Capítulo 3: Libertad

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"Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud."

Gálatas 5:1 NVI

Me moví con desesperación, el dolor había disminuido solo un poco, lo suficiente como para que pudiera moverme levemente. La espera en este lugar se había prolongado tanto que ya no sabía cuánto más duraría. A pesar de todo, no podía permitir que mi esperanza muriera; debía mantenerme firme hasta el final, convencida de que Él vendría a rescatarme. Sabía que no me abandonaría y esa era la esperanza que me mantenía viva en esta tierra oscura. Aunque a veces sentía que no podía soportarlo más, debía ser perseverante.

Sabía que mi Amado regresaría por mí.

Sin embargo, la duda comenzaba a atacarme. Las palabras de aquella mujer resonaban en mi cabeza, crueles y dolorosas como sal en mis heridas.

«¿Acaso se olvidó de ti tu Amado?

«¿Dónde está tu Amado?

«Has perdido tus días de juventud por alguien que amas con devoción.

Ya habían pasado exactamente tres días desde que me encerraron en una celda, tratándome como a una criminal aislada de la sociedad. Por mi amor hacia Él, me consideraban una desquiciada, un trastorno para la sociedad. Mis acciones y palabras eran diferentes, y aunque mostraba amor hacia los demás, solo recibía repudio.

Estaba en un lugar tan carente de amor que sentía que me estaba desgastando.

Con el paso del tiempo, mi deseo de salir de aquí crecía. Estaba exhausta de las humillaciones, los golpes y los maltratos. Cansada de ser tratada como escoria, mientras los guardias se burlaban y me trataban cruelmente, recordar esos momentos me hacía llorar.

Por suerte, aquella terrible mujer se había ido, gracias al cielo.

Sin embargo, debo confesar que luchaba contra la depresión y la ansiedad por estar encerrada. Mi desesperación aumentó al saber que mi Amado estaba al tanto de todo lo que me sucedía y aún así no hacía nada para sacarme de aquí.

Por todo esto, estaba experimentando emociones mixtas, frustrada y devastada por las dudas que me acosaban. Estaba en un estado de decepción.

¿Cuánto más tendría que esperar aquí?

¿Hasta que me mataran?

Saqué el regalo de mi Amado y lo miré con enojo.

Quizás aquella mala mujer tenía razón. Quizás ya era hora de rendirme.

No sabía cuánto más podría esperar. ¿Hasta estar completamente arrugada? No quería eso. Yo solo quería estar con Él, más que eso, lo necesitaba ahora.

—¿Por qué me haces esto? —lloriqueé mirando mi regalo.

Me moví de un lado a otro, y escuché cómo las puertas de la celda se abrían. El miedo creció en mí al ver a unos guardias acercándose. Con gran nerviosismo, escondí mi regalo dentro de mi vestido y esperé a que llegaran frente a mí.

Uno de los guardias entró a la celda, tomó mi muñeca y me jaló bruscamente hacia él. El dolor estalló cuando su mano hizo contacto con mi piel herida.

El guardia, sin importarle que me hubiera lastimado, me empujó para sacarme de la celda.

—Vamos, mugrosa —me dijo con desprecio.

Cansada de los insultos, gruñí molesta.

Al escuchar mi queja, el guardia se detuvo, se volteó a verme y, sin darme tiempo de reaccionar, me dio una cachetada que me hizo caer al suelo.

El Regalo de mi Novio: El Regreso | Novela CristianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora