Expediente 3. La chica de la curva (2)

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Jade que para la ocasión se había vestido con una camiseta y unos tejanos, mudando su uniforme de bruja por unas más cómodas ropas, se fijó en su acompañante que encabezaba la marcha un par de metros por delante de ella. El joven evitaba en todo momento su presencia haciéndole sentirse muy incómoda.

—Perdona, Carlos. Te llamas Carlos, ¿verdad? Puedes parar un poco.
Carlos Lozano se volvió a mirarla y en ese momento Jade descubrió la verdad.
—Lo siento —dijo Lozano al darse cuenta de que prácticamente se había olvidado de la muchacha —, estaba pensando en mis cosas y...
—No tienes que disculparte aunque, eso sí, no me gustaría quedarme sola. Este sitio me pone de los nervios.
—Lo siento —repitió.
La joven se fijó en él. Era bastante atractivo, no tan joven como aparentaba ser, quizás unos veintiocho años y algo tímido... No, se dijo, algo no; muy tímido con el sexo opuesto y con total seguridad, homosexual.
—Quizás te hubiera gustado más tener como acompañante a Mat, en vez de estar conmigo.
Carlos se rió. Le gustaban las personas directas.
—En realidad me gusta estar contigo, Jade. Eres una joven muy madura para tu edad.
—Ya, pero no soy tu tipo, ¿verdad?
—No, no lo eres, pero ¿eso importa? Me gusta tu compañía aunque yo para entablar relaciones soy un desastre. No soy lo que se dice una persona muy dicharachera.
—No te preocupes, yo hablaré por los dos en ese caso. Todo el mundo me dice que ni debajo del agua dejaría de hablar.
Carlos volvió a sonreír.
—¿Llevas mucho tiempo trabajando con Lorenzo? —Se interesó la joven.
—Tres años, casi cuatro.
—¿Y es siempre así. Tan serio y formal?
Lozano lo pensó un segundo y luego asintió.
—Pues sí. A veces puede llegar a ser demasiado serio y formal.
—Te gusta, ¿verdad? He notado la forma en que le miras y no me importaría nada que alguien me mirase así.
—Le aprecio y también le admiro. Es un gran policía y...
Jade frunció el ceño.
—No hay nada de malo en admitir que te gusta, Carlos. Además yo no pienso ir corriendo a contárselo.
Carlos dudó durante varios segundos y luego asintió.
—Me gusta. Pero él no es como yo, así que sería de imbéciles pensar en ello, ¿no?
—Pero soñar está bien. Yo creo que los sueños y las esperanzas son como las guindas del pastel. Sin ellas se puede comer, esta sabroso y comestible; pero con ellas se puede disfrutar.
El rostro de Carlos se ensombreció por un instante.
—Lo dicho, eres una mujer muy madura para ser tan joven.
—Tal vez lo sea... Pero también soy una bocazas —dijo Jade dándose cuenta de que había metido la pata —. No debería inmiscuirme en tu vida. En realidad, ¿a mí qué puede importarme quién te gusta y quién no? Ahora la que lo siente soy yo.
Carlos le pasó un brazo por los hombros.
—Una amiga se interesaría por esas cosas y yo nunca he tenido ninguna.
Jade iba a contestar cuando algo llamó su atención. Frente a ellos, justo en el centro de la carretera había alguien. Carlos Lozano también se había percatado de ello e hizo que Jade se colocase tras él.
—¿Quién es...? —Preguntó la joven.
Carlos meneó la cabeza, negando.
—No lo sé...

2.

Mauricio Castellar, más conocido por padre Mauri, se sentó en una piedra del camino. A pesar de que la noche era bastante fresca, él había empezado a sudar.
—Deberíamos haber tomado la otra dirección. Ir cuesta a arriba no está hecho para mí.
—¡Venga, padre! Que no se diga, sí está usted hecho un chaval —dijo Mat, sonriendo.
—Sí. Ya quisiera yo tener tus años, hijo.
—¿Es verdad lo que cuentan de usted?
—¿Y que es lo que cuentan de mí?
—Que es usted una especie de exorcista.
—Lo soy, aunque no sé de qué especie, pero lo soy.
—¿Y... Y lo ha hecho muchas veces? Me refiero a eso, a los exorcismos.
—Unas cuantas.
—¿Y siempre salió bien? He oído que a veces...
—Estás en lo cierto. No siempre salen bien las cosas. A veces acaban muy mal. Sí, muy mal —Mauricio cerró un momento los ojos, pensativo —. Sobre todo cuando la persona poseída es alguien a quien conoces y te das cuenta de que no podrás ayudarle. Sobre todo cuando es un niño pequeño a quien tratas de ayudar y sobre todo cuando es tu propio nieto el que acaba muriendo en tus brazos. A veces los exorcismos acaban terriblemente mal...
—Lo... Lo siento, yo no quería...
Mauricio Castellar ocultó el rostro tras sus manos.
—No te preocupes. Ocurrió hace mucho tiempo. Desde entonces tengo una cuenta pendiente y sé que no tardaré en saldarla. El destino me ha unido a este grupo con un solo objetivo, volver a enfrentarme a él. Y te juro que en la próxima batalla saldré triunfador.
—¿Cómo sabe usted eso?
—Lo sé, Mateo. Es algo que siempre he sabido.
El padre Mauri se levantó y comenzó a andar. Todo el cansancio parecía haber quedado atrás, desterrado por la determinación que le animaba cuando pensaba en su próximo enfrentamiento. Ahora se sentía preparado para esa lucha y sabía que no se iba a dejar vencer con tanta facilidad como aquella otra vez. Mat le siguió con dificultad hasta que de pronto algo le hizo pararse en seco.
—¡Padre Mauri! —Exclamó, más asustado de lo que nunca se hubiera atrevido a admitir.
El anciano se volvió con súbita rapidez al escuchar el inesperado tono de voz del joven. Lo que vio le heló la sangre en las venas.

3.

La joven no se había movido del sitio en el que se encontraba y parecía hacer caso omiso de él, sin embargo Martín estaba convencido de que era consciente de su presencia.
—Hola —dijo —, ¿puedo ayudarte?
—Nadie puede ayudarme —escuchó en un susurro apenas audible. La voz era la de una joven, su apariencia también, pero Martín sabía que hasta ahí llegaban las comparaciones porque en el fondo de su ser se daba cuenta de que no estaba frente a un ser vivo.
—Yo podría ayudarte si me dejases.
Por vez primera la joven levantó la cabeza y le miró. El brillo opaco de sus ojos negros, la palidez de su rostro y sus blanquecinos labios impactaron a Martín que no pudo sostener su mirada.
—¿Qué te sucedió? —Preguntó.
—Morí... Aquí, en esta carretera.
Martín no podía creérselo. Estaba hablando con un supuesto fantasma y eso era algo que sobrepasaba todos sus límites. En su interior sentía dos poderosas fuerzas que tiraban de él en distintas direcciones. Por una parte notaba la imperiosa sensación de huir. Salir corriendo y dejar atrás aquello, fuera lo que fuese. Y por otra parte se sentía obligado a ayudarla. Aún no sabía por cuál decantarse.
Con toda la paciencia de que era capaz y tratando de no hacer ningún movimiento brusco, Martín sacó su teléfono móvil del bolsillo de su americana. Rápidamente pulsó en el botón donde el aparato guardaba los contactos y marcó el número de teléfono de Lozano. Necesitaba ayuda urgentemente. Se veía incapaz de enfrentarse a aquello el solo.
—Jefe, creo que debería venir... No se va a creer lo que tenemos delante... —dijo la voz de Lozano, bastante alterada.
—Créeme si te digo que en este momento estoy dispuesto a creer cualquier cosa —respondió, Lorenzo Martín —. Venid en cuanto podáis...
Colgó la llamada y con el teléfono móvil aún en la mano activó la cámara de fotos mientras de reojo observaba la aparición. La joven había vuelto a su ostracismo inicial, desentendiéndose de él, por lo que aprovechó para tomar varias fotografías y así tratar de convencerse a sí mismo de que lo que veía era real y no fruto de su mente.
La expresión en el rostro del fantasma cambio de repente. Una infinita tristeza se reflejó en sus rasgos antes de que la joven volviese a hablar.
—Él te observa, Lorenzo. No podrás escapar de él... Nadie puede escapar...
—¿De quién? ¿Quién me observa?
—Tú le conoces. Ya le has visto, hace mucho tiempo. Ahora es él quien te ve a ti...
Martín sintió en ese momento un fortísimo dolor de cabeza y unas imágenes desfilaron veloces por su mente. Recuerdos enterrados en su memoria que trató de olvidar en vano y que ahora surgían como ascuas ardientes hiriendo su alma. Recuerdos borrosos de lo sucedido en su infancia.
Martín exhaló un gemido y cayó de rodillas al suelo al tiempo que sujetaba su cabeza a punto de estallar. Cuando por fin pudo volver a abrir los ojos se dio cuenta de que se encontraba solo. La joven había desaparecido.
Carlos y Jade aparecieron cinco minutos más tarde. En sus rostros se reflejaba la agitación que traían. Al verle caído en el suelo, Carlos corrió a ayudarlo.
—¿Qué te ocurre Lorenzo? ¿Te encuentras bien?
Martín balbuceo un sí que apenas salió de sus labios. En su mano aún sujetaba con fuerza el teléfono móvil y la supuesta prueba de lo que acababa de vivir. Un prueba irrefutable de que lo que muchas personas afirmaban ver, era real.
—La vi, Carlos... La vi...
—Lo sé. Nosotros también vimos algo, aunque no sabría decir qué fue.
—Yo creo que lo que nosotros vimos era una impregnación —explicó, Jade —. Como la película de unos hechos ocurridos tiempo atrás. El accidente que acabó con la vida de la joven que murió aquí.
En ese momento llegaron junto a ellos Mat y el padre Mauri. Por la palidez de sus rostros se dieron cuenta de que no habían sido los únicos en enfrentarse a ese fenómeno.
—¡Nunca había pasado tanto miedo en toda mi vida! —Exclamó, Mat.
—¿Qué fue lo que visteis vosotros? —Preguntó, Carlos.
—Al demonio —dijo, Mauricio —. Vimos al demonio.

4.

Martín había descargado las fotografías de su teléfono móvil al ordenador de la comisaría. La calidad no era muy buena, pero la prueba que buscaba se encontraba allí. En las imágenes, algo borrosas y con bastante ruido, podía observarse la figura de la joven con la que estuvo conversando.
—¿Estás completamente seguro de que no era una persona de carne y hueso? —Le preguntó el comisario Salcedo.
—Seguro al cien por cien. Esa joven no estaba viva —aclaró, Martín.
—¿Pero cómo puedes estar tan seguro?
—Lo estoy, comisario. Ya sé que es difícil de creer, pero es lo que sucedió. Ella habló conmigo y me advirtió de un peligro. Como si hubiese alguien acechándonos.
Salcedo resopló y tal y como era su costumbre, se levantó de su asiento y miró por la ventana de su despacho. Abajo la gente continuaba con sus monótonas vidas sin percatarse siquiera de lo que había a su alrededor y que, si era cierto lo que le estaba explicando Martín, era bastante más transcendental de lo que cabía imaginar.
—No me sirve, Martín —dijo el comisario —. Necesitamos algo más claro.
—La próxima vez trataré de traerla conmigo —farfulló, Lorenzo —. Quizás así llegue a creerme.
—Sabes que no es eso a lo que me refiero. Yo, personalmente te creo, pero estoy seguro de que habrá personas que no lo hagan. Esas fotografías no demuestran en absoluto que esa joven sea un fantasma, aunque lo sea o tú creas que lo es.
—¿Y qué hay de lo que vieron los otros miembros del grupo?
—Martín —Salcedo pronunció las siguientes palabras muy despacio —, era de noche, estabais en un paraje solitario y estabais condicionados por la idea de ver a esa chica de la curva. Cualquier psicólogo os diría que visteis lo que queráis ver.
Martín reconoció que Salcedo tenía razón. Cualquier experto desmontaría sus teorías sin demasiado esfuerzo.
—Entonces no sé qué podemos hacer para convencerlos.
—Si quieres que te diga la verdad, yo tampoco lo sé. Pero hay personas influyentes interesadas en que sigáis con estos casos y eso es lo que haréis. Vuestra próxima misión será en una casa presuntamente encantada en la que ocurren fenómenos muy misteriosos. Te dejo el expediente de este caso y cuando estéis preparados acudiréis allí.
Martín tomó el expediente y ya se disponía a salir del despacho cuando Salcedo le hizo una última pregunta.
—¿Qué sentiste al tener delante de ti a uno de esos seres? ¿Miedo?
—Tristeza, comisario, sentí mucha tristeza.  

  

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Los expedientes secretos. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora