Christiane

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CHRISTIANE.

La idea de volver a ser dependiente de la heroína me horrorizaba. Pero cuando Detlev andaba volado y yo no, la corriente que nos unía, desaparecía y nos sentíamos como dos extraños. Por eso cuando Detlev me volvió a pasar droga, la cogí. Jeringa en mano, nos prometimos nunca más volver a ser dependientes físicamente de esa droga. Estábamos convencidos que después del verano seríamos perfectamente capaces de terminar con el asunto de la noche a la mañana, a pesar de que ya habíamos comenzado a inquietarnos por conseguir la droga de la mañana siguiente.

Toda la mierda había recomenzado, desde la A hasta la Z. Sólo que no estábamos conscientes de que si llegábamos a estar tan reventados como ya lo estábamos en ese momento no seríamos capaces de manejar nuestra adicción.

Después de algún tiempo, Detlev comenzó a trabajar para nosotros dos. Eso no duró mucho tiempo y yo tuve que regresar a la calle. Pero, al comienzo, tuve una tremenda suerte ya que sólo trabajé para clientes conocidos y eso me pareció menos desagradable.

Desde que me vi obligada a regresar a la prostitución, Detlev me llevaba a casa de Jurgen. Un hombre muy conocido en el ambiente empresarial de Berlín. Gozaba de prestigio y almorzaba con los diputados. Pasaba los treinta pero se conservaba joven. Utilizaba el mismo vocabulario de los jóvenes y comprendía sus problemas. No vivía como los demás "cuadrados".

La primera vez que fui a la casa de Jurgen vi a una docena de jóvenes alrededor de una mesa de madera, iluminada por velas colocadas en candelabros de plata y decorada con botellas de vino de las mejores marcas. La conversación era general y muy moderada. Observé que los tipos y las niñitas que estaban sentados alrededor de la mesa eran de clase alta. Jurgen parecía ser el líder y me dije a mi misma que debía tener hábitos bastante excéntricos. En primer lugar, me impresionó ver ese suntuoso departamento donde cada cosa debía costar una fortuna. Luego encontré fantástico que con todo eso, el tipo fuera así tan relajado, tan humano.

Fuimos recibidos en calidad de amigos a pesar de que éramos los únicos toxicómanos... Conversamos un rato y luego una pareja preguntó si podían ir a darse una ducha. Jurgen respondió: "Por supuesto. Las duchas están para eso".

Las duchas estaban justo a un costado del living. Ellos partieron. Algunos chicos y chicas los siguieron. Y luego regresaron completamente desnudos pidiendo toallas. Yo me decía:" Qué grupo estupendo. Todo el mundo se siente a sus anchas aquí" Y también Detlev y yo podríamos tener un departamento como ese en el futuro, e invitaríamos a nuestros amigos con "clase". De repente, varios de ellos empezaron a pasearse completamente desnudos o iban cubiertos por una toalla. Y comenzaron a besarse. Una pareja partió al dormitorio principal donde había una cama inmensa. Un ancho pasillo ubicado entre la sala y le dormitorio permitía ver todo lo que allí ocurría. La pareja hacía el amor y los otros se le unieron en esa inmensa cama. Los tipos besaban a las niñas, los tipos se besaban entre ellos, Algunos lo hacían sobre la mesa.

Entonces comprendí: era una partuzza. Querían que nosotros participáramos. Pero a mí todo eso no me decía nada, no quería que llegara cualquiera y me besara. No me disgustaron. Me gustó verlos cómo disfrutaban de esa manera. Pero por eso era que a mí me gustaba estar a solas con Detlev. Detlev y yo nos fuimos a un cuarto. Nos acariciamos y terminamos por desvestirnos. De pronto, allí estaba Jurgen mirándonos. Eso no me molestó. Menos después de lo que había visto en ese departamento... Después de todo el era el que nos pagaba. Lo único que deseaba era que no nos tocara. El se conformaba con vernos y se masturbaba mientras yo hacía el amor con Detlev. Un poco después nos dimos cuenta que nos había pillado la máquina: yo tenía que regresar a casa. Jurgen deslizó discretamente un billete de cien marcos en la mano de Detlev.

Los niños de la estación Zoo - Yo, Cristina F.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora