Capítulo 13

621 25 6
                                    

  Fabián y Paula se dieron la mano. Esto es como en los cuentos, pensó Paula, viene un hada y hace que los sueños se hagan realidad. Y se imaginó vestida de novia , de la mano de Fabián, mientras todos la aplaudían.

 En realidad, los que aplaudían eran Graciela y Federico divertidísimos con la idea de casarlos, mientras buscaban en el sótano trapos viejos para disfrazar a los novios.

  Miriam había quedado asomada al teatro de títeres como un muñeco abandonado. Todavía  tenía la carta rota apretada en  la mano. No entendía por qué hoy todo le salía mal. En vez de lograr que Paula pasara un papelón, había hecho que se metiera con Fabián. ¡Bah! ¿A ella qué le importaba? Fabián era un tarado. Enanito y con anteojos. Nunca le había gustado, ni siquiera para molestarse. Si hubiera sido Federico, era otra historia. ¡Ya está! Si podía amigarse con Fede en el sótano, quizás, a lo mejor, después le daba bolilla.

 Se acercó adonde estaba Federico en el sótano.

-¿Querés que te ayude?

-No, salí.

No iba a ser fácil.

-Fede...- insistió Miriam- le estuve pensando y no voy a contar nada.

-Gracias, che- le fijo Fede- vos sí que sos copada. ¡Más bien que no vas a contar nada, porque si contás, te revientan a vos también!

-No voy a contar nada porque no quiero perjudicarlos- le dijo Miriam.

-¿Y qué me vas a pedir a cambio?- preguntó Federico sin dejar de buscar.

-Ser del grupo de ustedes- dijo Miriam.

-Eso no lo sueñes, nena.

  Miriam le dio una patada al cajón que revolvía Federico y se alejó. ¡Idiota! ¿Quién se creía que era ese tarado? Ella había ido a hacer las paces, pero si querían guerra, iban a tener guerra. Miriam veía como los chicos corrían de un lado a otro, revolviéndolo todo para buscar ropa o algo que se pareciera. El juego del casamiento le parecía una estupidez, cosa de nenes de primero. ¿Para eso habían venido al sótano? ¿Para hacer una pavada que podían haber hecho en cualquier lado?

  Lo que Miriam no sabía era que eso de casarse en el sótano ni era una pavada ni podía ser hecha en cualquier lado. Solo ahí, fuera del mapa de la Foca, Paula se había animado a escribir esa carta. Sólo ahí, donde nadie pudiera encontrarla, su mamá y su papá no llegaban. Y sólo ahí, lejos de las miradas burlonas, de las cargadas, amparado por su amigo, Fabián se había atrevido a ver a Paula y darle un beso. Ahí en el sótano, Paula no era una "tontita" y Fabián no era un "aparato": ahí en el sótano Paula y Fabián eran PAULA Y FABIÁN con mayúscula y adentro de un corazón de tiza.

Graciela, que si de de ropa y disfraces se trataba siempre tenía buen ojo, ya había encontrado el traje de novia. Le puso a Paula una alfombra horriblemente sucia y apolillada alrededor de la cintura se la ató con una soga: ya tenía vestido largo. Una sábana vieja, con manchas de pintura celeste y gris que seguramente había cubierto algún escritorio cuando pintaron la escuela, le sirvió de tul para la cabeza, también atado con una soga en la frente. Paula parecía un árabe después de atravesar el desierto en medio de una tormenta de arena. Cuando caminaba despedía una nube de polvo sucio. En la mano llevaba un bollo de papel crepé desteñido, tan gris como el resto de su vestuario. Con el mismo papel, Graciela se había encontrado unos collares, y tenía la escarapela que antes había encontrado Miriam, puesta de sombrero.

  El pobre novio tubo menos suerte. No había nada que pudiera parecerse a un traje. Tuvo que conformarse con una corbata de papel que se enganchó a la remera (y que se le caía todo el tiempo) y un gorrito de granadero que encontró tirado y abollado, pero que, al menos, estaba sano.

Caídos del mapaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora