Fantasmas del pasado (1)

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Verano de 1978.

1.

El niño corría por las vacías calles del pequeño pueblo andaluz a una hora en la que nadie en su sano juicio hubiera salido de sus casas, menos aún tratándose del mediodía de un caluroso mes de agosto, pero el pequeño tenía prisa por llegar a donde sus padres le habían indicado. Era algo que no pensaba perderse por ningún motivo, pues no todos los días el circo visitaba aquel pequeño pueblecito y esa era una ocasión especial.
El niño llegó junto al descampado, muy cerca de las afueras del pueblo, donde varias auto caravanas, camiones y furgonetas habían ido congregándose durante los días posteriores. A pesar de la hora y del sol que caía con fuerza sobre el desolado paraje, el ajetreo era inmenso. Cientos de personas trabajaban montando casetas de madera, tendiendo cables, instalando generadores eléctricos, colocando luces y trabajando sin descanso para ultimar los preparativos antes del día de la inauguración. La gran carpa a rayas rojas y blancas se elevaba en el cielo como un gran globo desinflado.
—Lorenzo —gritó otro niño, llamando la atención del recién llegado —. Han traído las fieras.
Lorenzo Martín, de diez años de edad se acercó hasta el privilegiado lugar donde su amigo Julián se encontraba.
—¿Las has visto? —Le preguntó.
—Las tienen en ese camión de allí. Hay tigres y leones y elefantes y serpientes.
—Vayamos a verlas —dijo Lorenzo con una amplia sonrisa en su rostro.
—No creo que nos dejen acercarnos —contestó Julián.
—No vamos a pedírselo a nadie. Nos colaremos.
Ambos niños se arrastraron bajo la verja que protegía el recinto sin que nadie los viese y llegaron junto a un inmenso camión protegido por una lona, agachándose junto a él.
—Voy a mirar —dijo Lorenzo —. Tu vigila que no venga nadie.
Julián asintió y Lorenzo levantó la lona introduciendo la cabeza por el hueco que había practicado. Su sobresalto fue mayúsculo al encontrarse frente a la despiadada mirada de un gigantesco tigre de Bengala que le observaba con curiosidad. El tigre emitió un rugido que heló la sangre del niño. El animal se había incorporado y avanzaba hacia él, cuando sintió que algo le cogía por la cintura y lo arrastraba hacia el exterior.
—¿Se puede saber qué estáis haciendo? —Dijo un chico algo mayor que ellos, de unos quince años de edad. Iba ataviado con un mandil de cuero sobre un sucio mono de trabajo. De un empujón arrojó a Lorenzo al suelo.
El niño le miró molesto.
—A ti que te importa —contestó, levantándose y sacudiendo el polvo de Sus pantalones.
—Yo me encargo de cuidar a los animales y vosotros no deberíais estar aquí... Voy a avisar al patrón.
Lorenzo le detuvo agarrándole por el brazo.
—Espera —le dijo —. Si te chivas nos castigarán...
—Haberlo pensado antes de colaros aquí —contestó el muchacho —. Ese tigre es un animal muy peligroso, podría haberte matado.
—Tienes razón —dijo el niño —, cuando me vio vino hacia mí... Tú me has salvado.
—Hace unos días atacó al domador y aún está en el hospital, yo creo que se trata del mismo demonio. Cuando le traigo la comida me mira y pienso que busca la ocasión para atacarme.
—¿Podemos irnos? —Preguntó Lorenzo poniendo cara de no haber roto un plato en su vida.
—Largaos, pero si os vuelvo a pillar cerca del tigre no tendré más remedio que hablar con mi jefe.
—No lo haremos —dijo el niño muy serio, mientras le tendía la mano —. Me llamo Lorenzo...
El muchacho le estrechó la mano con una sonrisa.
—Yo soy Flavio. Sois del pueblo, ¿verdad?
Lorenzo asintió. Iba a marcharse cuando vio como una mujer se acercaba hasta Flavio y le susurraba algo en el oído.
—Si podéis, venid esta noche. A las ocho habrá una pequeña actuación.
—Vendré —dijo el niño.

2.

Lorenzo reconoció a Flavio, aunque ahora vestía muy elegante con pantalón  y camisa oscura. Estaba junto a otro niño y una niña. Ambos debían pertenecer al mundo del circo, pues el chico vestía como Flavio y la niña llevaba un vestido como el que solían usar las bailarinas de ballet, pero cubierto de brillantes lentejuelas.
—Has venido Lorenzo —dijo Flavio con una sonrisa —. Te presento a Antonino y a Bernadette. Son hermanos.
—¿Eres un hada? —Le dijo Lorenzo a la niña, quien se echó a reír.
—Puede que lo sea —dijo Bernadette —. Si quieres seré tu hada particular.
Lorenzo la miró embelesado. Era algo mayor que él, debía tener unos trece años. Su pelo era de color castaño oscuro y sus ojos de un verde intenso. Lorenzo creyó encontrarse frente a una aparición. Nunca había conocido a una niña más bonita que ella.
—Bernadette trabaja en el trapecio, Lorenzo —le explicó Flavio —. Dentro de unos días podrás verla actuar. Ahora vayamos a ver a madame Salomé, ella adivina el futuro.
Flavio le guió hasta el pabellón de la pitonisa y Lorenzo comprobó encantado que Bernadette les seguía.
Entraron en lo que parecía una pequeña tienda cubierta de alfombras y cojines e iluminada por unas artísticas lámparas de latón que creaban unos fantásticos diseños con sus luces sobre las paredes y el suelo de la estancia. Lorenzo creía encontrarse en un mágico lugar como los que había leído en algunos de sus cuentos. Un lugar de princesas exóticas y genios en sus lámparas maravillosas y palabras encantadas que tenían la facultad de desvelar lugares secretos ocultos a la vista.
Madame Salomé se interesó por Lorenzo nada más verlo.
—Yo te conozco. Tú no eres del circo, ¿verdad?
Lorenzo negó con la cabeza.
—Vive aquí, en este pueblo —dijo Flavio.
La mirada de la pitonisa no se apartaba de Lorenzo. Estaba segura de que se trataba del niño con el que había soñado varias veces en los últimos días.
—Eres huérfano, ¿verdad? —Le preguntó y Lorenzo se preguntó cómo podía saberlo —. He soñado contigo y estoy segura de que nuestro encuentro no es casual.
—Mis padres murieron en un accidente cuando tenía siete años. Yo me salve.
—¿Eso es lo que te han contado tus padres adoptivos?
Lorenzo asintió.
—Sí, señora —dijo.
—Pero tú sabes que no es cierto, ¿verdad?
Lorenzo volvió a asentir.
—Se los llevó el hombre malo —dijo el niño.
—¿Tú llegaste a verlo?
—Sí.
—¿Y qué recuerdas de él? Explícame como era.
—Alto, oscuro, no me acuerdo muy bien. Me dio mucho miedo.
—¿Intentó hacerte daño a ti?
—Sí...No. No lo sé. Creo que quería algo de mí, pero no sé qué. No me hizo daño, dijo que nos volveríamos a encontrar cuando yo estuviese preparado...Dijo que aguardaría hasta entonces.
—¿Preparado para qué, Lorenzo? —Preguntó la pitonisa.
—Preparado para devolverle a la vida. Eso fue lo que dijo.
El silencio se hizo espeso en aquella pequeña tienda. Flavio y Bernadette miraban a Lorenzo con admiración. Jamás habían visto a Madame Salomé tan asustada como en aquel momento. Ellos mismos sentían el miedo que parecía haber colmado todos los rincones de aquella pequeña estancia  haciendo imposible hasta el respirar.
—Él volverá Lorenzo —dijo Madame Salomé — y deberás estar preparado para cuando eso suceda. Aún falta mucho tiempo para eso, pero llegará. Debes hacerte fuerte y encontrar personas que puedan ayudarte. Personas muy especiales. Ya sabrás a lo que me refiero cuando las encuentres. Entonces podrás hacerle frente.
—¿Quién es él? ¿Por qué se llevó a mis padres? —Preguntó el niño.
—Es alguien muy poderoso, Lorenzo. Alguien a quien, sin pretenderlo, tus padres invocaron. Fue un terrible error lo que hicieron al desencadenar a un ser mucho más maligno de lo que ellos podían suponer.
—¿Y qué quiere de mí?
—Tú poder, Lorenzo. Eres un niño muy especial. Tú eres el único que puedes devolverle a la vida, por eso debes ocultarte hasta que estés listo para afrontarlo. Yo te ayudaré a hacerlo. Te ayudaré a olvidar y cuando llegue el momento vendrás a verme. Estaré esperando por ti.

3.

Madrid. Invierno del 2018.

—Despierta, Lorenzo.
La voz, suave y cálida de Jade penetró en la mente del policía, devolviéndole al presente. Abrió los ojos muy despacio y vio el rostro de la joven. Ella sonreía.
—¿Te encuentras bien? —Le preguntó Jade.
—Sí —contestó recordando dónde se encontraba. La doctora Sandoval también sonreía, sentada junto a él. Catalina Sandoval era psicóloga y había sido la que le guió a través de sus recuerdos—. Creo que ha funcionado. ¿No?
—Hemos logrado ahondar un poco es esos recuerdos reprimidos —dijo Catalina—, sin embargo solo hemos conseguido arañar la superficie. Unas cuantas sesiones de hipnosis más y tal vez podamos saber cuál es el origen de esos miedos forjados en tu niñez.
—No creo que disponga de tiempo para ello, doctora —explicó Lorenzo Martín —. El momento que tanto temía ha llegado tal y como dije cuando estaba en trance, aunque ahora sé lo que debo hacer. He de encontrar a esa vidente, madame Salomé.
—Mi experiencia me dice que esa mujer no existe en realidad —dijo la doctora Sandoval —. Se trata tan solo de una figura arquetípica. Un guía, por así decirlo, un invento de tu mente.
—Yo sé que es real, doctora.
—Aunque lo fuera. ¿Qué edad podría tener ahora? Ha pasado muchísimo tiempo desde que, supuestamente la conociste.
Martín tuvo que reconocer que era cierto, sin embargo algo le obligaba a creer que esa mujer era muy real y que le estaba esperando.
—¿Cómo piensas localizarla, Lorenzo? —Le preguntó Jade —. No sabes su verdadero nombre, ni su dirección, ni nada sobre ella.
—No. No lo sé, pero puede que alguien si lo sepa...
—¿A quién te refieres?
—A Bernadette. Bernadette es la hija de madame Salomé.




Los expedientes secretos. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora