que trabajaba para mantener a su hijo, aunque, a decir verdad, Matías ya había empezado a buscar un trabajo de medio tiempo para ayudar con los gastos, mientras tanto se había dedicado al estudio y al hogar.

Eso sí, Matías le tenía respeto a su padre y sobre todo admiración, ya que le parecía que lo que él hacía en su trabajo era demasiado genial, pues se dedicaba a salvarle la vida a los animales, ya sea con cuidados y prevenciones. Y no sólo protegía mascotas, sino que también había tenido que pasar días y noches en los campos revisando la salud de los caballos, cerditos, borregos, cabros, vacas y gallinas, lo cual para Mati resultaba ser algo de valientes. Lo que pensaría cualquier chico que se ha acostumbrado a vivir en la ciudad. Hecho que lo llevaba a no soportar los lugares en los que el calor era casi infernal, los bichos andaban a la orden del día, el polvo llegaba a ser excesivo, había muy poca tecnología, el olor a animales era común al igual que las duchas en los ríos, por no mencionar otros detalles. Y aunque sabía que en la ciudad había mucha delincuencia y el aire estaba más que contaminado, Matías no soportaría ni un solo día vivir en el campo. O al menos eso creía.

Mientras pensaba en ese tipo de cosas, ya había servido a su padre el desayuno (huevos con tocino y espinacas) y se había sentado junto a él para acompañarlo.

—Por cierto, papá, nunca le he preguntado dónde se hospeda cuando viaja al campo...

—En algún pequeño hotel, por supuesto —contestó Alfredo después de llevarse un pedazo de tocino a la boca.

—Eso pensé, pero si no mal recuerdo hubo una vez que usted comentó que en el pueblo llamado "Monte de los Venados", debido a lo pequeño que era, no había hotel, entonces ¿dónde pasó las noches en aquel lugar?

Dicha pregunta provocó que Alfredo se atragantara con las espinacas y comenzara a toser de manera descontrolada. Minutos después, había sido el jugo de naranja y un par de golpes en la espalda cortesía de su hijo lo que le había hecho tranquilizarse.

—Matías —dijo al fin— Esta noche tú y yo tendremos una plática muy seria.

Y vaya que iba a ser muy seria, sólo cuando se trataba de ese tipo de charlas, Alfredo llamaba a su hijo por su nombre completo. ¿Acaso era demasiado grave lo que tenía que decirle? Matías temía lo peor. Tal vez su padre quería confesarle que dormía en alguna banca de la plaza o sobre el pasto de algún parque, incluso era posible que le hubiesen ofrecido un lugar en la paja dentro de un establo junto a los caballos. Jamás había sentido tanta compasión por su padre, de haber imaginado que sucedería eso, le habría obligado a comprar una tienda de campaña.

Recordatorio para la próxima vez que visite el centro comercial "Elegir una tienda de campaña para mi papá".

Más tarde Matías se habría arrepentido de haber hecho tal pregunta, sobre todo porque la tienda de acampar ya no iba a ser solamente para Alfredo.

Eres tú a quien amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora