Los pasos lentos de una dama marcan el ritmo firme y la fluidez del agua que danza cristalina a las orillas de un palacio helado.
La suavidad y delicadeza se contrastan furiosamente con el galope de un caballo que respira fuego, un fuego que crece de las espuelas animándolo a forzarse más allá de sus capacidades. El río que los acompaña parece brillar travieso con la pacífica luz de luna que descansa en el horizonte durante su máximo esplendor, opacando hasta la más destacable estrella.
Con el suave oleaje se moja el tul delicado que cubre sus pies, así como la gasa del color del agua que los adorna. Es el frescor de sus lágrimas liberadas por la brisa lo que tiñe su juventud con un toque de nostálgica magia. Sin embargo, es el roce de los pétalos de cerezo lo que aminora su espera, impulsando el latir de su corazón a la velocidad del caballo que corre a su encuentro.
Humo de aliento esperanzado, nace de los labios de un caballero que a pesar de la distancia supo reconocer el velo de la dama que espera. Aún cuando los años han pasado ella no ha cambiado, condenada a vivir en la eternidad danzando en vilo por su alma gemela.
La imagen se reproduce como la primera vez, al momento en que unas manos callosas vuelven a sentir la textura de la seda, mientras los pétalos de cerezo a sus espaldas despiertan de su letargo para unírseles en su coreografía. La dama se abraza al calor por el que tanto ha esperado para separarse dando vueltas de forma continua, imitando los contornos delicados de una rosa gracias al movimiento de su vestido.
El ritmo aminora su tempo, el caballo ya no respira fuego.
Las manos dejan de ser callosas para verse recubiertas por guantes que negros, siempre han sido. A medida que la luna se esconde el hombre se convierte en caballero, y la caricia tan íntima como carnal, se vuelve un halo frío conforme los rayos del sol naciente se dejan entrever como reflejos en el cielo.
Las manos son condenadas a olvidarse a la espera del próximo solsticio de invierno, mientras el caballero persigue las tinieblas que lo devolverán a su congelado infierno y la dama devuelve sus pasos firmes al agua que con su fluidez cristalina oculta su palacio helado, cubierto de cenizas de cerezo.