9. Vanguardia: Sobre el espíritu que renueva y protesta

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❀ Vanguardia


Dormir con aquellas palabras meciéndose en mi cabeza es imposible, lo sé cuando incluso con el pequeño radio bajo la almohada soy incapaz de relajarme. Solo pienso en él, en nuestro encuentro. El pacto recién confirmado con un apretón de manos me asusta tanto como me ilusiona. Me revuelvo entre las sábanas planteando mil escenarios propios de telenovela en mi cabeza: jugamos a corretearnos y bailamos bajo la luna como dos ninfas en vestido; me recita un poema romántico, promete permanecer a mi lado, suplica que espere por él cada verano hasta que vuelva... y creo finalmente que mis fantasías me torturan más de lo que me consuelan.

Suspiro. En mi pecho se aloja un sentimiento extraño; es una flor que arde, que duele cual si se quebrara en mil pedazos, pero que, al mismo tiempo... es muy dulce.

No logro reconocerlo.

En medio de un sueño intranquilo, despierto poco antes de las cinco, completamente decidida a llevar a cabo las siguientes acciones. Cambio mi ropa en silencio, uso un short con aspecto de falda negro y encima un blusón azul. Me perfumo con fragancia de rosas también. El cabello en una coleta desaliñada. Pronto, a través de la ventana, me encuentro con la figura que tanto ansío. Luce diferente portando pantalones de mezclilla y playera de rayas; no reconozco al Elías de siempre. En cambio, le admiro cual mancebo, como noble príncipe, y mi corazón late. Sonríe y saluda cuando me vislumbra también; yo comprendo su entusiasmo al haber hallado la torre donde yazgo princesa cautiva.

Me deslizo por los pasillos en pueril y torpe entusiasmo. Es como si estuviese a punto de cometer una travesura; me siento entregada, ansiosa. Cuando salgo, cuidando el mantener los pies de gato, noto que su sonrisa traviesa oculta el secreto de las estrellas. Monta una bicicleta que no le había visto antes y me invita a seguirlo con la mía. Andamos entonces hacia su barrio, aún en el viento helado, bajo los matices oscuros del cielo. ¡La ciudad luce tan distinta, tan vacía a esta hora! Observo a Eli. Sus intenciones se mantienen ocultas, pero aquella mirada noble y alegre cuando voltea a mirarme disipa cualquier mala sospecha.

Nos detenemos a tres cuadras de su casa en un barrio de clase media. El cuerpo liviano se apea, y anda veloz hacia el vitral de una vivienda en tonos ocre. Dice entre susurros:

—Esto que haré debe ser lo más rápido posible. Si ves que alguien se acerca, dímelo. Si requiero uno de los materiales de mi bolso, me lo pasas, ¿de acuerdo?

Yo asiento, detrás del remordimiento de conciencia como cómplice de un acto delictivo, orgullosa por servir al ángel de boca herida. Él comenta que es una venganza a su principal acosador. Esta ante mis ojos es su casa, y hará sobre ella una pintada. Primero dibuja con maestría una silueta, utilizando solo dos aerosoles. Poco a poco le reconozco como un ornitorrinco nadando en el universo. Mientras le da forma, salpica e interviene también con otras pinturas, yo le pregunto en susurros:

—¿Y por qué un ornitorrinco?

—¿Y por qué no? —replica juguetón; cuando se enfrenta a mi expresión insatisfecha, resuelve mi duda—. Uh... el ornitorrinco lo es todo al mismo tiempo —sonríe. Guarda silencio unos instantes, dudando y escogiendo las palabras correctas para una segunda línea—. Y yo también lo soy, sin avergonzarme, por naturaleza... pero eso es lo que la gente no comprende.

Supongo que mi rostro confundido lo motiva a seguir hablando. Yo admiro sus cabellos purpúreos bajo el sol que él se esmera por retirar para no mancharlos de azul.

—¿Sabes por qué uso faldas? —Ante mi penosa negativa, continúa—. Porque hace calor y son muy frescas. Yo no tengo problemas con mi cuerpo ni deseo aparentar nada más. Es decir, no lo hago con intenciones de travestirme... porque no creo en primera instancia en los géneros. La sociedad no debería determinar lo que un hombre o una mujer puede hacer o no.

Yo vagamente lo comprendo.

—¿Sabes qué me gusta de Gonzalo? —De alguna forma, intuyo que se trata del muchacho gatuno—. Su lunar cercano a la boca. Si ese lunar yaciera en el rostro de una joven, creo que la besaría también.

Yo lo dejo hacer, hablar, mientras me revuelve los conceptos y me angustio por la creciente claridad de la mañana. Lo presiono. Él asiente. El rubor de mi rostro es incontrolable; creo que Elías comienza a hablarme como si fuese su amiga en verdad. El resultado en la pared es muy simpático, como una caricatura. Cuando termina, se acerca a mí para dibujar con sus dedos manchados un corazón en mi pómulo izquierdo, mientras pronuncia unas palabras que permanecen mucho tiempo en mi memoria.

—Escucha a tu profesor: todo buen arte, Cristina, en su momento es trasgresor. Aunque después se vuelva canónico, cuando surge debe ocasionar una ruptura, ¿entiendes? —Sus ojos como la miel se fijan en los míos—. En esta ocasión me he portado mal; no por mi ornitorrinco protestante, sino por involucrarte. —Y de pronto, en contra de todas mis expectativas, me abraza con suavidad. En su corazón existe una calidez fraternal. Pierdo el aliento, yazgo de pie sobre nubes—.  Te pido una enorme disculpa. —Despacio, me suelta—. Sin embargo, debes prometerme que tú tampoco callarás las injusticias. Tu voz es escrita, y vas a continuar con ello... ¿cierto?

—Sí... —Por poco sin aliento soy apenas capaz de hablar.

—Mis pseudo-clases de arte servirán de algo, ¿cierto?

Asiento con fuerza, con decisión. Él ríe.

—Perfecto. Entonces vámonos antes de que nos atrapen.

Y así nos perdemos en la acuarela del amanecer, con un lazo de complicidad. Su silueta iluminada permanece grabada en mi memoria tal como las gotas de pintura que salpicamos en la banqueta.

Sobre el despertar de la sensibilidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora