Encuentro

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La persona responsable de la fogata era nada más y nada menos que mi propio hermano, Miguel.

¡Hola hermanito!—me saludo Miguel con mucha alegría—

¡Miguel! ¡Ven vamos! ¡Javier y yo estábamos muy preocupados por ti y los demás!—le respondí—

¿William e Iván no están con ustedes?—dijo Miguel muy preocupado—

No—le respondí igualmente con preocupación—

Te acompañaré—me dijo—Ayudame a llevar estas cosas—

El sol ya se estaba poniendo cuando terminamos de mover las cosas del refugio de Miguel al mio, entre esas cosas habían una tijera, una cajita de fósforos, una gran roca que Miguel usaba como silla y dos bolsas de pan.

Javier estaba muy emocionado de ver a Miguel por muchas razones, pero la principal fue que Miguel tenía un amplio conocimiento de los primeros auxilios.

Durante las noches, los sonidos de los animales salvajes nos atormentaban y preocupados por lo que pudiera pasar, nadie lograba conciliar el sueño, hasta que se nos ocurrió una magnifica idea, tomar la madera del piso del yate y utilizarla para hacer alguna especie de vivienda.

Miguel y yo fuimos allá y nos dispusimos a realizar la tarea.

¿Y como sacamos la madera sin dañarla?—le pregunté a Miguel—

Busca en el resto de la lancha a ver si encuentras el cuchillo para picar el pescado y un tenedor—me contestó—

Está bien—le dije mientras empezaba a buscar—

Tras veinte minutos de búsqueda volví con el tenedor, no pude encontrar el cuchillo.

¿Y el cuchillo?—me pregunto Miguel—

No lo encontré—le contesté—

¿Habían mas tenedores?—me preguntó el—

Si—le respondí de inmediato—

¿Y que esperas?—me replicó— ¿Acaso esperas que yo lo haga todo?

¡Ya voy!

Miguel puso las dos puntas del centro del tenedor alrededor de el clavo y empujó, el clavo salió, así hizo con todos y yo lo imité.

Al cabo de un par de horas habíamos sacado toda la madera de la lancha y la llevamos al refugio, lo principal fue levantar unas paredes, pero esa madera no nos servía para eso, así que la dejamos por si la necesitábamos después.

Un día Miguel volvía de explorar con una muy buena noticia, había encontrado un excelente lugar para mudarnos, nos lo describió como un hermoso lugar dónde el atardecer era más bello que cualquier otro y el fresco viento te acariciaba el rostro, una gran colina se alzaba como protegiéndolos y ahí, en el pie de esa colina podíamos hacer nuestro refugio.

¿Y como movemos a Javier?—le pregunte a Miguel—

Podrían tomar algunas de esas tablas y hacer una especie de camilla, me montan encima y me cargan sobre sus hombros—planteó Javier con facilidad—

Excelente idea Javier—lo felicitamos tanto Miguel como yo—Hagamoslo—

Después de un par de infructuosos intentos, logramos hacer una camilla que resistiera el peso de Javier (55kl) y lo cargamos con mucho esfuerzo hasta el lugar que Miguel relató. Cabe destacar que durante todo el trayecto Javier se sintió y comportó como un Rey, solo con la intención de hacer el viaje divertido y fastidiarnos de todas las maneras posibles.

Un día después de partir llegamos, al hermoso lugar.

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