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Lentamente abrió los ojos al sentir una suave luz ir creciendo poco a poco, hasta llegar a iluminar todo como el día. Bostezó cansado, levantándose. Buscó con su mano su reloj, pero al no encontrarlo fue capaz de asimilar aquel techo. No había sido un sueño. Suspiró débilmente, sentándose en el borde de la cama. Seguía vestido igual que el día anterior. Y la habitación seguía igual. Salvo que la mesa estaba vacía. Pero no le prestó mucha atención. Observó a su alrededor, pudiendo ver que la mayoría seguían dormidos con sus respectivos pijamas. Solo unos pocos ya estaban despiertos, los cuales o hablaban entre ellos a través de signos o se distraían como podían. Se quedó unos segundos quieto, pero finalmente se levantó y sin hacer caso alguno a su alrededor se metió en el baño. Y para su sorpresa, efectivamente la puerta de cristal se volvió opaca en cuanto la cerró. Aún así le resultaba agobiante. Sin embargo poco más podía hacer. Así que en total silencio comenzó a desnudarse. Se sentía pesado, cansado como pocas veces se había sentido. Y sin tardar más se metió en la ducha. Había jabón, tanto para el cuerpo como para el pelo, incluso suavizante, cuyas marcas reconoció enseguida como las que solía usar. El solo pensar el punto al que aquel hombre podía llegar a conocerles le revolvía el estómago. Tomó aire, tembloroso, y finalmente comenzó a limpiarse. Cuando tiempo pasó allí, maltratando su piel como pocas veces lo había hecho, era algo que desconocía. Pero no podía evitar frotar todo su cuerpo con tal fuerza que no tardó en enrojecerse. Dolía, aunque no le molestaba. Quería gritar, cosa que no hizo. Se mantuvo bajo el agua, enguajandose el jabón y las lágrimas hasta que sus piernas comenzaron a fallar. Desconocía si llevaba allí media hora o una entera. No quería salir. Prefería quedarse allí, en aquel húmedo y diminuto espacio con su familiar olor jabón de almendras, en vez de volver a la cruda realidad de la cual no lograba despertarse. Aún así finalmente cerró el grifo, y tras unos largos segundos apretando con fuerza el manillar, salió de la ducha. Se secó sin prisa, y volvió a vestirse. Se sentía un animal de feria. Salió en silencio, y para su sorpresa, vio que sobre la mesa había un desayuno compuesto por un café, pan integral con mantequilla, queso y un huevo. También era su desayuno habitual. Tragó saliva, sentándose en silencio. No tenía apetito. Sentía incluso que si tomaba algo vomitaría. Pero de nuevo respiró con profundidad y comenzó a comer, poco a poco, aquel desayuno, el cual su estómago incluso agradeció. Necesitaba energías. Pero fue en aquel instante que se fijó en que la mayoría ya se estaban despertando y desayunando. Pudo reconocer como, en aquella celda llena de ramas, Vlad había despertado, y sentado bajo un pequeño techo de ramas, jugaba con su hermano con el desayuno entre risas que no llegaban a sus oídos. Parecía un pequeño paraíso de paz. Entendía porqué les había puesto juntos. En silencio volvió a su desayuno, terminando lentamente, sin prisa. Tras no dejar casi nada del desayuno se levantó para lavarse los dientes, y al volver se encontró con que de nuevo la mesa estaba vacía. Suspiró agriamente, pero enseguida algo llamó su atención. Andrea se había puesto en pie enseñando en que pagina de la Biblia se encontraba, y algo mas de la mitad de los allí encarcelados se estaban colocando para aquella silenciosa misa, Biblias en mano. No pudo sino sorprenderse al ver como varios cuya religión no era la católica cristiana sino ortodoxa o protestante se habían arrodillado por igual. Por un momento dudó en si seguir la misa. Sin duda era alguien creyente. Pero en aquel instante solo sentía temor. Dios no podía estar permitiendo aquello. Pero finalmente tomó una decisión. En silencio fue a la librería, viendo que efectivamente allí había una Biblia, y con ella en la página indicada, se arrodilló como tantos otros. Tal vez solo debía buscar, y le encontraría. Podía ver como Andrea guiaba la misa con amables señas para hacerse comprender. No era una misa normal, ni mucho menos. Más corta, la había adaptado a las circunstancias en las que se encontraban. No pudo sino dejarse llevar por aquel silencioso discurso que leía simultáneamente tras santiguarse. Durante un breve lapso de tiempo cerró los ojos, recitando de memoria aquellas palabras. En cierta forma aquello le relajaba. Pero a diferencia de otras veces, no sentía nada. Solo miedo, soledad en aquella transparente celda que no le dejaba escuchar más allá que su propia respiración. Casi sin darse cuenta había comenzado a recitar en voz con tal de escuchar algo. Sabía que de todas formas no podrían oírle. Tal vez ni Dios podía oírle. Cuando terminó abrió los ojos, viendo que en su mayoría ya habían terminado, y se estaban santiguando, igual que hizo él. Dejó escapar un amargo suspiro, sentándose contra la pared del fondo. Se sentía mareado, y no sabía que hacer. No quería leer, no quería caminar, no quería dar vueltas a la sala como si fuera un animal de zoo. Se mantuvo un rato así, observando al resto en silencio. La misa terminó, y Andrea, tras dejar la Biblia, se acercó al cristal para llamar la atención del lituano. Este, sin mucha fuerza, se acercó al cristal para sentarse frente a este, observando los gestos que su vecino le enviaba con las manos.

- "¿Cómo te encuentras?"

- "No sabría explicarlo. Tal vez mareado. Asfixiado"

- "Es normal que al principio te sientas así. En unas semanas por desgracia te habrás acostumbrado"

Ante aquello Toris dejó escapar una amarga risa. Sufría estar allí cada segundo que pasaba. No quería ni imaginarse semanas, o años. Tomó aire, prefería cambiar de tema.

- "¿Por qué protestantes y ortodoxos han seguido tu misa?"

Aquello era algo que le había llamado bastante la atención. Pero la siguiente sonrisa de Andrea en cierta forma le relajó.

- "Son fes hermanas, al fin y al cabo. En esta situación poco importa la creencia, mientras les de fuerza para seguir adelante y no derrumbarse. Siguen mi misa porque es práctico, es como un atisbo de normalidad. Sienten que Dios no les ha abandonado. Y eso es suficiente para mi"

- "Yo... Aún temo lo que vaya a pasar. Y siento que Dios ni nos oye"

- "Dios es todopoderoso y omnipresente, Toris. Y de todas formas, aún si no nos oyera, aún si no nos viera, nosotros debemos mantenernos fuertes, porque cuando salgamos, él nos verá y nos recompensará. Se que algún día saldremos de aquí. Pero no hoy, por desgracia"

- "Me cuesta creer eso, en verdad... Pero gracias aún así"

Andrea sonrió levemente, y tras despedirse se levantó para ir a su cama y arrodillarse, rezando allí, igual que le había visto hacer el día anterior. Y aún si no le oyera rezar, pudo darse cuenta de que Andrea, pese a sus palabras tranquilizadoras, apretaba las manos con disimulada fuerza, y su voz baja era en verdad un desesperado grito de ayuda. Toris suspiró débilmente ante aquella visión, y se dejó caer apoyándose contra el cristal. Sin duda Dios no les oía. Nadie les oía.

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