Capitulo ii.

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Esmeralda

La melena rubia de cierto joven aristocrático reposaba sobre el muro de color verde, al igual que su espalda, recostado en sofá debajo del marco del gran ventanal que había en su habitación. Su ojos grisáceos—igual que la ceniza—miraban por fuera de aquel cristal, observando el gran jardín que tenía debajo a sus pies, posando su mirada en el sin fin de arbustos diseñados y pavos reales que recorrían aquel vergel. Su mente se encontraba volando sobre las nubes mientras que una sola mano poseía una Knut jugando entre sus dedos con gran agilidad. Su mente se posaba sobre los recuerdos que presenciaba como viles películas viejas de su niñez. ¿Qué rayos pasó para poder perder aquella inocencia infantil que aún conservaba hace pocos años?

Recordaba de forma vaga como a sus escasos meses de edad fue presentando ante aquella persona que sería su padrino: Severus Snape. Aquel hombre que recordaba de porte recto y expresión severa, siempre vestido entre túnica negras y aquel largo cabello, que caía hasta sus hombros, igual de negros que sus ojos. Todo un terror de persona pero, cuando el heredero de los Malfoy llegó a la vida, Lucius Malfoy fue ante el hombre de las mazmorras a pedir que sea el padrino de su sucesor. Aceptó gustoso, claro, Severus era considerado como uno de los mejores amigos de el patriarca Malfoy, y viceversa. Así que cuando aquellos pozos negros vieron ante él una pequeña criatura, se sintió feliz, asegurándose que también velaría por sueños y permitirá su inocencia perdurara lo más que se pueda.

A sus escasos dos años de vida, tal vez no los recordaba, pero siempre podía echar un vistazo a los álbumes familiares. Recordaba ver las travesuras que lograba realizar con tan pocos años de vida. Justamente antes de tener cinco años, que para su padre era una edad suficiente para tener un porte aristocrático y empezar a inculcarle lo que a él le habían enseñado, cabía destacar que siempre se comportó como un niño debería de haberse comportado. Una pequeña curvatura en su labio apareció, una ligera sonrisa llena de ternura surcó en ese rostro, acompañado de una suave risa entre dientes, que hace horas portaba una gélida mirada. Las imágenes de su yo pequeño de 1-2 queriendo balbucear y golpeando con sus manitas la papilla que recibía. A sus 3-4 años llenando de barro la cara de su padrino, las cosquillas que recibía, la comida que le aventaba, las escapadas de él, todo lo recordaba en pequeñas película dentro de su cabeza. Claro, también recordaba fotos donde aquel pequeño niño jugueteaba con su madre, le mandaba caretas divertidas, salía huyendo desnudo por los pasillos por no tomar un baño o simplemente se dejaba consentir como el mimado que se convertiría por su padre. Y hablando del padre, de pequeño lo imitaba; su postura, su mirada, sus acciones, todo con tal de sacar una pose divertida para una foto, o eso pensaba su madre.

A partir de su quinto año de vida, y ni siquiera había disfrutado bien su última semana de la poca niñez que le quedaba. Su padre comenzó con clases de postura y corte, etiqueta y protocolo, conocimientos y practicas en estudios necesarios, pero lo más esencial—para su padre al parecer—era el conocimiento en las Artes Oscuras, convertirse en mortífago y ser el siguiente mano derecha del Lord Oscuro cuando retorne a la vida con todas sus fuerzas una vez que su padre cayera.

Fueron otros seis años de su vida donde la diversión de cualquier niño fue desecha. Su padre se encargó de convertirlo en la viva imagen de él mismo, y aunque a veces se ganara protestas por parte de su esposa ambos sabían que era un legado seguir con la tradición, sabiendo que antes e igual manera los Malfoy y los Black siempre servirían al Señor. El pequeño rubio aunque se sintiera temeroso—porque seguía siendo un niño—aceptó dicho y hecho, jurando lo que se avecinaba para él una vez preparado justamente a sus diez años de edad, sin saber las consecuencias que se avecinarían en un futuro.

A sus once años recibió la tan esperada carta de aquel colegio que pasaría siete años de su vida, justo como su padre. Una vez en sus manos, fue corriendo, alegre, como ningún otro, pero antes de doblar la esquina donde se encontraban sus padres cambió su gesto y se acomodó el pequeño traje que llevaba. Una vez entrando, mostró la carta, donde la felicidad cabía en su madre, quien lo felicitaba, llenaba de besos y abrazos, pero ganándose un asentimiento de su padre y unas palabras: "no me decepciones"

Y es que era cierto, había sido enseñado para ser el mejor en todo, y como Malfoy, no debía fallar. ¿Verdad?

Una vez listo en el Callejón Diagon, ya dispuesto a comprar lo necesario, sus padres lo mandaron a Madam Malkine a probarse sus túnicas mientras sus padres iban en búsqueda por sus libros y lechuza, aunque conociendo a su padre, sabría que tendría un alcón. El pequeño Malfoy, esperando, escuchó el tintineo de la campana sobre la puerta que indicaba la llegada de alguien más. Obviamente no alzó su mirada como un curioso Gryffindor haría, ni siquiera se inmutó. Escucho a Madame preguntarle al extraño chico si era de Hogwarts, a lo cual él respondió con un suave "si". Cuando sus oídos captaron que aquel chico iría al mismo colegio que él, alzo su mirada, demostrando la misma ceja alzada que su padre, pero fue más notoria al ver cuando su vista divisó al chico frente suyo, mostrando deje de inferioridad por lo que ojos grises veían. El chico, cual maraña tenía el pelo, negro hasta la raíz, su piel de un color acaramelado que era cubierta por unos trapos—remendados y sucia—llamados "ropa" que quedaban unas tallas más grande de la complexión delgada y pequeña que presentaba, y aquellos ojos esmeralda opacados por el vidrio pegado al armazón—pegados con cinta adhesiva—de las gafas que traía. Lo único que no se dio cuenta fue de la cicatriz en forma de rayo en su frente. Vaya descuido.

Como todo buen Malfoy, comenzó a alardear, a veces incomodando al chico frente suyo. Antes de que le entregaran la ropa al chico frente suyo, se presentó, ganándose un simple nombre: Harry. Y lo vio partir.

Una vez listo, yendo directo con sus padres a la estación 9¾, subió sus cosas y se sentó en el compartimiento donde le esperaban algunos amigos de su infancia—Parkinson, Zabinni y Nott—, como también se topó a nuevos integrantes. Lacayos inútiles—Crabe y Goyle—como pensaba bien, pero un séquito, era un séquito, ¿no?
Pero lo que se enteró más tarde fue que Harry Potter, el niño-que-vivió se encontraba en el expreso. Lo buscó, hasta que halló aquellos ojos esmeralda una vez—ahora junto a la cicatriz—pero lo vio con un Weasley. Le ofreció ayuda, sabiendo que podía estar mejor con él que con un pobretón, extendiendo su mano para que la estrechará pero fue rechazado, ganándose un odio y un dolor punzante en su pecho. Y juró vengarse, sutil pero doloroso, como buen Slytherin que era, justo como el sombrero había dicho en la selección.

Pero jamás creyó toparse con los actos heroicos que aquel mestizo causaría. Intentó humillarlo muchas veces, como en su primer, segundo, tercero y cuarto año desde que inició el curso pero jamás logró nada. Era obvio que dentro de sus locas hazañas siempre salía de ellas ganándose el título de héroe.

Sacudió su mente, negando ante el mar de recuerdos, sacando de su chaleco el pequeño sobre que hace una semana había recibido.

Herederos de HogwartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora