((Aviso, este capítulo contiene escena de daño físico detallado))

Toris dejó escapar un ligero bostezo mientras despertaba al notar las luces encendidas. En absoluto silencio, como siempre. Aquello ya empezaba a afectarle. Se sentía más encerrado por el silencio que por las paredes. Resultaba tortuoso. Imaginaba que acabaría por acostumbrarse. Pero hasta entonces había adquirido un pequeño hábito. Incluido en su rutina diaria solía canturrear, y cuando leía, lo hacía en voz alta. Tras aquella sinceridad que el vaticano le había mostrado días atrás no habían vuelto a hablar mucho. Le preocupaba. Pero poco podía hacer más que hacerle notar que estaba allí para apoyarle cuando lo necesitase. Pero en momentos breves había estado hablando también con Lily, era una agradable distracción. Y por igual había logrado comunicarse con Feliks en un momento en el que habían cruzado miradas, permitiendo el inicio de una rápida conversación. No había descubierto nada nuevo, pero al menos sabía que estaba bien. Eso en cierta forma le relajaba. Aquella mañana, como siempre, Andrea guió la misa, siendo seguido por muchos de los allí presentes, entre los que el lituano se incluía como siempre. Sin embargo, aquel día, apenas terminó la misa la puerta se abrió, causando algo una silenciosa atención mientras Andrea se sentaba para leer, sin prestar mayor atención. Su captor había entrado, acompañado de un nuevo grupo. Cuatro personas. Una mujer con su esposo por cómo iban agarrados de la mano, y dos hombres más. Uno no sabía cuál era, pero su atención se vio inmediatamente dirigida al cuarto hombre, reconociéndolo enseguida como el que iba con Andrea. Preocupado dirigió su mirada a Andrea, el cual se había tensado visiblemente al verle. Sin embargo pareció disimular enseguida, temeroso de que alguien le hubiera visto nervioso. Toris tragó saliva al ver como aquel hombre se acercaba a la celda ajena, para conectar el transmisor y comenzar a hablar. Pero no pudo estar observando mucho tiempo que aquel hombre desconocido se detuvo frente a su celda, conectando por igual el transmisor.

- Hola. ¿Tu nombre es Toris, no?

Era un hombre que por poco debía pasar los treinta, de cabello oscuro y piel clara bien cuidada. Bajo su elegante suéter negro se podía notar que era alguien que hacía ejercicio. Por algún motivo el hecho de que hablara con él le tensaba en cierta manera, pero no tardó en asentir con la mirada perdida en el suelo. Se sentía mareado. Aún así no pudo sino sorprenderse ligeramente al asimilar que le estaba hablando en lituano. Con un ligero acento ilocalizable que dejaba ver que no era su lengua materna, pero que aún así parecía conocerla bien. Se sentía hasta raro hablar con alguien más.

- Si. ¿Usted?

- Me dijeron que no debía decir mi nombre, me temo. Pero si quieres puedes Ro.

Su voz, lejos de sonar amable, parecía seria, como si algo le molestase. Aquello en cierta le causaba temor, pues lo último que quería era alguien que acabase haciéndole daño igual que a Andrea, aún si todavía desconocía con exactitud que sucedía cuando salía.

- Ya veo... Ro entonces.

Un breve e incómodo momento de silencio, y finalmente el hombre suspiró con evidente cansancio, serio.

- Dime... ¿Cómo te trajeron aquí?

Al oír aquella pregunta Toris no pudo sino sorprenderse. No era ni mucho menos lo que esperaba. Ni siquiera sabía si debía responder, pero finalmente se dispuso a hacerlo.

- Estaba... en mi despacho, con unos papeles, y me drogaron con una botella de agua. Es todo lo que recuerdo, caí inconsciente, y desperté a aquí.

- ¿Y realmente no puedes oír al resto?

Asintió, sin muchas fuerzas para mantener una conversación. Pero al ver como Andrea se alejaba con oculto temor para meterse en el baño al tiempo que el hombre se alejaba, no pudo sino tensarse, angustiado. Y aquello no pasó desapercibido por Ro, el cual se mantuvo en silencio hasta que le vio salir de la sala, momento en el que volvió a mirar al lituano.

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