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Un hombre entra por la puerta, yo ya estoy en una esquina de la cama hecho un ovillo, preparado para los golpes que probablemente me gane por decir no a cada una de sus demandas

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Un hombre entra por la puerta, yo ya estoy en una esquina de la cama hecho un ovillo, preparado para los golpes que probablemente me gane por decir no a cada una de sus demandas. Para mi sorpresa escucho pasos ir y venir y la puerta cerrarse de nuevo. Lentamente abro los ojos y dejo de abrazarme a mí mismo, observando un plato de puré en la mesita de mi izquierda y a un tipo desconocido apoyado en la puerta de entrada, con cara de desinterés.

Aun así me tapo con la manta, avergonzado por mi desnudez. Él no parece siquiera notar mi movimiento.

Me mira por encima del hombro y señala el plato, como si fuera estúpido.

—Es tu comida. Deberías estar agradecido de que el amo haya querido alimentarte, ayer dice que te comportaste como un niñato. —lo miro con los ojos abiertos como platos ¿Agradecido? Miro entonces el bol lleno de esa masa pringosa y maloliente y lo miro a él de nuevo.

Sí, ambas cosas me repugnan: los vampiros y su asquerosa comida. Mi sangre hierve a pesar del miedo: no me comporté como un niñato, sino como un maldito ser humano, con derechos humanos y libertad. Ese hijo de puta se encoge de hombros cuando le asesto una mirada furibunda.

El silencio media entre los dos hasta que mi estómago ruge como un león. Debería sentirme avergonzado, pero solo estoy profundamente enfadado. Tomo el plato cuando lo señala por segunda vez, dispuesto a intentar comer para seguir vivo. Cuando alzo la primer cucharada u aroma hediondo llega a mi nariz.

¡Es más mierda que comida! Lanzo el plato al suelo y se rompe en mil pedazos, la masa informe se pega al suelo, quedándose junta; esa cosa del demonio no es puré, es un ente con consciencia que desea conservar su integridad. Dios santo, que alguien acabe con esas gachas asesinas antes de que se reproduzcan.

Cuando mi alteración se calma alzo la vista y me topo con los ojos decepcionados del vampiro. Me había olvidado de él. Trago saliva, pero no parece enfadado.

—Ah, como quieras. —espeta antes de irse tranquilamente, sin atacarme o recoger el desorden o simplemente verse preocupado por mi ataque de ira.

Durante el resto del día nadie vuelve a entrar para traer más comida o para darme agua; tampoco nadie limpia el estropicio, pero a mí me da igual. No es mi problema.

Al final del día o lo que presupongo que lo es, pues no tengo ventanas para comprobar si el tiempo pasa como yo lo percibo, alguien gira el pomo. Sé quién es antes aún de que la puerta se abra. Solo hay un tipo en todo el lugar —al menos, que yo conozca— que se demora tanto en abrir las puertas, seguramente para quedarse al otro lado escuchando como mi corazón se dispara.

Como es previsible aparece en la habitación y me mira con magnificencia y diversión desde el marco de la puerta.

—¿Has decidido ya comportarte bien? —pregunta, altanero. Su gran sonrisa enmarcando sus colmillos.

Órdenes y desorden (gay, BDSM, vampiros) [EN AMAZON]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora