El agua se nos estaba agotando, habían pasado dos meses sin llover en lo absoluto y el abrasante sol había contribuido a que se acabará con rapidez.
—¡Agua! ¡Agua!—Gemía Miguel mientras deliraba—
—No hay más—le respondí—
—¿Asi moriremos?—se preguntaba Javier a si mismo—
—Podemos beber agua de coco—le contesté—No es lo mismo, pero no moriremos de sed—
Cada tarde buscábamos cocos y recolectábamos entre tres y siete, no encontrábamos más porque la visibilidad era muy baja a esa hora, y no podíamos buscarla en el día porque teníamos riesgo de sufrir una insolación.
A la semana estábamos completamente recuperados, pero la mayoría de los cocos que podíamos alcanzar con palos los habíamos tumbado y el resto estaban muy altos.
En poco tiempo nos habíamos bebido los cocos que nos quedaban y la sed volvía rápidamente.
En la mañana salimos a la rutina de búsqueda de cocos, entonces vi un pequeño roedor famélico, iba camino hacia una pequeña gruta en las rocas, en circunstancias normales no le habría prestado ni la más mínima atención, pero esta vez me picó la curiosidad.
Observe y al poco rato el roedor volvió a salir con el pelaje humedecido, se detuvo y se empezó a sacudir unas gotas de... ¿Agua? ¡Agua! Ahí había un manantial, oculto y protegido.
—¡Ayuda! ¡Necesito ayuda!—gritaba para llamar la atención de mis compañeros—
—¿Que sucede?—Preguntó Miguel—
—¡Encontre agua!—dije completamente emocionado—
—¿¡Donde!?—preguntó Javier—
—Dentro de las rocas, ¡Ayudenme a picar!—
Cogimos unas pequeñas piedras desperdigadas por ahí y con ellas golpeamos la roca por horas, pasadas las cuatro de la tarde (según el sol) la roca se agrietó y pudimos ver el agua, tan fría, tan sabrosa, tan... Necesaria para la vida.
Con un animo renovado golpeamos con más fuerza y la roca cedió, el manantial estaba a nuestro alcance y tomamos agua como si no hubiera un mañana.
—¡Deliciosa y divina agua!—gritó Javier con la cara mojada—
—¡Estamos salvados!—Exclamó Miguel—
En un día estuvimos completamente restaurados, pero un problema había surgido, al liberar el manantial, el agua había atraído animales más grandes, como cervatillos y jabalíes, y si dejábamos que bebieran a sus anchas, el agua se acabaría dentro de muy poco.
Un día nos pusimos a debatir y llegamos a la conclusión de que no podíamos dejar que los animales muriesen de sed, porque ellos también son seres vivos y por miedo a un castigo divino, y como dijo Miguel, el que a hierro mata, a hierro muere; la solución era fácil, teníamos que distribuir el agua de tal forma que ni tanto nosotros como los animales sufriésemos sed.
—Odio el calentamiento global con todo mi ser—Se quejó Javier—
Esto nos funcionó por unos dos días, pero los animales siempre querían más y más,
hasta que el nivel del agua empezó a peligrar, lo cual nos obligó a volvernos más firmes.Cuando intentaban ir a beber los espantábamos, pero eso disgustó a más de alguno, los cuales se atrevieron a volverse más osados, hasta el punto que nos intentaban embestir o incluso nos seguían hasta nuestra "cabaña", pero una noche, llegaron demasiado lejos...
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La Isla
PertualanganUnas vacaciones entre amigos se tornan en una pesadilla cuando un paseo en yate termina en naufragio en una isla, los supervivientes tendrán que aprender a sobrevivir si quieren mantenerse con vida hasta que llegue la ayuda.