La madre de Christiane

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LA MADRE DE CHRISTIANE.

Después del fiasco de Narconon, mi ex marido decidió llevarse a Christiane a vivir con él" para hacerla entrar en razón", esa fue la expresión. Desde mi punto de vista, esa no era la mejor solución. En primer lugar, no podía vigilarla durante las veinticuatro horas del día. Además que mis relaciones con él no habían sido de las mejores y me disgustaba la idea de confiarle a Christiane. Más aún cuando nuestra hija menor se alejó de su lado porque dijo que su padre era demasiado duro con ella.

Pero ya no sabía a qué santo encomendarme y me dije que quizás sus métodos podían ser más eficaces que los míos. Podría ser también —no excluyo esa posibilidad— que tenía ganas de convencerme que tenía que deshacerme de la responsabilidad de Christiane. Después de su primer intento de abstinencia yo estaba en permanente estado de alerta. Pasé por períodos en que me sentía esperanzada para luego recaer en la más profunda desesperación. Cuando le solicité al padre que interviniera, me encontraba física y moralmente al borde de un abismo.

Tres semanas después de aquella dolorosa "limpieza" (aquella que Christiane y Detlev realizaron en mi casa), la primera recaída me provocó el efecto de un martillazo en la cabeza. La policía me llamó a la oficina para informarme acerca del arresto de Christiane, y me pidieron que la fuera a buscar. Me quedé sentada en mi escritorio, tiritando entera, miraba la hora cada dos minutos. No me atrevía a solicitar permiso para salir de inmediato. No podía confiarle a nadie lo que ocurría. ¿Qué diría mi jefe? De pronto comprendí al padre de Detlev. En el fondo me sentía avergonzada, terriblemente avergonzada.

En la Comisaría encontré a Christiane con los ojos hinchados de lágrimas. El policía me mostró la huella del pinchazo todavía reciente sobre su brazo. Agregó que la habían detenido en la estación del Zoo donde estaba en "una actitud equivocada". ¿Qué había querido decir con "una actitud equivocada"? No podía imaginarlo —quizás no quería cejar en mi obstinación. Christiane se sentía terriblemente desgraciada por haber recaído. Intentó practicarse una "limpieza". Sin Detlev. No se movía de casa, parecía haber tomado el asunto en serio. Me armé de coraje como pude y me dirigí al colegio para informarle al profesor sobre lo ocurrido. El se espantó pero agradeció mi franqueza ya que los otros padres no actuaban de esa manera. Me informó, además, que había otros alumnos que se drogaban. También me dijo que le gustaría mucho ayudar a Christiane pero que no sabía cómo hacerlo.

Siempre sucedía lo mismo: a dónde iba, los demás estaban tan desconcertados como yo, o bien, se desinteresaban totalmente de personas como Christiane. Fue una experiencia que me tocó vivir con frecuencia. Poco a poco me fui enterando de lo fácil que resultaba que un adolescente se aprovisionara de heroína. Bastaba con observar lo que sucedía en el camino a la escuela. Ví a los revendedores que aguardaban en Hermannplatz, en Neuköln. No podía creer lo que escuchaba cuando uno de ellos abordó a Christiane en mi presencia al salir de clases. Algunos eran extranjeros pero había alemanes entre aquellos traficantes. Christiane me contó cómo los había conocido, qué vendía, a quiénes y todo lo demás.

Todo esto me pareció completamente de locos. ¿En qué mundo estábamos viviendo?

Quise que Christiane se cambiara de colegio para evitar al menos esos encuentros en el camino a la escuela. Las vacaciones de la Semana Santa estaban próximas y yo esperaba que en un ambiente diferente, ella pudiera correr menos riesgos. Se trataba de una buena idea pero algo ingenua al final de cuentas, pero de todas maneras, no fue admitida en otra escuela. Estaba muy decepcionada pero se limitaba a decir:" Todo esto no tiene ningún sentido. Lo único que me puede ayudar es una terapia". Pero ¿dónde se podía encontrar una vacante? Llamé a todos los servicios posibles e imaginables. En el mejor de los casos, me daban la dirección de un Consultorio Anti-Drogas. Allí, exigían que Christiane se presentara por su propia voluntad. Hablaban por lo general, muy mal de sus colegas pero todos coincidían en un punto: era indispensable que la decisión proviniera del postulante, de lo contrario, no habría sanación.

Los niños de la estación Zoo - Yo, Cristina F.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora