Expediente 3. La chica de la curva (1)

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—Batres está situado en lo que llaman el Parque Regional del curso medio del río Guadarrama —explicó Mat, mientras consultaba su smartphone —, en el kilómetro treinta y cinco de la M-404 y a cuarenta y cuatro de Madrid capital. Es famoso por su castillo del siglo XV donde residió el escritor y también militar Garcilaso de la Vega...
—Pareces un guía turístico —se rió Jade.
—Solo leo lo que dice la Wikipedia.
—¿Hay algo más que pueda interesarnos? —Quiso saber Martín.
—Nada más, aparte de que fue una villa romana llamada Gran Watria, pero no, nada que nos interese a nosotros.
Lozano que era quien conducía el monovolumen que el departamento les había cedido, miró a sus compañeros.
—¿Por dónde tengo que ir?
—Toma la dirección hacia Navalcarnero —indicó Mat —. Esta muy cerca de ese pueblo.
Lozano obedeció y una hora escasa más tarde llegaban sin novedad a Batres. El castillo, en obras fue lo primero que les llamó la atención.
—Iremos a la comisaría de policía y allí nos indicaran donde podemos localizar a esa pareja —dijo, Martín. Los demás le siguieron en silencio. Había decidido al final y ya que se trataba de su primera misión, que acudiesen todos y los cinco se encaminaron en dirección al centro del pueblo.
Al llegar junto a la comisaría, Lorenzo Martín entró solo. Los demás esperaron sentados en un banco de la plaza principal del pueblo.
—Buenos días, Soy el inspector Martín. Busco al subinspector Trujillo.
—¡Trujillo! —Gritó el policía —, preguntan por ti.
El subinspector Trujillo levantó la cabeza desde detrás de una pantalla de ordenador y se acercó hasta el mostrador de recepción.
—Le esperaba, inspector. Haga el favor de seguirme a ese cuarto.
Entraron en una pequeña habitación y Trujillo cerró la puerta tras él.
—Me han dicho que viene expresamente de Madrid para entrevistarse con la pareja que dijo haber visto algo raro la otra noche, ¿no es así?
—Así es.
—No es que sea suspicaz, que lo soy, pero me pregunto por qué tanto interés en ello. Esa parejita iba hasta las cejas de porros y de quién sabe que más. Su testimonio carece de verosimilitud. Me han ordenado que le ayude en todo lo que necesite... Como si no tuviera otras cosas que hacer.
—Yo solo hago lo que me ordenan, señor Trujillo. Me gustaría que me diese la dirección de esos jóvenes así haré mi trabajo y no le molestaré más.
—¡Oiga! Perdóneme si le he ofendido, pero no me gusta que me digan lo que tengo que hacer. En Madrid se piensan que lo saben todo y que nosotros, unos pobres pueblerinos, tan solo nos chupamos el dedo.
—No me ha ofendido, señor Trujillo. Usted sería incapaz de ofenderme por mucho que lo intentase. Ahora haga el favor de darme esa dirección y podrá seguir haciendo lo que le venga en gana.
Trujillo empalideció, pero no dijo nada. Tan solo buscó una anotación en su agenda y la escribió en un papel, entregándoselo después a Martín.
—Los policías de la capital con toda vuestra autosuficiencia sois un asco...
—Gracias —contestó Martín —. Yo también le deseo buenos días.
Salió de la comisaría escuchando el murmullo que quedaba atrás, a su espalda y al que no prestó atención y se encaminó hacia el lugar donde sus compañeros le esperaban.
—¿Algún problema, jefe? —Preguntó Lozano.
—Ninguno. Creo que ha llegado el momento de comenzar a trabajar. Tomaremos un café.
En la cafetería, Martín preguntó por la dirección que le había dado el subinspector Trujillo. No quedaba muy lejos de allí. En realidad nada quedaba muy lejos en un pueblo tan pequeño.
Cuando terminaron de desayunar se acercaron hasta la vivienda de los dos jóvenes que decían haberse topado con lo imposible. La pareja se encontraba en casa y con alguna reticencia abrieron la puerta, dejándolos pasar. Se acomodaron en el salón de la casa y Martín se sentó frente a ambos jóvenes.
—Ya contamos los sucedido a la policía y no nos creyeron —dijo el dueño de la casa a modo de disculpa.
—Lo sé. Pero nosotros les prestaremos la atención que ustedes reclaman. ¿Podrían decirme sus nombres?
—Me llamo Joaquín y ella es mi novia Teresa.
—¿Qué fue lo que sucedió exactamente, Joaquín?
—Fue la madrugada del sábado pasado y volvíamos de una fiesta. Yo conducía y estábamos llegando ya al pueblo cuando me pareció ver a alguien en medio de la carretera. Era una mujer, de eso me di perfecta cuenta, pero había algo extraño en ella...
—Podría describirla.
—Era joven, de cabello oscuro y no muy alta. No llegué a ver su rostro, no tuve tiempo de hacerlo porque cuando hizo aquel gesto yo aceleré y no paré hasta llegar a casa.
—¿Qué gesto hizo?
—Me señaló con la mano, apuntándome con su dedo. Fue horrible. Estuve a punto de salirme de la carretera un par de veces del miedo que tenía. Al día siguiente fui a la comisaría y di parte de lo que vimos. Solo pensaba en que esa mujer podía haberse escapado de un centro psiquiátrico y que a esas horas podía haber sido atropellada. No me creyeron, dijeron que había bebido y que lo habría imaginado...
—¿Usted también la vio, Teresa? —Preguntó Martín a la joven.
—¡Ya lo creo! No puedo quitármela de la cabeza.
—¿Y no reconoció en ella a alguien del pueblo?
—Conozco a casi todo el mundo, es un pueblo pequeño y llevo toda mi vida viviendo aquí, pero a ella nunca la había visto, antes. Yo sí pude ver su rostro y esa expresión...
—¿Qué expresión?
—De tristeza. Parecía a punto de llorar... Pero lo más sorprendente no fue eso, sino lo que ocurrió después.
—¿Y que sucedió?
—Cuando Joaquín arrancó el coche, sobrepasándola yo me volví a mirar hacia atrás y ya no estaba. Aquella mujer había desaparecido de repente.
—¿Usted también creyó que podría tratarse de una persona?
—No lo sé. Ya no sé que creer...
—Pues eso es todo. Nos han sido de mucha ayuda y... —Martín iba a levantarse cuando el joven posó una mano en su hombro.
—Hay algo que no le he contado a la policía —dijo Joaquín.
—¿Y qué es?
—Ya le he dicho que cuando vimos a esa persona o lo que fuera, nos detuvimos un par de minutos. Fue un kilómetro más adelante cuando nos encontramos con un accidente. Un camión había embestido a un coche y todo había sucedido tan solo unos minutos antes...Si no nos hubiéramos detenido al ver aquella aparición ese camión podría habernos alcanzado a nosotros.
—¿Cree que esa extraña aparición les salvó la vida?
—Estoy convencido de ello...

2.

Era ya de noche, una noche fría y oscura, cuando el grupo llegó hasta el lugar donde había tenido lugar la aparición dos noches atrás. Lozano detuvo el automóvil junto a una pronunciada curva.
—Es un punto ciego de la carretera —dijo Carlos —. En este lugar ha tenido que haber muchos accidentes.
Lorenzo coincidió con él. En muchas carreteras españolas ese tipo de curvas eran consideradas puntos negros, pero nunca se hacía nada para remediar este problema.
—¿Qué haremos ahora? —Preguntó el padre Mauri.
—Esperar —contestó Martín.
—Crees que algo va a suceder, ¿verdad? —dijo Jade.
—Estoy convencido de que algo ocurrirá, otra cosa es que crea que llegue a gustarme. Las cartas lo decían, ¿no?
—Nunca en mi vida me había pasado lo que me sucedió el otro día. Hay una fuerza maligna tirando de nosotros y la verdad, tengo miedo.
—El mal siempre está presente —explicó el padre Mauri —. Lo que no es aconsejable es ir a buscarlo.
—Siempre leí que el bien es mucho más poderoso que el mal —dijo Lorenzo.
—En las películas puede que sea así, pero en la vida real el mal no tiene rival. Todo cuando de dañino sucede tiene una causa y esa causa proviene de él, del diablo. El mundo es su patio de recreo.
—¿Cree en el diablo como en algo físico? —Quiso saber Mat, atento a la conversación.
—Creo en el mal como en una entidad. En alguien que no se basa en nuestros códigos morales y a quien en realidad le importamos un comino. Somos un medio para conseguir un objetivo y este es el de crear miedo. El miedo es el mayor enemigo de las personas. Te impide crecer y desarrollarte y coarta tus acciones. El miedo es oscuridad, mientras que Dios es luz. Con Dios en tu corazón no existe el miedo.
—¿Y como vencer ese miedo? —Preguntó Jade.
—Con la oración. Rezar no es tan solo hablar con Dios, también es refugiarte en sus cálidos brazos donde el miedo no existe. Reza y ahuyentarás tus temores.
—Creo que empezaré a rezar ahora mismo —dijo la joven.
Martín miró su reloj. Eran las doce y tres minutos de la noche y la carretera permanecía desierta. El cielo encapotado presagiaba lluvia y un viento frío comenzaba a soplar agitando las copas de los árboles cercanos. Salió del coche y se alejó de él unos metros hasta que la oscuridad pareció envolverle. En la penumbra creyó distinguir algo e hizo un gesto a sus compañeros.
—Me ha parecido ver algo ahí delante, junto a esos arbustos —les dijo cuando llegaron junto a él.
Jade se había quedado algo apartada y no dejaba de mirar al lugar que Lorenzo había señalado.
—¿Sientes algo, Jade?
No tuvo tiempo de contestar porque en ese momento una mujer salió de entre los arbustos y caminó hasta el centro de la carretera, tras ella apareció un hombre que se quedó mirándolos con cara de pocos amigos.
Martín soltó de golpe el aire que retenía en sus pulmones, aliviado y también un poco desilusionado.
—Solo era una parejita buscando intimidad —dijo el padre Mauri.
La pareja desapareció por la carretera y al rato escucharon un coche que se alejaba.
—Es mucho más cómodo hacerlo en el coche —opinó Jade —. Y más íntimo también.
—Hay personas a las que les atrae el riesgo —replicó Mat.
—Pues a estos les hemos dado un buen susto —dijo el padre Mauri —. Creo que la próxima vez se lo pensarán mejor...
—¿Qué hacemos ahora, jefe? - Preguntó, Lozano.
—Seguiremos esperando, aunque creo que lo mejor sería separarnos.
Jade le miró angustiada.
—¿Separarnos?
—Sí, podemos formar parejas, yo iré solo —dijo Martín —. Usted padre Mauri irá con Mat y tu Carlos con Jade, ¿estáis conformes?
Todos asintieron y se alejaron del automóvil tomando distintas direcciones.
Martín caminó por el borde de la carretera en dirección a la famosa curva donde la pareja había tenido su extraño encuentro y poco a poco la oscuridad y la soledad le envolvieron como un sudario. El viento comenzó a soplar haciendo aquella noche de octubre más fría y arrastrando las nubes que velaban el cielo nocturno y dejando entrever las brillantes estrellas. Tan solo escuchaba el ruido de sus pisadas sobre la grava y algún que otro ladrido lejano acallado por la distancia. Ni un solo automóvil se cruzó con él en aquella apartada carretera secundaria y por un momento se preguntó si había sido una buena idea el ir él solo.
Mientras tanto llegaba junto a la mediana que separaba la carretera de un pronunciado barranco. Según los testigos la joven había desaparecido de repente y Martín comprobó que a un lado y a otro no había forma posible de esconderse. Por un lado estaba el precipicio que nadie en su sano juicio hubiera intentado descender y mucho menos a oscuras y del otro lado, una empinada elevación casi cortada en vertical que hacía imposible su escalada y que llegaba a una altura de unos doce metros.
Martín desistió en su empeño de averiguar lo sucedido e iba a darse la vuelta y volver por donde había venido cuando el ruido de unos pasos le hizo detenerse. Frente a él y a unos escasos diez metros se encontraba una joven en mitad de la carretera. Su cabello negro le ocultaba su rostro y el ligero vestido veraniego que llevaba resultaba bastante incongruente en una noche como aquella, bastante fría.

Martín dudó en acercarse. La joven miraba al suelo sin levantar la vista de él y caminaba muy despacio en su dirección, ajena a su presencia y a todo cuanto la rodeaba. Solo al llegar muy cerca del policía, levantó la cabeza y sus ojos buscaron su mirada. Lorenzo Martín no pudo evitar un escalofrío al ver aquel su rostro. Un rostro lleno de tristeza. Un rostro que no le hubiera gustado tener que contemplar. 

 

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Los expedientes secretos. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora