Capitulo 10

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Después de que el ancianito, Pedro, y su esposa Marie nos llevaran a dónde Brian había estacionado a Eustaquio Penélope, ellos llamaron a una grúa para que dejaran la camioneta en el bar, ya que al parecer el problema no era la batería sino algo con que los engranajes se habían ahogado con el agua o algo así (la verdad es que apenas presté atención).

Marie y Pedro se ofrecieron a llevarnos a donde queramos y como Marie tomó mi mano para arrastrarme a su pequeño auto, no pudimos negarnos.

Así que acá estamos, sentados en el asiento trasero de un Gol Volkswagen rojo, Brian sosteniendo mi mano, con una pequeña sonrisa en sus labios.

—Bueno pues ¿Cuánto tiempo llevan de novios jovencitos? —Pregunta Marie, sus ojos celestes mirándonos desde el espejo retrovisor.

—Em…

—Marie—interrumpe su esposo—, no creo que ellos quieran hablar de eso con unos viejos decrépitos.

—Decrepito tus calzones—espeta ella.

—En realidad—dice Brian—no nos molesta. —Gira su rostro a mí, su sonrisa extendiéndose. —Llevamos 4 años de novios y ahora planeamos casarnos.

Me sorprendo de tal manera que comienzo a toser como estúpida. Brian me da unas palmaditas en la espalda antes de seguir:

—Bueno, eso espero, en realidad le pedí reiterada veces a Alf que se casara conmigo pero sigue negándose.

— ¡Ay querida! —Exclama Marie, —pero si este muchacho es todo un buen mozo, ¿Por qué negarte?

—Sí Alf, ¿Por qué negarte?

—Es que—le digo a Marie—Brian me engañó tanto tiempo que ya no sé si creerle…

Comienzo a sorber la nariz y a taparme los ojos como si estuviera llorando, y veo a través de mis dedos como Brian me mira sorprendido y confundido, así que cuando noto que Marie no me está mirando, le saco la lengua. Él niega con la cabeza y sonríe.

— ¡Por Dios! ¡Todos los hombres son iguales! —Brama Marie.

— ¡Yo no! —Se queja Pedro.

—Oh, vos ni hables—le dice Marie—que todavía no te perdono por no bajar la tapa del baño cada mañana. Uno de estos días la voy a atornillar para que no puedas subirla.

—Vamos Alf, yo jamás te he engañado. —Asegura Brian, levantado mi mano hasta sus labios y besándola.

— ¡Yo te vi, succionando la garganta de mi hermana gemela! —Digo con una falsa histeria. Marie se da la vuelta para mirarnos fijamente. —Además, siempre estas pateando a mi pobre gatito cuando estás enojado.

Marie abre su boca en un silencioso “oh” y luego golpea a su esposo en el brazo.

— ¡Ay! —Protesta Pedro. — ¿Y eso de dónde vino?

—Por las veces que empujas a Galileo del sillón mientras duerme. —Se excusa ella.

La ancianita vuelve sus ojos celestes a mí y le da unas palmaditas a mi rodilla.

—Tranquila cielo, ahora entiendo por qué no te casas con este golpeador.

Brian abre su boca, indignado, pero noto como lucha por una sonrisa.

 —Estoy bien, gracias Marie. —Sonrío.

—Estos jóvenes de ahora—dice ella, volteando de nuevo a su asiento—se creen que porque son guapos pueden engañar a gatitos indefensos y patear a sus novias…

—Creo que es al revés. —Replica Pedro.

—No me interrumpas, empujador de gatos.

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