Caídos del mapa

Capítulo 6

La luz término con la pelea.
-¡Fah! ¡Esto está lleno de cosas!- dijo Fede, y se abalanzó sobre unas cajas, un poco para ver qué tenían y otro poco para que las chicas no le siguieran a pegando.

Fabián había quedado de otro lado de una montaña de cachivaches apilados. Más allá, donde no daba la luz, el sótano seguía y podían ver sombras de objetos. Pero ninguno se animó a ir. Con lo que tenían adelante podían entretenerse una semana.

Cajas y cajones con carpetas amarillas cubiertas bajo tierra y telas de araña. Las de abajo, bien apiladitas, las de arriba, tiradas así nomás y bastante revueltas.

Restos de cartulina sin color que en algún momento otros chicos como ellos habían dibujado: aparatos digestivos, germinaciones, llanuras pampeanas y gallinas con pollitos.

Mapas gastados y alejados donde el mar y la tierra se confundían en un gris sin relieves. Escarapelas blancas, que alguna vez habían acompañado un 25 de Mayo. Bancos con otras historias, ya sin patas o sin tablas. Sillas de alguna Dirección anterior.

Un tocadiscos al que todavía se le escapaban las estrofas de Aurora. Una pila de discos de pasta. Más cajas. Más papeles con historias atadas con piolín. Un inodoro roto. Guirnaldas sin brillo de viejas fiestas. Los restos de un micrófono.

Los chicos iban de una cosa a la otra, más mirando que tocando, porque no era cuestión de entrar en confianza con las telas de araña así porque sí. De pronto una lechuza apareció gritando por la ventana chueca de un teatro de títeres destartalado. Las chicas también gritaron y cayeron sobre una pila de carpetas. Y Federico se volvió a reír. Había encontrado a la pobre lechuza embalsamada y sin patas en una caja.

-No se asusten, amiguitos- dijo Federico con la voz ronca de la lechuza-, soy el espíritu del sótano.
-Serás castigada por el espíritu del sótano... ¡UAHHH!- amenazó Federico con voz de terror, saliendo de atrás de teatrito, lechuza en mano, para abalanzarse sobre Graciela.

-¡Sacá ese bicho inmundo!- gritaba Graciela mientras corría perseguida por Fede y la lechuza-. ¡Salí! ¡Qué asco!
-Busquemos a ver si hay más- propuso Fabián que no quería quedarse afuera del juego.
-¿Para qué usarían ese lugar?- preguntó Paula.

La pregunta les quitó el buen humor.
-Acá encerraban a los presos y dejaban que se los comieran las ratas- le contestó Fabián guiñandole un ojo a Federico.
-¡Uy! ¡No empiecen otra vez con eso!- les pidió Graciela.
-En serio- dijo Fabián muy serio-. Yo lo escuché a Ramón decir que la escuela estaba llena de túneles y de sótanos que usaban para esconderse.

-¿Quiénes?- preguntó Paula.
-Qué sé yo quiénes- se rió Fabián-. Hace como cien años.
-¿Y todavía puede quedar algún esqueleto?- insistió Paula.
-Nena, ¿te parece que en cien años no barrieron nunca?- le dijo Fede mientras acariciaba su lechuza.

A Paula no le pareció gracioso. Historias de aparecidos y desaparecidos se le mezclaban en la cabeza. Cuentos de espíritus que venían a vengarse de los vivos. Historias que había escuchado de gente que a la que la venían a buscar a su casa y se la llevaban no se sabía adónde, ni quienes, pero que no volvían nunca más.

-A lo mejor este lugar lo usaban para esconder a los desaparecidos- sugirió con la voz temblando.
-¡Ay, nena! No digas pavadas- le contestó Federico. Paula era un genio para arruinarlo todo.

-No son pavadas, nene...- le dijo Graciela- mi tío desapareció.
Sonamos, ahora también Graciela se ponía dramática. Fede levantó su lechuza y se fue haciendola volar y gritar a la otra punta del sótano. Fabián lo siguió.

-¿Vos lo extrañas mucho?- le preguntó Paula a Graciela.
-Yo no lo conocí- le contestó Graciela-. Mi papá me mostró fotos, nada más.
-¿Vos no habías nacido?- Paula quería saber todos los detalles. Le parecía increíble que esto le haya pasado a su amiga.
-No- le contestó Graciela de mala gana.