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Contrario a lo que esperaba, el capitán se encontraba de pie y a medio vestir cuando volvió a la casa. Nada más abrir la puerta vio su ancha espalda desnuda, a excepción del trozo de tela que llevaba alrededor del abdomen a modo vendaje. Cuando se giró le regaló una amplia sonrisa, acompañada por ese brillo especial en sus ojos azules.

El Soldado gruñó.

−No te preocupes. Soy un super soldado y tú me has atendido bien las heridas.

Sus palabras le hicieron desviar la mirada.

−He traído comida -le lanzó una ciruela que había recogido en uno de los árboles de la finca −. En el fuego hay carne.

−Gracias, Bucky. Siempre cuidando de mí...

Sus sonrisas, sus palabras... eran como pastillas efervescentes para su mente. Le creía, pues nadie dudaría de aquella mirada cristalina, pero le frustraba no recordar.

Salieron junto a la hoguera. Dejó que Rogers se sentara primero para poder hacerlo él a una distancia prudencial. De nada sirvió. El rubio se movió más cerca en cuanto vio sus intenciones y, durante unos minutos, comieron en silencio, mirando la danza de las llamas sumidos en sus propios pensamientos.

−Deberías volver -habló finalmente el Soldado, un susurro que, de no haber sido por la cercanía, podría haber pasado inadvertido.

−Estoy bien aquí.

−Tienes gente esperándote − no sabía nada sobre la vida del rubio, pero empezaba a darse cuenta lo sencillo que resultaba llevarse bien con él. Debía tener gente allá afuera.

−No voy a irme. No hasta que recuerdes todo.

−¿Y si no logro recordar? - alzó la mirada encarando a Rogers. Ambos serios.

−Entonces no me iré jamás - y de nuevo esa sonrisa cándida. Tan pura. Demostrándole qué tan diferentes eran, aun cuando al parecer tenían tantas cosas en común.

El silencio volvió a instalarse entre ellos. Estaba bien, no era incómodo. Su presencia despertaba en él una extraña sensación hogareña. Era la primera vez en tantísimos años que compartía un rato relajado con alguien más. Se preguntó si en el pasado, antes de Hydra, habrían tenido momentos como ese juntos. ¿De qué hablarían? ¿Qué comían? O¿Quién cocinaba?

Y, como si sus pensamientos hubieran sido pronunciados en voz alta, el rubio habló.

−La primera vez que cocinaste para mí acababan de darme una paliza. Estabas enfadado porque me había metido en otra pelea, pero me curaste las heridas y me hiciste un estofado delicioso. Como hoy. Parece que algunas cosas no cambian - su risa era serena, relajada. La paz debía sonar igual.

−Te rompieron la nariz...- dijo sin más, sin saber de dónde procedía aquel pensamiento. Era el eco de algún recuerdo que se negaba a mostrarse.

−Y tú me la recolocaste - su sonrisa mostraba orgullo. No hacia sí mismo, sino por él. Por recordar, aunque solo fuera un pequeño retal −. Luego me diste una cerveza y acabé...

−...durmiendo en el sofá - terminó la frase, mirándole con una leve expresión apenada.

Dolía recordar. Dolía más que cualquiera de las torturas a las que fue sometido por Hydra. Durante setenta años no había sido más que un títere movido por antojo de los poderosos. Sin recuerdos, sin identidad. Con Rogers a su lado empezaba a ser consciente de la buena vida que había tenido antes de convertirse en el asesino implacable de la organización.

¿Qué tanto le habrían arrebatado? ¿Cuánta gente querida había perdido y ya no podría recuperar? Se preguntaba si tenía pareja antes de perder el brazo,si habría sido posible formar una familia... Aunque tal vez nunca tuvo madera de padre.

Frustrado, se puso en pie sin poder volver a mirar al rubio.

−Deberíamos irnos. Este no es un lugar seguro.

Echó tierra sobre la hoguera y volvió al interior de la casa para recoger las pocas cosas que tenían.

The Line [Trilogía Stucky - 1] - TerminadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora