Capítulo 5 parte 2.

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Lo apreté contra mí, lo besé desde el fondo de mi corazón. Nuestras lágrimas se mezclaban con los besos, con las respiraciones agitadas y entrecortadas, con los abrazos anhelantes. Nos separamos un momento para respirar. Besé sus mejillas húmedas, su frente, sus párpados hinchados, su cabello. Él no me soltaba.

Estuvimos unos minutos en silencio, recuperando el aliento, normalizando los latidos. Luego, lo tomé de las manos y lo conduje hacia el sillón. Necesitábamos unos minutos de paz.

-Ven.- me recosté a lo largo y él me siguió y se echó conmigo.

Nos quedamos así, recostados, con las piernas entrelazadas, frente con frente. Con mi boca pegada a su cuello podía sentir que el pulso que le iba normalizando, con mis brazos en torno a su talle notaba que su respiración se suavizaba. Relajé la cabeza sobre su brazo y sentí que con su mano libre me acariciaba el cabello. ¿Hacía cuánto tiempo que no estábamos así, como dos adolescentes en su primer amorío? Recordaba unos momentos de esos cuando empezamos a salir juntos allá en L.A.; noches de paseos por la playa, de feria, de besos en la noria y en cualquier lugar refugiado por la oscuridad en donde podríamos hacer nuestra la noche. Casi podía volver a aquél lugar, nuestro favorito en todo el mundo, ese sitio en concreto en donde, durante los festejos del Día de la Independencia de EE.UU, le regalé la pulsera, una gemela a la mía. También era nuestro símbolo de libertad, precisamente en ese día donde se festejaba la liberación de la soberanía inglesa. Éramos libres de amarnos... Luego de un tiempo caímos en la cuenta de que aquello no era así, no seríamos libres, no mientras tengamos la mitad de nuestra vida siendo figuras públicas... Y sin embargo aquí estábamos, reconfortándonos mutuamente, sin podernos alejar el uno del otro.

Me quedé mirándole; yo tenía la espalda apoyada en el respaldo del sillón así que las pequeñas luces de la entrada, las únicas prendidas en la sala, le daban en la mitad de la cara y hacían brillar sus pestañas, húmedas por las lágrimas. Tenía los ojos cerrados, como si se fuera a quedar dormido. Pero al sentir que le miraba los abrió, mirándome fijamente. En otras situaciones y con cámaras delante no podíamos mantener un contacto visual tan prolongado, pero sin nadie que nos juzgara podíamos estar horas así. Él parecía esperar algo de mí, tal vez tenía miedo de que yo continuara la discusión, pero en lugar de eso le soplé la cara, logrando que parpadee de la sorpresa. Sus labios se curvaron en una sonrisa tímida pero se animó a brindarme un beso pequeñito y fugaz. Yo sólo podía mirarle como siempre, con mil cosas que decirle, pero que no hacía falta decir.

-Bésame...-le susurré a escasos centímetros de distancia.

Pude adivinarle una mirada llena de dulzura, como esas de antaño, y reclamó mi boca como suya una vez más.

Nos besamos lentamente, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. Exploré su boca, masajee su lengua con la mía en un beso profundo, apreté su cuerpo contra el mío, sentí su pierna subirse a mi cadera y no pude evitar enviar una mano a su muslo y acariciarlo cuan largo era. Dios mío.... Subí mi mano por su cintura y por debajo de la ropa, tocando con la yema de los dedos el costado de su torso, encontrándome con la cicatriz de la mordedura; cómo me había enfadado al escuchar su anécdota, ese día me quedé con las ganas de matar a ese entrenador parguela.

Pocas habían sido las veces en que Willy tomaba la iniciativa, pero supongo que fue por la situación. Aprovechando que sus brazos me rodeaban el cuello, se incorporó sobre mí, con una pierna a cada lado y un brazo a un lado y a otro de mi cabeza, sin dejar de besarme. Me acomodé mejor en el sillón y sólo pude dejarme llevar por el fuego otra vez; era adicto a la sensación que producía su cuerpo pegado al mío. Lo tomé de la cintura para balancearlo adelante y atrás para lograr rozarnos por un rato. Fue inútil que tratáramos de relajarnos porque nuestras respiraciones y palpitaciones se aceleraron de nuevo con aquél juego. Se detuvo luego de un rato. Él me miró fijamente a los ojos. Su mano descansó en mi mejilla. Su mirada recorrió mi cara como si me viera por primera vez...o la última...

Miedo... Eso es lo que vi. No sabía qué hacer. Cerré los ojos y tomé su mano con suavidad: besé su dorso, su palma, cada fino y largo dedo, pasé las yemas por mis labios. Su mano estaba fría, como siempre, al contrario que la mía, y de a poco entró en calor. Suspiré contra ella. Si esa era mi última noche con él, haría que durara como si fuera eterna...

Revivimos lo de la noche anterior, hicimos el amor tantas veces como nos dio el cuerpo. No dejé ninguna parte de su piel sin besar ni tocar, me grabé sus gemidos y sus suspiros a fuego en la mente, cada expresión de placer, el sabor dulce de sus besos y el salado de su piel sudada, la sensación de sus manos y sus labios sobre mi cuerpo y el calor de su interior cada vez que entraba en él. Todo. Quería guardármelo todo para mí...y también darle todo de mí, dárselo para que se lo llevara con él cuando se marchara...



Luego de unas horas que no conté le veía descansar a mi lado. Me levanté con cuidado, trepando sin dificultad por el respaldo del sillón. Fui al baño un momento y al volver apagué las luces de la casa, no sin antes buscar una manta; no quería despertarlo para ir a la cama. No me había dado cuenta de que había tomado la manta roja, aquella que había comprado cuando vivíamos en L.A. Me le quedé viendo por un momento, allí desnudo en el sillón, de costado y con un brazo estirado en el lugar que dejé. Me recargué en el respaldo para verle más de cerca; la persiana de la sala estaba levantada y la luz de la luna que iluminaba las montañas también entraba por ella y acariciaba la piel pálida de Willy... Era lo más hermoso que había visto en la vida... Seguramente no encontraría nada igual...

Suspiré, sin saber qué hacer. Le eché la manta encima con cuidado y me puse los bóxers. De repente el cielo retumbó e instantes después una cortina de agua cayó del cielo. Me le quedé viendo desde dentro de casa, paseando la mirada por las gotas que alcanzaban la ventana y formaban patrones al azar. De todas maneras no lograría dormir y sólo le despertaría si volvía al sillón.

Un montón de ideas me revoloteaban en la cabeza para hacer a partir de ese momento. Yo ya me sentía frustrado y vencido. Sentía que no tenía más fuerzas, así que me resigné a lo que sea que él eligiera. Era una actitud extraña en mí, el darme por vencido con algo que quería pero...era suficiente.

Sentí su cercanía incluso antes de que apoyara su mejilla en mi hombro; podría encontrarle en una habitación a oscuras y hasta con los ojos vendados. Miramos la lluvia por unos minutos; él y yo podíamos estar en completo silencio y aún así estar bien con eso. No necesitábamos de palabras para entendernos.

-Debo irme...-dijo quedamente.

Sabía que diría eso. Un trueno retumbó a lo lejos y cayó en las montañas. Nadie podía vernos desde esa ventana. Nadie fue testigo de lo que pasó.

-Vale...-musité, sin despegar los ojos de la tormenta.

Oí el ruido de la ducha en el baño y supe que se alistaba. Yo sólo tomé mi manta abandonada por él y me la calcé en los hombros; no tenía caso que me vistiera. Me senté en el brazo del sillón mirando hacia afuera y al cabo de un rato Willy volvió. Se quedó parado a mi lado. Alcé la vista hacia él y, a contra luz, con las estrellas y la luna a su espalda, me dio un último beso, uno que debería saberme dulce pero estaba contaminado por el amargo de la despedida.

-Te quiero...de verdad te quiero...

Ese susurro seguramente me torturaría en los días que me quedaran de vida. Si tan sólo eso fuera suficiente, pero no lo era. Yo quería más.

No me salieron las palabras, fue como si me hubieran cortado las cuerdas vocales. Y sin decir más, se fue.

La lluvia calmó después de media hora al menos, sólo caía una llovizna ligera, media hora en la que me quedé en silencio, con la mente en blanco y un dolor en el pecho que no se iba. Me levanté, la manta cayó al suelo y abrí la puerta corrediza. El aroma de la tierra húmeda me dio de lleno. Caminé despacio hacia afuera; debería sentir frío con la lluvia empapándome...pero nada. Levanté la cara hacia el cielo y las gotas me mojaron la cara. Poco a poco, el nudo en mi garganta se hizo insoportable. Ahhhh...ahí estaban. Unas lágrimas que volvían a salir y se mezclaban con la lluvia, un llanto que Willy no debía ver. Y el frío...

Mi Willy...Mi Guille... Creo que al fin pude aceptar que él...hace tiempo dejó de ser mío...o nunca lo fue... Y ahora lo que me queda de él es el vacío que me dejaba su ausencia, porque ya nada sería como antes. Me encargaría de que así sea...

"Fire Meet Gasoline". *( #WIGETTA )*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora