No había vuelto a ver a aquel hombre en varios días. Y tampoco a Andrea. Sobre todo aquello le preocupaba. Y no era el único. Todos se habían dado cuenta de su ausencia. Según palabras del albanés, nunca había estado ausente tantos días. Y aquello era preocupante. Cada vez que desaparecía más de unas horas, el resultado eran cada vez más días. Ya era el séptimo día. Toris, intentando seguir de nuevo, sin éxito, su rutina para intentar distraerse, leía sin mucha concentración un libro. Ni sabía cuál era. Pero de repente algo llamó su atención. Andrea, vestido como siempre con su hábito negro, había entrado en su celda con la mirada gacha. Toris reaccionó enseguida, igual que la mayoría de los que se habían dado cuenta de su presencia, dificultado por la falta de sonido. Andrea parecía ir a arrodillarse a rezar. Pero al notar a tanta gente acercarse a los cristales para ver si estaba bien sonrió dulcemente, ocultando casi a la perfección el dolor que aún sentía en sus heridas a medio cerrar delatadas por la ligera rigidez de su cuerpo y una imperceptible cojera. Y bajo la mirada angustiada de quiénes se habían dado cuenta de su presencia, comenzó a mover las manos con aquella amable y perfecta sonrisa que acostumbraba a mostrar.

- "No me miréis tan angustiados, estoy bien. Sencillamente pagaron por mi presencia por varios días"

Nadie parecía creerse del todo aquella piadosa mentira. Pero todos simularon creerla. Andrea, más tranquilo, se dio la vuelta para ir a rezar arrodillado en la cama, con dificultad. Toris respiraba algo agitado, angustiado. No le había dirigido la mirada en ningún momento. Y le entendía demasiado bien. Ese mismo miedo a ser reconocido, esa misma vergüenza, la había sentido en el pasado. Quería llorar. Aún así se aguantó, y sencillamente se sentó, atento, para esperar pacientemente. Tenía que hablar con el vaticano. Antes se habría quedado callado para no remover tales recuerdos. Pero había llegado un punto en el que no podía hacer la vista gorda pese a lo poco que podía hacer. Desconocía cuanto rato pasó, hasta que finalmente le vio abrir los ojos, con un deje de angustia en su mirada que parecía intentar ocultar mientras se ponía en pie. Toris, tragando saliva, se acercó rápidamente al cristal, arrodillandose frente a este, intentando llamarle la atención. Andrea tardó unos segundos en verle, y la duda se vislumbró en su mirada asustada. Parecía asustado ante la idea de ir a hablar con él lituano. Pero aún así tomó aire y se acercó, arrodillandose frente a él. Ninguno se atrevió a alzar las manos durante unos breves segundos, hasta que finalmente Toris comenzó, preocupado.

- "¿Cómo te encuentras?"

- "Mejor" - respondió tras unos segundos, tomando aire - "Me han tenido en observación estos días, así que ya no duele tanto"

Estando sentado resultaba más evidente que aún le costaba mover los brazos correctamente.

- "Andrea. Sobre lo que pasó..."

- "No le digas a nadie lo que viste" - le cortó enseguida, nervioso - "Te lo suplico"

No dudó en asentir, angustiado al notar sus manos temblorosas y sus ojos ateridos por el miedo.

- "No lo pensaba hacer, tranquilo" - tomó aire, volviendo enseguida a los gestos - "Andrea... No quiero ni imaginarme por lo que realmente estás pasando. Pero no hagas caso a ese hombre. Está loco. Dios nunca haría esto"

- "Llevo convenciéndome de eso desde que todo esto empezó. Pero cuesta"

- "Lo sé... Pero Andrea. Tú mismo me dijiste cuando llegué que no debía perder la fe y la esperanza. Qué Dios es todopoderoso y omnipresente. Y que si por algún motivo no nos oye, ya lo hará cuando salgamos. Es mi turno repetirte esto a tí. Y otra cosa... Si Dios no nos escucha, yo si. Estoy aquí, y aún si es a través de un cristal, puedes desahogarte conmigo siempre que lo necesites" - finalizó con una amable sonrisa, apoyando una mano en este mismo.

Andrea sonrió débilmente, mientras algunas lágrimas comenzaban a escaparse de sus ojos para caer en el suelo y filtrarse, y asintió apoyando su mano a la misma altura que el lituano. Aún si el cristal les separaba, de alguna forma podían imaginarse la calidez ajena. En cierta medida hacía sentir al vaticano algo más seguro, y por igual al lituano. Finalmente el primero dejó caer la mano, solo para comenzar a gestualizar de nuevo.

- "Gracias. Tienes razón. Es difícil, pero lo intentaré"

- "Por supuesto"

Andrea sonrió sin muchas fuerzas, y volvió a ponerse en pie para ir a tomar la Biblia. No habían comentado realmente lo que había sucedido. Le entendía. Él mismo se había callado durante muchos años el sufrimiento que alguna vez pudo haber llegado a sufrir. Por ello no le había forzado a hablarlo, aún si había algo que tenía duda al respecto, aún si temía la respuesta. En silencio se levantó para ir a tirarse en la cama, observando el techo. Cerró los ojos, y comenzó a recitar un largo poema de memoria. No soportaba ese silencio.

- Hermosa prosa.

Al oír aquella voz proveniente del interfono no pudo sino sobresaltarse nervioso, levantándose de la cama. Y para su horror pudo reconocer al dueño del lugar, el cual le observaba con una ceja en alza.

- ¿Cuando ha llegado? - preguntó sentándose en el borde de la cama pero sin levantarse de esta.

- Hace unos minutos. Estabas tan ensimismado en ese poema que me sorprende.

Ante tal explicación no pudo sino chistar ligeramente, molesto, para finalmente fulminarle con la mirada.

- ¿Qué quiere?

- Venía a ver cómo estabas.

Un gruñido se escapó de su garganta. Y de repente, sin poder controlarse se levantó bruscamente para acercarse al cristal, furioso pero sin llegar a tocarlo, cosa que no pareció asustar al dueño.

- ¿Después de permitir esa barbarie todavía me pregunta eso?

- Entiendo que estés furioso y preocupado por tu amigo. Sin embargo es un mal necesario. No creas que disfruto de saber lo que le hace. Pero este lugar necesita mantenimiento, y hay mucha gente que quiere hacer ese tipo de cosas. Por ende puse un límite, solo uno por sala. Pagan un extra, y ese dinero me ayuda a mantener todo esto.

- Es peor que el demonio...

- Hazme caso, tu mejor que yo deberías saber que el infierno es peor que esto.

Toris no pudo sino chistar apartando la mirada, molesto. Pero tras unos segundos en los que intentaba calmarse sin mucho éxito, volvió a mirarle.

- Al menos si estaré en el infierno será por algo que me lo merezca. No para ser un animal de feria.

- No te rebajes a eso, no eres un animal. Tampoco humano, eso está claro. Eres algo mejor. Pero ya te expliqué el por qué debéis estar aquí.

Ninguno dijo más durante unos breves segundos, hasta que el lituano, evidentemente molesto, volvió a la cama para sentarse allí. No sentía que hubiera más que hablar. Todo le daba vueltas y no quería saber más. El dueño le observó un rato, y finalmente cerró el interfono y se alejó de allí, dejando aquella sala de museo en total silencio, aún más de lo que normalmente ya estaba.

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