"Somos lo que creemos ser" – C.S. Lewis
El sonido de las olas que impactan contra mis pies resuena en mis oídos, congela mi alma, y me hunde un poco más en la húmeda arena.
Lo solitario de este paisaje es su propia belleza. Tan cautivador como peligroso, invita a recorrer las costas que dibujan la figura delicada de una mujer, abrazada por la caricia azul de un Titán cuyo horizonte parece no tener fin; un punto casi tan indefinido como exacto, donde se deposita un beso que lleva consigo la luz de los astros.
Al observar el acto la mente se dispersa, y la brisa que trae una lluvia helada de gotas que reflejan el color gris, parece detenerse congelando el tiempo.
Todo se hace negro.
Un suave impacto renueva los sentidos, el escozor de la arena en la yema de los dedos abre las puertas a una visión de algodón, que se acerca cada vez más a mi rostro.
Y vuelo.
Al caer la noche ya no se trata de una brisa de lluvia, sino de una salvaje tormenta que confunde surcos de agua dulce con salada, siguiendo el camino trazado de la figura que alguna vez fue abrazada por el mar. Los violentos rayos no hacen más que advertir la vista de una diosa que se ríe tan cruelmente como los truenos se lo permiten.
Y el Titán se revuelve.
Cada ciclo se reinicia, otro dulce beso devuelve lo que fue robado y la arena, se arremolina recelosa de aquella húmeda brisa que le acontece. Todos los sentidos recuperan su actividad habitual, la luz no permite que vea que estoy cayendo al vacío, en un momento.
Sólo despierto.
~N.
