2. Musa: Sobre la voz que canta a través del artista

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Musa



El timbre repiquetea y alivia mis ánimos agotados. Liz ha faltado a clases, por lo que solo acompaño a Paulina al salir del salón. Ella camina adelante mientras yo tomo su mano húmeda y la sigo. No para de hablar sobre su nuevo vestido blanco y la banda de rock que le gusta. La escucho. Le observo. Envidio la soltura de sus formas a cada paso, aun cuando porta el uniforme. Es primavera y el sol febril del medio día cae directamente sobre la esplanada. A pesar de ello, yo conservo el suéter puesto, pues mi cuerpo a medio desarrollar me avergüenza. Más niña que mujer, prefiero ocultar mis tiernos pliegues para no sufrir la burla de mis compañeros. A cambio, el sudor escurre por mi frente. De igual forma, en Educación Física me vuelvo el eterno hazmerreír.

Cuando llegamos al portón, la larga coleta negra de Paulina se balancea de un lado a otro debido a la agitación de nuestra marcha. Pienso en una serpiente entre flores. Ella usa perfume de rosas, lo sé porque la he visto goteando suavemente la esencia en sus muñecas, y posteriormente en su cuello. La ninfa se asoma a la calle y sonríe juguetona al toparse con una mirada cómplice. Se despide de mí agitando su mano derecha y avanza hacia la esquina de la cuadra. Yo me recargo y observo mientras chupo una paleta de fresa que he guardado en el bolsillo del suéter desde el receso. Sigo las livianas pisadas de mi amiga, a quien las calcetas se le deslizan por los tobillos. Envidio en silencio sus piernas largas y carnosas. Blanca, briosa, Pau se encuentra con aquella persona que siempre le acompaña.

Sonrío a mis adentros. Hoy es él. Le veo recargado, aguardando. Ambas figuras se parecen tanto. La piel lechosa, la estructura larga y recta....

Un par de compañeros se asoman y hablan entre ellos. Al notarme presente, inquieren.

—A ver, Cristina, dinos la verdad. ¿Paulina tiene hermano o hermana? —El moreno me mira con insistencia.

Yo me encojo de hombros. En realidad lo desconozco.

—¿Cómo que no sabes? Eres su mejor amiga ¿no?

—Eso creo... —vacilo en mi respuesta, sin apartar la vista de los hermanos (¿hermanas?) Durand partiendo en sincronía. Sin poderlo evitar, mi pie derecho se balancea despacio, coqueto. Las hebras de la silueta enigmática brillan en los tonos de la vid y vuelan con el viento. Creo que es una imagen muy poética—. Tampoco se lo he preguntado. Pero creo que me daría las mismas respuestas que a ustedes.

—A mí se me hace que es vieja —comenta el segundo, comiendo con los dedos un mango que escurre en jugo y picante—. Solo que es marimacha.

—Ay ¿pero no le has visto las piernas? Las tiene como de jirafa. Es bato.

Yo escucho en silencio cómo ambos discuten el sexo de Eli, como suele llamarle Paulina con tan evidente afecto en los labios. La actitud hueca que mantienen me aparta de su mundo. Son demasiado prosaicos para mí. De hecho, molestan como la mosca que suele ahuyentarse del frutero.

Mientras aguardo la llegada de mi madre, me siento en una banquita cerca de la entrada y suspiro. Ciertamente, no puedo culpar del todo al par de insensibles almas por sus comentarios de inferior intelecto. El misterio bajo aquellos ropajes holgados resulta intrigante. Espalda delicada, cuello largo, facciones finas, hilos suaves que se desmayan y besan apenas los hombros; labios rosas naturales y brillantes ojos livianamente rasgados. A veces porta flores en el algodón y horquillas entre las hebras; otras, cadenas y cuero. No lo comprendemos. No, yo tampoco... yo menos, supongo. Quizá somos demasiado jóvenes para ello.

Mientras tanto, mantengo la magia de la ambigüedad. No puedo decidir qué idea excita más mi ánimo, sobre todo con la influencia del filme recién visto susurrando a mi oído. Observo a través de la celosía los árboles de la alameda, con una fantasía precoz en la cabeza.

A veces me gusta creer que Eli es Elizabeth.

Sobre el despertar de la sensibilidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora