Toris dejó escapar un suspiro nervioso, observando aquellos papeles repartidos en su mesa, mientras su mano temblaba ligeramente. Aquellos informes explicaban todo lo referido a los secuestros ocurridos en los dos últimos años. Decenas de representaciones como él habían desaparecido sin dejar el más mínimo rastro y habían puesto en alerta internacional a todos los jefes de estado. Primero habían sido países pobres, africanos o isleños, que pasaron más desapercibidos y resultó más fácil. Las alarmas sonaron a la sexta desaparición, la de Joao, Portugal. Dos más, y por primera vez lograron descubrir que eran secuestros. Una cámara de vigilancia dejaba entrever el ataque a Vlad, Rumanía, en un aparcamiento. Y habían encontrado indicios de pelea en el apartamento vacacional de Iván, Rusia. Pero ahí se desvanecía todo. Cualquier pista, cualquier posible testigo o implicado en el asunto sencillamente no existían. Lo más cerca que estuvieron de encontrar algo fue un guardaespaldas de presidente de Canadá que había aparecido muerto al día siguiente. A los pocos que quedaban sus respectivos estados les tenían en completa vigilancia. Alfred, Estados Unidos y Arthur, Inglaterra, pues hasta sus hermanos habían desaparecido, lideraban sin éxito alguno y para desesperación general la búsqueda. Pero lo que más extrañaba era que no se había pedido ningún rescate. El lituano dejó escapar un débil suspiro, llegando a las fichas de sus hermanos. Habían desaparecido unos meses atrás. Él era el único que quedaba de Europa del este. Días antes, había desaparecido la ucraniana. Aún quedaban bastantes representaciones todo el mundo, sin embargo tenía un mal presentimiento. Respiró profundamente, apartando con cuidado los papeles, para finalmente hundir su rostro entre sus brazos, respirando allí. Siempre había sido alguien que se estresaba con facilidad. Tardó unos segundos en calmarse. Se sentía mareado. No había ninguna pista que pudiera ayudarles, ninguna que les hiciera saber dónde podían estar sus compañeros o que querían hacer con ellos. Nada. Respiró varias veces. Estiró su mano hacia su botella de agua sin abrir, y dio un largo trago tras casi arrancar la tapa. Debido a la amenaza cada vez sus jefes estaban más paranoicos, y les tenían constantemente vigilados. En su caso incluso el agua se la daban comprobada y cerrada. Suspiró levemente, viendo que había dejado la botella a mitad. Cerró los ojos por unos segundos. Se sentía cansado, mareado. Cogió de nuevo la botella, dando un nuevo trago. Pero algo llamó su atención al tacto. Tragó lo que tenía en la boca, bajando lentamente la mano con la que sujetaba la botella para observarla. Cómo con miedo apartó el dedo corazón, pudiendo ver horrorizado que era aquel extraño tacto. Un diminuto agujero en el plástico, lo suficientemente pequeño para que el agua no goteara y no se diera cuenta. Lo reconoció enseguida. Era una aguja. Su respiración se agitó por el terror, y su visión se emborronó de nuevo. Agitado intentó gritar por ayuda sin éxito dejando caer la botella, haciendo amago de ponerse en pie. Pero sus piernas fallaron y cayó al suelo intentando sujetarse malamente en la mesa. Podía sentir como poco a poco toda sensibilidad iba desapareciendo de su cuerpo. Los detalles de la alfombra se iban haciendo más y más borrosos. Su corazón latía desbocado mientras intentaba ponerse en pie, en vano, sin embargo su respiración se iba haciendo más y más lenta. No conseguía pensar con claridad. Sentía que por momentos se dormía. Pero de alguna forma logró agarrarse a la mesa, dejando caer sin querer la botella y la lámpara. Pero no logró sujetarse más, y mientras buscaba gritar aterrado, todo se fue volviendo más y más oscuro, hasta que finalmente todo su cuerpo cayó en la más profunda inconsciencia.

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Lentamente abrió los ojos, y enseguida una suave luz le hizo parpadear con suavidad. Se sentía mareado, pero aún así un suave olor a sopa le despertó algo más. Podía ver un techo de metal gris con iluminación empotrada. Pero antes de poder siquiera analizar aquello un leve dolor en la cabeza le hizo ahogar un débil quejido, llevándose la mano allí, cerrando de nuevo los ojos. No recordaba lo sucedido. Lentamente logró sentarse en el borde de lo que enseguida reconoció como una cama, masajeandose las sienes. Dolía igual que cuando despertaba de una mal siesta. Abrió de nuevo los ojos, pudiendo finalmente ver un suelo del mismo material que el techo. No reconocía aquello. Y en ese instante pudo darse cuenta de que estaba vestido con ropas que le recordaban a la nobleza de su antaño Gran Ducado. Realmente no recordaba lo que había sucedido o como había llegado allí, y aquello le asustaba. Sentía que su corazón comenzaba a latir cada vez más deprisa.

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