7. Proporción áurea: Sobre la divinidad en la naturaleza y en el arte

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❀ Proporción áurea



Y si mis visitas se contaban como dos por semana, a partir de entonces son diarias, aunque algunas reducidas a lo efímero. Creo mi presencia más constante que la del joven gatuno y sin nombre, a quien solo veo un par de días merodeando cerca con sus pasos de seda. Por él experimento una especie de admiración celosa; ¿es eso envidia? No importa realmente, porque yo soy dueña de las principales atenciones de Elías. Sus ojos como la miel sufren un mayor desgaste mientras lee e intenta transmitir sus conocimientos. Yo aprecio su cálido esfuerzo.

Acudo a las clases siempre pulcra y puntual, portando una libreta de mariposas doradas y una pluma de tinta azul; algún día, las gafas con marco de corazón. Paulina solo es capaz de soportar tres sesiones, pues pronto decide que somos un par de aburridos y nos abandona por las cuerdas de su guitarra. A un lado, con su amada en el regaso, interpreta And I love her de The Beatles. Mientras tanto Elías, conocedor de mis aspiraciones a la escritura, decide mezclar sus temas con la literatura en cuanto toquemos las corrientes artísticas e intelectuales.

Hablamos sobre la compleja labor que implica definir el término «arte», sus características y formas. Comprendo que se trata de un producto humano, dirigido a la expresión de ideales y emociones, así como que yace siempre relacionado con una función estética. Sin embargo, no todo el arte es sinónimo de belleza. No todo arte debe ser hermoso. Algunas obras mantienen la intención de incomodar, escandalizar, y no por ello son despreciables. Después de todo, Elías explica que las artes son una refracción de la realidad... no un reflejo, como sostienen algunos teóricos. Dado a que surge desde un sujeto, la objetividad resulta vana e imposible. Debido a ello, es absurdo definir con precisión lo que se reconoce como arte y lo que no.

Me presenta al canon como aquellas pautas establecidas por quienes yacen allá y no acá; la academia, los críticos, el poder. Esto se presta al clasicismo, al purismo. Después hablamos sobre la vanguardia, aquella que busca romper con las pautas del movimiento surgido previamente. Es el grito de rebeldía, el anhelo de la renovación. Los incomprendidos en su momento.

Y, sin embargo, estamos destinados a siempre repetir los ciclos. 

Elías termina hablando sobre la percepción personal. En un mundo donde las definiciones son imposibles, al final de cuentas, arte es lo que el espectador percibe como tal. Ahí aprovecha y comenta sobe la experiencia estética, aquellas emociones sublimes, imposibles de describir, sufridas ante una obra. ¿El corazón se estremece ante un hermoso violín? ¿Las ansias invaden ante la escena horrenda de un cuadro siniestro? Es eso. Y si nos vamos a mayor intensidad, entonces yace el síndrome de Stendhal. ¡Ah! La gente que llora, grita, suda e incluso se desmaya debido a una fuerte experiencia estética.

Con estas ideas en mente, ando entonces por la calle enmarcando entre mis dedos lo que yo considero arte. Arte es la película que me sacudió la visión amorosa con sus mujeres de largos cuellos y planos veraniegos, arte son las canciones improvisadas del chico de la guitarra en el Centro, la galería de estructura extraña con brillantes colores... arte son los retratos que nacen de las manos de Elías, aunque él lo niegue entre risas.

Cada día obtengo un conocimiento nuevo que incluso ahora agradezco haber adquirido entonces, aunque fuera superficialmente. Elías muestra emocionado libros con ilustraciones de arte griego; me hace memorizar los órdenes arquitectónicos e identificarlos. Mientras me baño en la mañana, me recito a mí misma: dórico, jónico, corintio, dórico, jónico, corintio...

Un medio día llego con el entusiasmo de la proporción áurea, con sed de un nuevo dato, un nuevo roce. Saludo a la mujer de largos vestidos elegantes con una amplia sonrisa, paso por la habitación de Paulina y la observo demasiado concentrada en las cuerdas como para interrumpirla. Busco la silueta admirada, y me topo con que se encuentra regando el jardín trasero. Me acerco cautelosa, por miedo a espantar al ave inocente y pulcra. Le veo difusa entre las flores, bajo una luz única e irrepetible en la vida; entonces no lo sé, pero me hallo ante un cuadro impresionista de profunda belleza.

Al notar mi presencia, invita con la mano amable a su encuentro. Mi corazón se acelera. Yo ando feliz en su dirección. Me muestra las flores, acaricia los pétalos. Habla con gran elocuencia y fascinación sobre pigmentos que solo él comprende, pero que debido a su forma de mencionarlos, con almíbar en la boca, me resultan sublimes.

En un impulso travieso, muevo su mano de modo que se salpica con agua y la bambula se humedece. Él, riendo, me moja de igual forma y así comenzamos a jugar. Después de varios empujones veloces, tira la manguera y sale corriendo tras de mí, pueril, buscándome para atacarme con cosquillas. Mi corazón late violentamente, felizmente; la falda vuela con movimientos agraciados. Entre gritos y risas, arbustos y aves, Elías se tropieza con una piedra y cae sobre el pasto húmedo. Yo ataco con cosquillas al cuerpo vulnerable, huesudo, que se retuerce en feliz nerviosismo, hasta que... lo veo.

Es un detalle que me había pasado desapercibido.

Noto su estructura. Noto, aunque de forma velada, el secreto bajo la bambula. En uno de sus movimientos de piernas doradas, percibo el centro de sus placeres.

Y solo entonces me tranquilizo y le suelto, o mejor dicho, me retiro asustada.

Comprendo en forma de epifanía que Elías es varón, ya con toda la carga sígnica que esto conlleva, más allá de su belleza y confidencialidad femeninas.

Aquel incidente me mantiene pensativa por varios días, sin adivinar cómo un corazón de ninfa puede convivir con una manzana de Adán en el mismo cuerpo sin perder la armonía. Deben ser las divinas proporciones.

Sobre el despertar de la sensibilidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora