3. Visita Nocturna

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Su mensaje aún no había llegado.

Me encontraba solo en mi habitación, con el teléfono en las manos, con la esperanza de que aquel mensaje llegara en cualquier momento, y una sonrisa inevitable surgiera de la nada. Eran las nueve de la noche, quizá Aristóteles se había olvidado del mensaje que debía enviar, o quizá se había quedado dormido, eran muchas las opciones posibles que venían a mi cabeza y ninguna me gustaba, pero justificaba que aun no lo hubiera enviado.

 Quizá él esperaba que fuera yo quien tomara esa iniciativa, no era difícil hacerlo, de hecho era yo quien la mayoría de las veces le enviaba mensajes, pero algunas me veía obligado a dejar de hacerlo pues pensaba que lo molestaba, y eso era lo mínimo que quería causar en el, pero si así fuera, no hubiese dicho eso antes de irse, y esta vez quería que él fuera quien comenzara la conversación.  

Su guiño me había confundido, podía tomarse de muchas maneras, como una broma, como un juego o como algo más, y eso comenzaba a preocuparme. ¿Cuales eran los verdaderos sentimientos de Aristóteles? sus señales eran un alto y bajo de mis emociones, aveces sus acciones me daban a entender que sentía algo por mí, como su forma de entrecruzar sus dedos con los míos en las clases de piano y mantenerlos ahí, aun cuando lo estoy haciendo correctamente, pero otras dispersaban toda ilusión, como aquella vez en los casilleros, donde el verlo prácticamente sin ropa, de no ser por esos calzoncillos, causó una elevación de mi temperatura corporal que me hizo sudar en segundos y que Ari se diera cuenta que yo no me sentía bien, para solucionarlo, los chicos del equipo de básquet sugirieron que  debíamos ir a ver a las chicas a la alberca como distracción, él no quería ir por mi, pero verlo dispuesto a hacerlo bajó mis ánimos, las cosas cambiaron cuando llegamos al lugar y Ari se preguntaba que hacíamos ahí, prefiriendo irse conmigo a otro lugar. Así de confundido me traía Aristóteles.

Miro a mi izquierda y justo en mi escritorio se encuentra la alcancía que me regaló aquel día, aquel momento que para él quizá solo fue una salida de amigos y un buen rato, pero para mi fue completamente diferente, desde el momento que me ofreció su premio como regalo se convirtió en algo más, fue uno de los momentos en los cuales Aristóteles podría haber estado expresando sus sentimientos hacia a mí, o tal vez, solo era parte de mi imaginación.

Me levanto y camino hasta tomar la alcancía con ambas manos. La miro detalladamente y la pego a mi pecho, pego mi mejilla en la alcancía y puedo escuchar a Aristóteles cantándome en la azotea, sé que solo esta en mi mente, pero continúo recordando el momento, una sonrisa sale inesperadamente pero eso no es lo único inesperado, cuando todos se encuentran dormidos, cuando el silencio inunda mi habitación, alguien toca la puerta de la casa, coloco la alcancía en su lugar y salgo de mi habitación.

─ ¡Ya voy! – digo susurrando mientras golpean la puerta

Las luces se encontraban apagadas y cuando me dirijo a la puerta, me golpeo el dedo pequeño del pie en la esquina de un mueble, aprieto los dientes y los puños mientras evito gritar las millones de groserías que aparecían en mi cabeza en ese momento, mis ojos se llenan de lágrimas del dolor. Cuando abro la puerta una sombra aparece frente a mí, una sombra conocida, sobre todo cuando miro hacia su cara, esos rizos eran imposibles de no reconocer, pero la sombra no estaba sola, llevaba algo en sus brazos, enciendo la luz de la sala y logro ver quienes estaban frente a mí, Aristóteles se encontraba cargando a su hermano Arquímedes, y este se encontraba durmiendo en su hombro

─ ¡Temo! ¿Estas llorando? - me dice mientras susurra

─ No... es que... - le digo entre dientes mientras me aguanto el dolor

 ─ Olvídalo - me susurra sacudiendo la cabeza - perdona que te moleste a estas horas, pero creo que olvidé mi teléfono en tu habitación

Verlo frente a mí con su hermano en brazos, me distrae por completo, pareciera como si aquella imagen había sido congelada y mi cerebro estuviese analizando cada detalle detenidamente, se veía tan bien con él en sus brazos que me quedo unos segundos más viendo a su hermano dormir. Era como ver a Aristóteles cargándose a si mismo, tenían cierto parecido,  pero Ari tenia lo suyo.

─ ¡Temo!

─ Ah sí, perdón – le digo mientras vuelvo a la realidad – ¿Dónde lo dejaste?

─ En tu cama, me parece – me dice mientras Arquímedes se mueve y él lo tranquiliza – creo que quedó bajo tus almohadas

─ Claro, ahora vuelvo, espérame aquí

Mientras camino, intento disimular el dolor de mi pie y cojeo a mi habitación, cuando llego a ella el teléfono de Aris no se encontraba bajo mis almohadas, había desaparecido, el único lugar donde podía estar seria debajo de la cama y es ahí donde busco. Doy un suspiro cuando veo la sombra del teléfono, lo tomo y un mensaje aparece en la pantalla <<Batería Baja>>, cuando este desaparece, la emoción de ver a Aristóteles en la puerta de mi casa se atenúa, pues había siete llamadas perdidas de Andrea. El celular se encontraba en silencio, al parecer Aristóteles lo había puesto así después de la primera llamada que recibió. Lo bloqueo y lo llevo hasta la puerta mientras intento controlar mis emociones.

─ Aquí tienes – le digo mientras le entrego el teléfono – al parecer tiene poca batería

─ Gracias Temo – me dice sonriendo – ah, disculpa no haberte enviado mensaje, me entretuve jugando con Arquímedes y hasta ahorita que se durmió recordé que debía enviarte mensaje, cuando busqué mi teléfono recordé que lo había olvidado en tu casa

─ No te preocupes, lo entiendo – le digo devolviéndole la sonrisa – lo bueno es que lo encontraste y que vives a unos metros de mi casa para venir a buscarlo

Lo hago reír, y escucho que la puerta de la habitación de mi papá se abre, como aquellas películas de terror donde las puertas rechinan lentamente, inmediatamente reacciono y le susurro a Aristóteles.

─ Ari debes irte ya, mi papá se enojará si te ve a estas horas de la noche

─ Si, gracias – me dice susurrando – te veo mañana

Cierro la puerta y mi papá aparece en la sala con los brazos cruzados, lo miro fijamente y el me devuelve la mirada.

─  ¿Quién era? 

─ Nadie, se equivocaron de departamento – le digo mientras sonrío

─ ¿Traigo changos en la cara, Cuauhtémoc, o qué? – me dice frunciendo el ceño- - Era Aristóteles, ¿verdad?

─ Si Pa, es que olvidó su teléfono, ya ves que lo corriste

─ No digas eso Cuauhtémoc – me dice bajando los brazos – yo no lo corrí, solo que ese muchacho siempre está aquí, ya hasta parece que tengo otros mellizos

─ Yo lo sé, pero es el único amigo que tengo y con él me basta

─  No te olvides de Diego, eh

─ Obviamente papá, solo que Diego es mi mejor amigo y Aristóteles es...

─  Tu amigo también – me interrumpe – Pero no tiene porque venir a estas horas de la noche, además ya deberías estar durmiendo

─  Si me dejas, lo haré, aunque mañana es Sábado 

─  Ya lo se, a dormir – me dice señalándome con el dedo – pero a dormir, nada de desvelarse platicando con ese muchacho

Asiento con la cabeza y me dirijo hacia mi habitación. Cuando entro me lanzo hacia mi cama y coloco una almohada sobre mi cara, dando un pequeño grito. Millones de emociones aparecen en ese momento, felicidad, porque sabia que no había olvidado lo del mensaje, enojo, por ver a aquella chica que no dejaba de molestarlo y causaba ciertos celos en mí. Mientras trataba de centrar mi mente en otra cosa que no fuera Aristóteles siento mi teléfono vibrar justo a mi lado. Lo tomo y veo un mensaje en la pantalla:

>>Nuevo mensaje de Aristóteles:  Tengo que hablar contigo, te espero en la Azotea, ¿Puedes?

Aris+TemoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora