Capitulo iv.

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Rojo.

Desde hace unas semanas que le llegó una entrega de un pequeño pajarito demasiado energético. Parecía el mochuelo de su amigo Ron, Pigwidgeon, pero este en vez de ser marrón era grisáceo. Ahora, con el sobre en mano, una vez más se dio cuenta de la falta de remitente, viendo ambas caras intentando adivinar la razón de haber llegado hasta él, pero le resultó una vez más imposible. En su carta apareció el único indicio de algo misterioso y curioso, pero no menos importante al su parecer, ya que fue sellado mostrando una huella de perro. Aquel símbolo debería de pertenecer a alguien.

[Hocicos...] pensó.  

Y con la misma velocidad que llegó aquel pensamiento, fue retirado, negando mentalmente ante la mínima posibilidad de que fuera de él. Su padrino, aunque quisiera saber siempre de él—y viceversa—, no se podría arriesgar a enviar una carta que alguien podría interceptar por seguir siendo prófugo de la ley mágica y muggle. Y menos sabiendo a cuenta nueva que tenían el espejo de doble vía para comunicarse entre ellos a cualquier hora que ellos quisieran. Suspiró pesadamente, pasando una mano sobre su nuca y cuello; moviéndola ligeramente con un pequeño apretón. El pensar que podría ser una broma de mal gusto le incomodaba e irritaba, sabía que a veces podía llegar a ser demasiado impuslivo, despistado e inocente pero, jamás creyó que un día tendría atención de un completo—pero por completo—extraño, tanto de envío como remitente. Y que aunque quisiera usar hechizos para saber si era seguro no se podría por la norma que prohibía a los menor el uso de la magia. A veces pensaba que era absurdo, y más teniendo una familia de muggles, por si algún caso en especial de suma importancia llegara a aparecer y se necesitaría de hechizos para ayudar al mago o bruja que los requerirá. Pero bueno, viendo la situación horrible y el incompetente del Ministro de Magia, no podía hacer mucho.

Sabía que no era para tanto melodrama, sólo lo desconcertaba, pero al no haber recibido tan siquiera una misera carta por parte de sus amigos le dolía, y mucho. Con Sirius, sólo unos pocos comunicados pero al menos se mantenían en contacto, sabiendo que aun no se olvidaba de él. También, junto a aquellas cartas venían menciones de Remus, igual preguntando si se encontraba bien, también le alegraba eso. Saber, que aunque no tuvieran su custodia o no pudiera vivir con ellos, eran como unos segundos padres para él, su familia y más allegados a sus padres. Pero es que no sabía nada de nadie, ni de Hermione, mi de Ronald, la Señora Weasley—y toda demás familia—o tan siquiera Dumbledore. Hasta pediría ver las inexpresivas y arrogantes rostros de Snape o Malfoy, pero ni al caso. No podía culparlos, ¿quién quisiera cuidar a un engendro hormonal de 15 años?

Sin ningún tipo de delicadeza, ya que ni siquiera era la carta de la Reina de Inglaterra para invitar al té, comenzó a abrir aquel misterioso sobre. Encontró una hoja doblada acompañado de una bolsita de tela negro sellada por un listón rojo. Sabía, él sabía que sólo tendría una carta, una simple hoja, pero no creyó encontrar una bolsa que pareciera de joyería. Cuando sacó aquel pedazo de papel, no pasó tiempo para lograr extenderlo y ver la simple y pulcra cursiva sobre la hoja. 

Es mucho más fácil mentir que confiar. Se que no confiarás en mi, pero tampoco pienso mentir. 

Toma la joya que esta dentro del sobre y anda por los pasillos de tu colegio. 

Sólo tu lo podrás ver, pero que no te sorprenda cuando tu igual lo vea, ayudado por tu séquito. Ahí verás la verdad y la confianza.

Si no me crees, pruébalo. Tu familia y más allegados no lo verán. En cambio yo, sí, pero sólo soy un instrumento. 

—Nightjar

Aquellas palabras dejaron perplejo al niño-que-vivió. Sus ojos releían y releían pero no entendía a que se refería. No tenía sentido, ¡nada lo tenía! Era absurdo, le parecía un disparate. Aunque, pensándolo bien, nada tenía lógica con su vida, no aún. Por debajo de la nota, vio aquella firma—o seudónimo—proveniente del remitente de aquella carta dirigida para él.      

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