DIECISÉIS

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Voy a su cuarto y todo está lleno de nada. Pienso en Irene, pienso en mi pasado, en mi pasado con ella, en todo lo vivido hasta su muerte y nada, nada se compara a Luis. A veces me pregunto cómo pide vivir sin él. Qué era lo que me motivaba a levantarme por las mañanas. Ella hizo todo bien, ella era... no sé quién era ella. O no sé quién era yo.

Ahora, todo se impregnó de él. Y siento que yo no soy el mismo. Definitivamente no lo soy.

Observo su cuarto incrédulo, me apoyo en el marco de la puerta.
Tiene el despertador y la calculadora científica en la mesita de luz, al lado hay un velador del año de María Castaña. Supuestamente era un regalo de su abuela materna y lo lleva todos los lugares en donde se hospeda.

Mambos de Luis.

Me siento en la cama y acaricio el opaco y áspero acolchado como si él estuviese debajo. Pero él no está.
Solo espero un milagro que me lleve a donde pueda tenerlo cerca. Uno que no va a llegar.

Salgo de su habitación y me acurruco en el sillón, aunque la estufa está prendida el frío no se me va. Es algo que se instaló y tengo la certeza que no me va dejar tan fácilmente.

Vuelvo a no tener hambre, vuelvo a mi anorexia y mal estar.

Mi celular suena, pero no tengo ganas de responder, es probable que sea mi madre o peor aún, mi hermano.

La quietud y el silencio me ponen los pelos de punta. Debería vender este departamento y comprar uno más pequeño. Irme lejos y empezar todo de cero. Una nueva vida. Sin que nada me persiga. Sin Irene, sin Luis.
¿Puede una persona llegar a este punto? ¿Puede ser tan miserable y penoso?

Creo que, una vez más, estoy tocando fondo.

El cielo raso no me brinda las respuestas que estoy buscando, nada de lo que pasó este último tiempo estaba en mis planes. Quizá sea una prueba del destino.

Rio entre dientes, lo único que me falta es comprarme el libro de Ludovica Squirru y saber que me depara el destino en el horóscopo chino. Sería demasiado patético.

La ducha caliente me ha dado un poco de clarividencia. Ya he fumado más de dos atados de veinte, me arde la garganta y ya no sé si es por el cigarro o la angustia comprimida.

Me quedo en bóxer y me recuesto y a esta altura no sé lo que debo hacer: si ir por él o solo olvidar que pasó por mi vida.

Luis se fue con mes pago, eso, a pesar de todo es una ventaja meramente económica, como en un principio debió ser.

¿Qué es lo que lo hace tan insondable, tan único?

Sé la respuesta.

***

El teléfono suena una vez más y no da tregua. Voy de mala hacia él.

-¿Sí?

Mi voz sale rasposa producto de mi mutismo.

-¿Andrés? -Una voz masculina me habla, pero no logro comprender.

-Sí, soy yo -respondo reticente.
Hay mucha interferencia, no comprendo nada de lo que dice. Y la voz de mi hermano no es. La reconocería al instante

-Luis está mal, tenés que venir verlo -expresa con congoja.

La poca sangre que hay en mi organismo comienza a circular con rapidez, mi cuero cabelludo pica y siento que el corazón se me va salir del pecho.

Todavía estoy vivo.

-¿Qué pasó?

Necesito información, necesito saber todo. ¿Cómo está? ¿Con quién?

Con el corazón roto [PAUSADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora