Capítulo 4

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Antes de que David y Matías pudieran replicar a la propuesta de Claudia, Diago apareció casi sorpresivamente por atrás y dijo que no le importaba dejarle su habitación a Mat y que él se iría hacia la pequeña cabaña que había construido con ayuda de su padre en la colina. Por primera vez en mucho tiempo, David había estado de acuerdo con su primo.

—¿De verdad puedo quedarme aquí? —preguntó Matías con timidez.

—Claro —respondió Diago y le cedió las llaves de la habitación—. Es pequeña, pero tiene una excelente vista ¿no lo crees? —esto último lo dijo mientras separaba por en medio las cortinas blancas que cubrían el paisaje envidiable que se podía observar a través de la ventana.

Claudia se llevó entonces a Alfredo para que se pudiera instalar y David simplemente desapareció.

—Sí, debo admitirlo —Mat se acercó y sus ojos miraron con asombro los sembradíos, los árboles y las montañas. Se quedó un buen rato ahí hasta que Diago se despidió. Quedó solo entonces.

La habitación lucía bastante sencilla, pero agradable. Estaba conformada por una cama cuyas sábanas y almohadas eran de color blanco, una cómoda de madera de seis cajones, una mesita de noche con una lámpara encima y un perchero colocado justo al lado de la puerta, el cual por supuesto, tendría más tarde colgado el saco de Matías. Nada mal por el momento, pero esto era sólo el comienzo.

Lo primero que hizo Matías después de haberse instalado fue tratar de encontrar señal telefónica e internet, sin embargo, fracasó completamente en el intento. Una vez que se dio por vencido, se acostó boca arriba sobre la un poco dura cama sosteniendo sobre sus manos su celular. Segundos más tarde, un zumbido pasó entonces cerca de su oído derecho y justo cuando se removió para espantar al insecto que provocaba dicho sonido, su celular cayó en su cara dejándole la nariz roja y adolorida. Matías se levantó para poder sobarse y decidió que abriría la ventana para que los zancudos se fueran y de paso refrescar un poco la alcoba.

Tan pronto como dejó entrar aire fresco a la habitación, sus ojos no pudieron evitar viajar hacia donde se encontraban dos personas. Enfocó bien la vista y se percató de que se trataba de Diago persiguiendo a David. Matías se preguntó qué estarían haciendo por lo que continuó mirando con curiosidad. Las cosas iban completamente normales hasta que Diago acorraló a David entre un árbol y su cuerpo. Aquella posición ya no parecía ser del todo normal, estaban demasiado juntos, parecía que incluso estuvieran a punto de besarse. Diago sostenía el mentón de David y lo miraba de manera extraña, David tenía el rostro enfadado, pero tampoco hacía mucho por alejarse de él.

Una idea fugaz y descabellada atravesó la mente de Matías: —¿y qué tal si éstos dos tienen una especie de relación?— Tan pronto como se dio cuenta de que su pensamiento estaba totalmente fuera de lugar, golpeó su rostro con dos palmadas en las mejillas, una en cada lado y se talló los ojos. —¡No! Imposible, ellos dos son primos, ¿cómo pude pensar eso? El calor me está afectando seriamente—, pensó, pero no pudo dejar de mirar. Sus mejillas estaban encendidas, se repetía a sí mismo que aquello era una locura por el hecho de que eran primos y hombres, no obstante, algo se movía dentro de él y le hacía sentir cosas extrañas. Siguió observando (espiando) y esta vez presenció que ambos chicos se abrazaban, pero no era un abrazo cualquiera, era un abrazo más apegado a lo romántico, aunque parecía ser claramente unilateral.

Ya había llegado la noche, las estrellas podían observarse con mucha más claridad, parecía como si hubieran más puntitos brillantes en aquel cielo que en el de la ciudad, no obstante, el cielo era el mismo en ambos lugares, sólo que era observado desde otra perspectiva y sin contaminación. Matías sabía dónde era la habitación de David y también sabía que él todavía no había llegado. Quizá seguía charlando con Diago, pero tal vez en otro lugar porque ya no se encontraban cerca del árbol donde los había visto hace algunas horas. La imagen de ellos dos juntos tardó mucho en abandonar su mente, dicha idea no la había podido apartar ni siquiera durante la cena.

—¿Suele llegar tarde muy seguido? —preguntó Matías de repente. Claudia y Alfredo lo voltearon a ver, sabían que se estaba refiriendo a David porque no se encontraba presente.

—A veces —respondió Claudia, pero no supo qué más añadir.

—Entiendo... —la sola idea de que Diago y David estuviesen haciendo algo "prohibido" juntos lo estaba volviendo loco, más allá del hecho de que fueran familia, eran hombres. Sí, HOMBRES, y eso ya era otra cosa, otro nivel, otro escenario. ¿Era acaso antinatural?

Son hombres, lo son. No deberían abrazarse así. Ni mirarse, ni estar juntos. ¿Pero por qué le incomodaba? ¿Por qué su mente había estado tan concentrada en eso? ¿Por qué tenía esa sensación extraña en su pecho? ¿Por qué la imagen de cierta persona aparecía en su mente?

Consciente de que ya le había dado demasiada importancia al asunto, Matías decidió distraerse con un libro antes de dormir. Sin tardar demasiado, eligió uno que se llamaba "Martín y Leopoldo" y era uno que le había prestado su mejor amiga.

Lo primero que se le vino a la mente al leer el título, fue que podría tratarse de dos amigos teniendo una gran aventura. Lo que leyó después lo dejó totalmente absorto.

No puedo, soy 10 años mayor que tú, debes saberlo.

No me importa, yo así le amo, quiero estar con usted, señor.

Leopoldo no pudo resistir más la tentación que aquel muchacho le causaba y como si se le fuese la vida en ello, plantó un suave y dulce beso en los labios de Martín.

Debió haber imaginado que su amiga solía leer ese tipo de libros. Por lo regular aquello no le había afectado, pero ahora todo era distinto. Ese sentimiento lo estaba invadiendo, absorbiendo, inquietando. Se venía un descubrimiento. Una aceptación de que tal vez y sólo tal vez se sentía bonito también amar a un hombre, de la misma manera en la que se podía amar a una mujer. Ahora incluso pensaba en si había hecho lo correcto cuando le dio la espalda a su madre el día en el que ella le pidió perdón.

Eran cerca de las 3 de la mañana, Matías se había enganchado con el libro de "Leopoldo y Martín" y había decidido continuarlo hasta acabarlo. Faltaban unas 7 hojas para su desenlace cuando escuchó pasos en el pasillo y el rechinar de una puerta al abrirse y cerrarse. Supo entonces que David había llegado, sin embargo, no había llegado solo. Segundos más tarde, otros pasos, quizá un poco más sigilosos, habían atravesado el pasillo hacia la habitación de David.

No podía ser otra persona más que Diago. Ahora lo comprendía todo. El hecho de que Diago le hubiese prestado su habitación y de que David estuviese de acuerdo era porque no querían que interfiriera en sus asuntos nocturnos. ¡Vaya qué incómodo! Iba a tener que escuchar sus cosas.

Eres tú a quien amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora