"What should be lost is there..." – Beauty of the Beast – Nightwish.
Una gota espesa de sangre recorría lentamente las huesudas líneas del rostro de un muchacho, quien corría desesperadamente por algún olvidado pasadizo entre los túneles debajo de la mansión más lúgubre jamás vista.
Un gutural gruñido se oyó a lo lejos, y el joven se paralizó. A su cabeza le vinieron imágenes de lo que aquél le había hecho a una indefensa chica, su chica. Su estómago no le permitió recordar mucho más aparte de como sus uñas recorrían...
Se contuvo de una arcada, lo único que le faltaba era delatar su posición al dejar que su vida saliera por su boca. Sonrió casi irónicamente divertido, ese espejo que lo había reflejado todo, le había aportado razones suficientes para correr y nunca mirar atrás.
Algunos pasos resonaron en la caverna, se sentían pesados, aún así se escuchaban como desesperados, apresurados. El muchacho casi se ríe, la locura lo estaba invadiendo y consumía lo poco que le quedaba de cordura, una cordura que había mantenido su cuerpo en movimiento a pesar de las heridas. Apartó su mano de su profunda laceración en las costillas para restregarla en su ensangrentada frente, apartando los cabellos pegados y el sudor, pues su otro brazo era inútil ya no tenía remedio.
Escuchó los pasos acercarse y la desesperanza lo invadió; aunque eran tan lentos como los propios e igual de cansados, podía hasta imaginarse que tenían lo que a él le faltaba: determinación.
Se detuvo, atento al suspiro grave de una voz cuyas cuerdas vocales se habían visto corroídas luego de tanto gritar. Se dio cuenta que el sonido provenía de un lugar mucho más cercano de lo que él estimaba, y se apresuró a correr.
La bestia se agitaba.
Él se ahogaba.
La bestia gruñía.
Él gritaba.
La bestia... él.
Una mano que no terminaba de definirse sino en garras, alcanzó la tan ansiada luz, pero en su lugar rasgó el vestido blanco de una joven con negros cabellos que yacía pálida en una cama recubierta con un fino dosel. Sus labios antes rojos, ahora se encontraban blancos y su sonrisa, se había transformado en una fina línea de paz que completaba el arte de un rostro dormido, perdido en sueños.
La bestia tomó el cuerpo entre sus brazos con una delicadeza sólo conocida por las caricias que la joven alguna vez le había prestado. Se sentía tan frágil, tan liviana, como si con un solo movimiento pudiera romperla. En su llanto la bestia fue cayendo, abrazándose a la fina tela del vestido blanco que rodeaba la figura de su amada, mientras que su cuerpo adoptaba la mejor forma para envolverse en ella.
Las lágrimas dieron espacio a su letargo, y su consuelo se disolvió entre las manos de porcelana. Fría, tan fría.
Tiempo después, poco antes del ocaso, un hombre vestido de frac caminó entre la nieve portando un ramo de rosas, rojas como la brasa antigua de un fuego que debería estar extinto.
Conforme el sol se escondía, una olvidada salida cuyas interminables escaleras guiaban hacia abajo recibió el impacto del reflejo de las rosas iluminadas por los últimos rayos del astro. Un color tan similar a la sangre y tan vivo como el fuego se esparció sobre la capa de hielo que presentaba signos de estar a punto de derretirse. El hombre esperaba que bajo ella se admirara la belleza de unos ojos que habían admirado la bestia en los suyos sin temor.
Entonces el hombre volteó y observó la luna, que se alzaba poderosa reclamando el trono de los cielos, sintiendo la cruz que cargaba un poco menos pesada a medida que una sonrisa casi maniática se dibujaba en su cara y los ojos de una bestia brillaban.
El hombre se alejaba.
La bestia despertaba.
El hombre reía.
La bestia gruñía
Él... la bestia.
~N.