1• Fingir

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Porque fingir para Kyoka no era un problema, a pesar de que odiara el mundo, sabía fingir una sonrisa, y es que ni siquiera podías ver el sufrimiento en sus ojos.

Kyoka era una niña bastante bonita, una japonesa de pelo negro, siempre recogido en dos moños despeinados y sus ojos también negros, que casi no se le podía ver la pupila. Su piel pálida que contrastaba muy bien con sus labios rojos y sus hoyuelos al sonreír. Sí, desde luego era preciosa,como una muñeca se podría decir.

Pero las apariencias siempre engañan, y Kyoka sabía fingir lo que era, una persona feliz y hermosa, que no se preocupa por qué su madre este muerta y que su padre la maltrate, no, ella sabe fingir felicidad y sobre todo indiferencia. En especial en el colegio...

-Kyoka, ¿Qué llevas puesto?- preguntó una rubia acercándose a Kyoka.
-Parece sacado de un vertedero. Oh, espera, ¡Lo es!- comentó otra morena siguiéndola.
-Que cosa más horrible, deberías quemarla antes de que alguien más la vea- se burló una azabache, mirando la prenda de la japonesa con asco.

Sí, esas tres eran su problema principal. Son guapas, altas, delgadas, etc.

Empezando por Ámber, una rubia que no le faltaba ni dinero, ni belleza, ni ego.

Seguida por Heather, una morenaza de buen cuerpo que bajaba el autoestima de cualquiera.

Y terminando en Lea, una niña muy talentosa que recibía la atención de todos por sus buenas actuaciones.

Desde luego era tanto lo que tenía que fingir con esas tres ratas encima de ella, que ya se había vuelto una experta. Y aunque se estuviera muriendo por dentro mientras esas tres se reían de ella, puso una de sus mejores sonrisas, se despidió, y se fue de allí.

Porque sí, ella era así, todas las palabras de odio dirigidas a ella las respondía con sonrisas, porque sentía que tenía que hacerlo. Era tan patética que no sabía hablar por si sola, simplemente se dedicaba a escapar, para una vez llegar a casa, quitarse la máscara de encima y comenzar a llorar como no lo hacía en todo el día.

Sí, era agotador, y ya estaba cansada de esa rutina, pero no tiene voz para quejarse, así que se dedica a callar y soportarlo todo.

Pero sobretodo, se dedica a fingir.

Sin final felizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora