Capítulo 1

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Esta historia comienza en un instituto del centro de Madrid. En una de las aulas, el 3°B, habia silencio absoluto. Quizá eso se debiera a que todos los alumnos estaban haciendo un examen. Era una aula un tanto extraña: los alumnos estaban agrupados de tal forma que cabían dos personas por sillas, ocho por mesas y así toda la clase se distribuía en cuatro o cinco pupitres, en la villa de delante. Raro. Pero no todo son rarezas, locuras y demás cosas ilógicas sin sentido en la vida de los adolescentes, así que debe haber una explicación medio lógica... ¿no? Obviamente había alguien a quien evitar, la mente de un adolescente no es tan compleja cómo esto. El sujeto en cuestión llevaba sudadera negra -calavera incluida- , pantalones grises y cadenas, muchas cadenas. Su cabello, negro carbón, contrastaba con sus ojos, de un azul cielo, dotándole de un aspecto sombrío y atemorizante. De ni ser por el examen, el chico estaría jugando en su PSP, un cacharro que llevaba años con él, y escuchando música en su MP5. Nadie intentaba socializar con él, ni él intentaba socializar con nadie, claro está.

El examen paso rápidamente para nuestro protagonista y al terminar ese dichoso test, agarro su preciado aparato. La pantalla se encendía y sus dedos se movían -tecleando los botones correctos- a una velocidad de vértigo, sumiso en su mundo de tecnología. Una forma fácil, sencilla e incomprendida de desconectar de ésta basura que tenemos cómo mundo, si tan sólo... pudiera escapar...

-¡Jonathan!- el grito del profesor sobresaltó al joven -¿Qué haces con ese aparato de las narices? ¿Acaso estás copiando?

Obvio que el profesor le tenía manía, Jonathan no incumplía la normativa de la escuela -dejaban utilizar tecnología- y era imposible estar copiando con una consola que no tiene Internet. Además...

-Ya terminé el examen-respondió el chico. Aunque eso no bastaba con el profesor Manuel.

-Eso no justicia tu mala conducta, seguro que estás copiando -declaró el profesor.

¿Mala conducta? ¿Qué mala conducta? Jonathan no comprendía, aunque llegados a este punto, ya estaba acostumbrado a no comprender. Sólo comprendía que el mundo era cruel, cruel con él.

-Ya terminé el examen- volvió a repetir intentando ser frívolo, no quería qué se vieran sus sentimientos, ni hoy, ni nunca.

-¡Dame ese aparato!-gritó el cuarentón, Jonathan ya sabía lo qué quería, echando una hojeada a su reloj de pulsera observó qué no había nada de que preocuparse. Al fin y al cabo, sólo seguiría las normas de clase, ¿no?

-Como no me lo des...-comenzó a pronunciar el profesor.

«Tres»

-...te mando a...

«Dos»

-...direc...

«Uno»

-...ció...-Sonó la campana, que indicaba el cambio de clases, según la normativa, un alumno sólo podía ser mandado a dirección dentro de las horas de clase, en el descanso ode cinco minutos, todo profesor perdía sus poderes de...profesor.

El muchacho guardó sus cosas y se dirigió a la salida, dirigiéndole al profesor Manuel una simple, sarcástica y descarada sonrisa. Luego, finalmente salió con un aire misterioso, dejando un examen perfectamente hecho en la mesa del profesor, sin necesidad de trampa.

De hecho, ahora el joven caminaba tranquilamente por los pasillos jugando a Final Fantasy. Éstos enseguida se llenaron de adolescentes llenos de acné, pijas, pijos, canis, idiotas, populares-en peligro de extinción en España, por favor tengan esto en cuenta- y más tribus urbanas juveniles. Se subió la capucha de su sudadera y se sumió de nuevo en su mundo, tan así que no pudo evitar chocar con una chica, de tal forma que ambos calleron al suelo, podría ser bien el destino, que dos seres de la misma categoría social se encontrarán en esos escupidos pasillos de aquella manera. Sólo pudo sonreírle y pronunciar:

-¿Estás bien?

"Siento que debimos habernos encontrado antes..."

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