Toris alzó la mirada, observando en silencio el techo. Ya había perdido la cuenta absoluta de cuando había llegado a aquel lugar. ¿Tres meses? ¿Cuatro? Lo desconocía. Únicamente había llevado el conteo de cuantas veces había visto al hombre que torturaba a Andrea. Desde la última tortura en la cual se había visto envuelto, solo le había visto tres veces. Y en una había les había sacado a ambos, a él más tarde, cuando el vaticano ya estaba herido en el suelo, rodeado de su propia sangre, inconsciente. Debido a eso no le había comentado que también había estado ahí. Sabía como era el sentimiento humillante de que alguien ajeno le viera en tal estado. Pero aún así había seguido apoyándole, dejando que se desahogase cuando lo viera necesario. No le había contado nada que no le hubiera contado antes, sin embargo aún así eso parecía relajarle, y por ende al lituano le aliviaba pensar que al menos podía ayudarle a sobrellevar aquella presión causada por su propio dolor y el tener que ocultarlo a quienes se apoyaban en su fe.

Tampoco había vuelto a ver a Ro. Empezaba a entender lo que tiempo atrás le había dicho Lily. Resultaba humillante ser un animal de exposición, pero se agradecía cuando hablaba con alguien. Desconocía cuales eran las intenciones reales de aquel hombre. Por muchas veces que hubiera repasado sus dos conversaciones, le resultaba ajeno a todo aquel lugar. Desconocía si realmente era uno más de aquellas personas que disfrutaban de verles como animales, o si por el contrario no lo disfrutaba. Pero con el tiempo se había dado cuenta de algo. Aquella anciana que solía visitar a Erzebet, o aquella pareja que regalaba cosas a Ion Vlad y Lily, ninguno hablaba sobre su secuestro como si fuera tal. En un momento dado había hablado con Erzebet, y su respuesta no pudo sino sorprenderle.

- "No creo que ella sea mala persona por no denunciar esto, al fin y al cabo desconoce que otras personas nos dañan, como sospecho que pasa con Vash y Andrea. Ella piensa que todos vienen con la misma idea que ella, pasar un rato con alguien que pueda entenderla, con quien pueda compartir el peso de su propia historia. Sencillamente nos ve igual que nosotros vemos a los cachorros en una tienda de mascotas"

- "¿Y por qué no la dices lo que realmente sucede?"

- "¿A una viuda de noventa y cinco años que solo quiere algo de compañía? La daría un ataque al corazón"

No pudo sino suspirar ante aquel recuerdo. Tampoco podía culpar a la húngara. Ella desconocía la verdadera gravedad de lo que le sucedía a Andrea. Sin embargo él mismo desconocía que le sucedía a Vash. No estaba en posición de criticar. Una ligera sonrisa se formó en su rostro al ver a Andrea debatir con el albanés. Ambos parecían divertirse. Tomó aire, algo cansado. Sentía sus piernas algo dolorosas por la falta de movimiento. Si bien intentaba caminar, aún si fuera en círculos por aquella pequeña celda, no dejaba de ser agobiante y agotador. Estaba cansado de no poder moverse de verdad. En silencio se puso en pie, comenzando a dar vueltas. Enseguida aquel cosquilleo en sus piernas empezó a amainar, por lo que suspiró aliviado. Pero entonces un sonido apagado llegó a sus oídos. Parecían golpes. Sin embargo debían de ser extremadamente fuertes para llegar a traspasar, por poco que fuera, los cristales. Todos se habían dado cuenta. Desconocían de donde habían llegado realmente. Pero todas las conversaciones se habían detenido, todos los oídos, desacostumbrados al sonido, se habían puesto alerta. Algunos se habían puesto en pie, otros se habían acercado al cristal, otros observaban el vacío del centro de la sala, otros buscaban el origen incierto de aquellos golpes. Y de repente, las puertas se abrieron. Todas las puertas, causando un fuerte ruido de roce que inundó aquel pasillo circular que conectaba todas las celdas. Nadie se atrevía a salir, observando entre confundidos y aterrados el baño, temerosos de ir. Y de repente, los golpes se volvieron a oír, esta vez con fuerza. Y enseguida, todos y cada de ellos, pudieron reconocer horrorizados el fuerte sonido de disparos. Enseguida aquello se mezcló por las exclamaciones de miedo de quienes se asustaron, de los pasos rápidos de quienes se atrevieron a salir, y de los murmullos nerviosos de quienes se habían juntado. Toris tragó saliva, asustado, sin saber que hacer. Pero entonces vislumbró a Andrea, el cual, ahora de pie, se había pegado inconscientemente al cristal, evidentemente asustado. Su cuerpo reaccionó solo. Entró al baño, viendo la puerta abierta y a muchos cruzar a la carrera por aquel pasillo intentando huir. Salió, tragando saliva. Los tiros seguían. Y rápidamente se metió en la celda contraria, atravesando aquel baño idéntico al suyo, y vio a Andrea, el cual al verle le miraba asustado.

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