Epílogo: Él, "Mi Amado"

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""Yo soy de mi amado, y mi amado es mío; mi amado cuida de su rebaño entre las rosas.""

Cantares 6:3

Isabel estaba sorprendida por lo que sus ojos veían. Dejando todo atrás, sabía que nunca volvería a su pasado. Aun así, recordar lo vivido la llenaba de gratitud. Ahora, libre de las afrentas, la persecución y la opresión, entendía lo afortunada que había sido al ser perseguida y juzgada injustamente, pues la recompensa por creer en la promesa de su Amado superaba todo lo que había imaginado. Lo que ahora veía ante sus ojos excedía sus expectativas, parecía un sueño del que no quería despertar nunca.

Al entrar por las grandes murallas del Invencible Reino, no podía contener las lágrimas ni articular palabra alguna, anonadada por el entorno. La sola idea de ser ciudadana de ese Reino, gracias al Amado de su alma, la llenaba de gratitud. Deseaba vivir intensamente cada momento junto a Él.

En el camino hacia el reino, le explicaron que residiría allí temporalmente, hasta que el reino malvado fuera vencido y su tierra restablecida. Entonces, reinaría con su Amado Rey en su nuevo hogar por el resto de sus días. Mientras tanto, disfrutaría de la paz en este Justo Reino junto a Él.

A punto de entrar en la ciudad, Isabel observaba todo a su alrededor, absorta en cada detalle. Desde el carruaje, miraba un hermoso paisaje; a su derecha, un mar de cristal que brillaba intensamente bajo el sol. A lo lejos, un gran castillo la esperaba, el más alto de la ciudad. Al saber que se dirigían allí para celebrar su boda, su corazón se llenaba de ansias y nerviosismo.

Pasaron por unas grandes puertas doradas adornadas con piedras preciosas, y su corazón se llenó de regocijo al cruzarlas. Maravillada, observaba cada rincón de la ciudad: las calles de oro, los edificios de tono tornasol adornados con piedras coloridas.

Muchas personas saludaban alegremente por la llegada del Rey junto a su Perfecta y Amada Novia. A su alrededor, los cánticos y exaltaciones al Rey Misericordioso resonaban, mientras doncellas danzaban con panderos al ritmo de flautas y arpas, creando una armonía que unía al pueblo.

Isabel, absorbida por el entorno, dejaba atrás su pasado para abrazar plenamente su presente. Tras un largo recorrido por la ciudad, admirando cada calle, persona y belleza natural, llegó a su destino. Entusiasmada, se bajó del carruaje y, ajustándose el vestido, comenzó a subir los largos escalones hacia unas gigantescas puertas que la invitaban a entrar en el gran Palacio Real.

Al llegar, permaneció de pie, incierta de qué hacer. Después de unos segundos, aún temblorosa ante la expectativa de conocer al Padre, las puertas se abrieron lentamente ante ella. Isabel, abrumada y sin saber cómo reaccionar, dudó antes de entrar.

¡Acércate, sube aquí! —escuchó Isabel una voz llena de autoridad. A pesar de su nerviosismo, se armó de valor para atravesar aquellas puertas.

Siguió la voz que la invitaba a presentarse ante Su Presencia. Mientras caminaba por los largos pasillos, llegó ante un gran trono que brillaba como diamantes y rubíes. Alrededor del trono, un arcoíris resplandecía como esmeraldas. A su lado, veinticuatro ancianos rodeaban el trono y ofrecían exaltaciones al Rey de reyes. Isabel, completamente sobrecogida, cayó postrada ante la majestuosidad de lo que sus ojos veían; lloró en gratitud, pues la escena superaba su capacidad de comprensión.

En ese momento, sintió una mano sobre su hombro. Sobresaltada, levantó la cabeza para ver quién la tocaba y encontró a Aquel a quien su alma ama, mirándola lleno de amor. Así como en el momento en que descendió de su majestad para salvarla, Él se agachó para llegar a su corazón.

De tantas lágrimas que has derramado en esta vida por mí, prometo recompensarte. Por tu fidelidad, te llenaré de gozo. Te aseguro que las cosas viejas en tu vida han pasado; ahora, míra las nuevas —dijo Él con voz serena y prometedora.

Después de estas palabras, Isabel lo abrazó mientras Él reía, feliz de sentir el amor de Isabel hacia Él.

Mi amada Isabel, fuiste apartada para mí. Por eso te amo tanto —dijo él, sonriendo a través de lágrimas.

—Gracias —repetía Isabel, llorando de gozo. —Gracias por elegirme a pesar de todas mis imperfecciones. Gracias por darme las fuerzas para no rendirme, porque honestamente no sé qué hubiera sido de mi vida sin ti. Ahora, permíteme vivir todos los días de mi vida amándote de la forma en que tú me amaste.

El Amado de su alma sonríe mientras toma su rostro y enjuga todas sus lágrimas; luego se levanta para ayudarla a ponerse de pie. Antes de celebrar las bodas, ella compareció ante el juez para ser juzgada. Sin embargo, su Amado tomó su lugar y el Juez del Reino no encontró falta en él. Gracias a su intercesión, ella fue hallada sin culpa.

Después de que se anunciara el veredicto final, ella recibió una hermosa corona de vida. Quitándose la corona, se postró ante su Amado para ofrecérsela, pensando: "Esta corona, que obtuve gracias a él, debe ser suya."

La tan esperada boda finalmente se celebró, y desde ese momento, ella supo que nunca más recordaría el llanto ni el sufrimiento, pues todo había pasado y estaba lista para lo nuevo en su vida. Tomando la mano de su Amado, ambos se dejaron llevar por la sinfonía de una flauta, entonando juntos una canción:

Yo soy de mi amado y mi amado es mío. Hoy quiero oír el sonido de tu voz, ven a conducirme en esta danza de amor. Ven a danzar, Amado de mi alma. [Ref. Ven A Danzar; Toma Tu Lugar]

Ella detuvo su cántico para observarlo durante varios segundos mientras el sonido de la flauta llenaba el lugar. Luego del silencio, detuvo su danza y, separándose un poco de su Amado, se inclinó.

Hoy me rindo a ti, Amado Jesús.

Después de la boda, vivió en celebración todos los días de su vida, siempre junto a su Amado Rey, su Señor, su Jesús. Sentada en una mesa rodeada de millares de personas, se sintió a gusto al haber encontrado una familia.

Comprendió lo que era la verdadera comunión: no solo una comunión eterna con su Amado, sino también con su nueva familia, disfrutando juntos de la Gracia que habían recibido. Reconoció que, al igual que ella, muchos a su alrededor habían sido escogidos entre tantas personas en la tierra para ser parte de la familia del Salvador, de Aquel que amaba a su Pueblo y deseaba reinar con ellos desde el inicio de los tiempos y hasta la eternidad y más allá.

Ahora sí.

Este es, sin duda, el final feliz que tanto hemos esperado, nosotros que confiamos y creemos en Él.

El Regalo de mi Novio: El Regreso | Novela CristianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora