1.
Esta vez nos toca ir a un colegio —Dijo Lorenzo Martín examinando el nuevo expediente que el comisario Salcedo acababa de entregarle —. Se trata del colegio Nuestra Señora de la Luz de Madrid. Parece que están ocurriendo fenómenos muy perturbadores.
—¿Alguien ha visto un fantasma por los pasillos del colegio? —Preguntó Carlos Lozano.
—Parece ser que han ocurrido varios poltergeist recientemente y tanto profesores, como alumnos y el personal de limpieza del colegio empiezan a estar alarmados.
—Los chicos se lo estarán pasando en grande —dijo Mat —. Recuerdo que en mi instituto pasó algo similar y disfrutamos mucho jugando a los caza fantasmas.
—Así habría sido si no hubiera ocurrido la primera agresión. Una de las limpiadoras del turno de noche tuvo que ser hospitalizada con heridas de diversa gravedad —explicó Lorenzo —. Aún continúa ingresada en el hospital. Me gustaría que tú, Carlos te encargases de hablar con ella. Llévate a Mat contigo. Nosotros nos acercaremos al colegio.
—¿Qué hacemos cuando hayamos hablado con ella? —Preguntó Lozano.
—Venís al colegio y de paso os traéis todo el material, las cámaras, las grabadoras, ya, sabes. No quiero que el personal del colegio nos vea aparecer con todo el equipo.
—Entendido —contestó Carlos.
—Quiero que esta vez logremos resultados —recalcó Martín.
2.
Usando sus credenciales de policía, Carlos Lozano tuvo acceso garantizado a la habitación de la enferma. El joven repasó el expediente para recordar el nombre de la limpiadora: Teresa Jiménez Almanzor, de cincuenta y ocho años y natural de Granada.
Carlos entró en la habitación y se presentó.
—Soy el subinspector Carlos Lozano del cuerpo nacional de policía y este joven es Mateo, mi ayudante —dijo —. Estamos investigando sobre los hechos acaecidos la noche del veinte de septiembre en referencia a la denuncia impuesta por usted. Sería tan amable de contarnos lo sucedido.
—Ya se lo conté todo a la policía cuando me atendieron —dijo la mujer.
—Lo sé, pero me gustaría oírselo a usted.
—Está bien. Como ya sabrán trabajo en el turno de noche de limpieza del colegio Nuestra Señora de la Luz y...
—¿Trabaja usted sola? —La interrumpió Lozano.
—No, somos cuatro y nos dividimos el colegio en zonas. A mí esa noche me tocó la última planta, donde están las aulas de los mayores. Fue a eso de la una de la madrugada cuando sucedió...
—¿A qué hora entran a trabajar?
—Nuestro turno es de diez de la noche a dos de la madrugada.
—O sea que estaba a punto de acabar su turno, ¿verdad?
—Sí, así es. Tan solo me faltaba por limpiar un par de aulas y los servicios de esa planta. Fue entonces, al entrar en el aula trece cuando sentí algo...
—¿Qué es lo que sintió, señora Jiménez?
—Tuve la impresión de que no estaba sola, es más, me pareció oír unos pasos en el interior del aula. Al principio pensé que serían ruidos de la calle, pero luego me di cuenta de que eso era imposible. Las ventanas de esa zona del colegio dan a un patio y todo el recinto está protegido por un muro de tres metros de altura, hubiera sido imposible oír algo...
—¿Qué ocurrió después?
—Seguí trabajando durante un rato más, hasta que no tuve más remedio que dejarlo. Allí mismo, junto a la puerta había alguien... Era una niña pequeña y me miraba fijamente. La vi con total claridad, no fue mi imaginación. No tendría más de seis añitos y... —Teresa se llevó las manos al rostro —. Lo siento, es que aún me parece estar viéndola todavía, allí, en la oscuridad, con su bonito uniforme y sus trenzas adornadas con lacitos rosas.
—No se preocupe, comprendo que se emocione. ¿Dijo algo esa niña?
—No, no, solo me miraba y por su expresión... Pues que llegué a pensar que a lo mejor se trataba de una niña real, pero ¿qué hacía allí, sola y a esas horas de la noche?
—¿Qué tipo de expresión tenía, señora Jiménez?
—Miedo y eso fue lo que me hizo sentir, un miedo terrible... Fue entonces cuando salí corriendo y al bajar por la escalera tropecé, el resto ya puede verlo usted.
—¿Seguro que tropezó? ¿No la empujaría esa niña...?
3.
Llegaron al colegio a última hora de la tarde, cuando ya había cerrado sus puertas y los alumnos habían despejado las clases. El director del centro les esperaba junto a la entrada.
—Buenas tardes, soy el inspector Martín —dijo, tendiéndole la mano que el otro estrechó.
—Mi nombre es Basilio Roncal y soy el director de este centro. Le estaba esperando, inspector.
Lorenzo presentó a su vez al padre Mauri y a Jade.
—Es un placer —dijo el director —. Hagan el favor de acompañarme, hablaremos en mi despacho.
Les guió a través de varios largos pasillos hasta su despacho en la planta baja del edificio.
—Siéntese, por favor —dijo, indicándoles varias sillas que rodeaban un escritorio de madera. Don Basilio tomó asiento en su silla de oficina tras el escritorio.
—Me gustaría que me contase qué está sucediendo en su colegio, señor Roncal —dijo Lorenzo.
—En mi colegio no ocurre absolutamente nada, inspector. Tan solo la histeria de algunos empleados que han acabado por tergiversar los hechos contagiando al resto de los residentes.
—¿Entonces no cree que haya ocurrido lo que algunos de sus empleados aseguran?
—Por supuesto que no. Todo ha sido por culpa de esa mujer; Teresa. Ella fue la culpable de todo, pero la junta directiva está pensando en tomar medidas disciplinarias.
—Teresa Jiménez está en estos momentos ingresada en el hospital —aclaró Martín.
—Ella solita se lo buscó. Su delirante imaginación le hizo ver cosas que no existen y por ello tuvo el accidente. Pero lo peor fue después cuando empezó a contar lo que creyó haber visto y sobre todo el mal lugar en que dejó a este colegio.
—Me imagino que la mala prensa les habrá perjudicado, ¿verdad?
—No se puede hacer una idea —asintió el director —. Después que se supo lo que esa mujer iba contando a todo aquel que quisiera escuchar, muchos padres de alumnos se pusieron en contacto conmigo con la intención de sacar sus hijos de este centro. Esa loca nos ha hecho perder mucho dinero.
—Y eso es siempre lo más importante, ¿verdad?
—No sé a qué se refiere. ¡Claro que es lo más importante!
—Ya veo —Dijo Martín, resignado —. De todas formas mi obligación es comprobar que hay de cierto en el testimonio de Teresa Jiménez. Espero que no se opondrá.
—¡Claro que no! Tendrán toda mi colaboración y les ayudaré en todo lo posible...
—Lo único que necesito de usted es que nos permita el acceso a todas las dependencias del colegio, incluido su despacho y el de los demás profesores y que nadie interfiera en nuestro trabajo, señor Roncal. Nosotros trabajamos mejor solos.
El director asintió perplejo.
—¿Quiere decir que piensan encerrarse aquí toda la noche? —Preguntó a su vez.
—Efectivamente, eso es lo que quiero decir. Si tiene algún problema, el comisario Salcedo le atenderá gustoso y aclarará todas sus dudas.
El director, vencido, le entregó un manojo de llaves.
4.
Lozano y Mat llegaron al colegio media hora después de que Martín hubiera tomado posesión del mismo. Venían cargados de bultos y bolsas con todo el material que Martín les solicitó.
—Carlos, cuéntame que te dijo Teresa Jiménez —solicitó Lorenzo.
Lozano le contó su conversación con la mujer tal y como había tenido lugar.
—Ella asegura que esa niña se le apareció en el aula trece —dijo Carlos.
—Pues ese será el lugar donde investigaremos, pero primero haremos un recorrido por las distintas plantas y viendo la extensión de este edificio creo que esta vez tendremos que ir en solitario —Martín miró a Jade y luego dijo —. Lo siento, Jade, pero no hay más remedio que hacerlo así.
La joven asintió sin decir nada.
—Hay cuatro plantas —continuó diciendo Martín —. Tres de ellas están divididas en aulas y despachos del profesorado. La inferior es el sótano donde se encuentran los almacenes, la sala de calderas y demás cuartos de mantenimiento. De esa me encargaré yo. Tú, Mat te quedarás en el despacho del director que designaremos como centro de operaciones. Las tres plantas restantes os las dividiereis entre vosotros. Podéis echarlo a suerte si queréis. Dentro de una hora volveremos a encontrarnos aquí. ¿Entendido?
Todos aceptaron y echaron a suerte que planta les correspondía a cada uno. Al terminar todos tenían asumidas sus responsabilidades.
—Entonces queda claro. Tú, Jade te encargarás de esta planta. Usted padre subirá a la siguiente y tú, Carlos te encargarás de la última planta. Yo por mi parte bajaré al sótano. Pongámonos en marcha.
5.
Jade no escuchaba nada más que los latidos de su corazón y el roce de sus pisadas en el suelo de madera. La oscuridad era casi total a pesar del estrecho filo del haz de su linterna que se proyectaba sobre las desnudas paredes del pasillo e el que se encontraba y que no se atrevía a recorrer.
Varias puertas cerradas a ambos lados de aquel pasillo conducían a distintas y desiertas aulas, todas ellas sumidas en la oscuridad tal y como podía comprobar a través de los traslúcidos cristales de las puertas.
Jade era incapaz de dar un solo paso y a cada momento que pasaba el miedo le atenazaba cada vez más.
«Qué va a pensar de mí Lorenzo si no soy capaz de sobreponerme a mi miedo». Pensó la joven mientras hacía un esfuerzo por continuar avanzando.
...
Carlos a su vez caminaba desenvuelto por los corredores de la última planta entrando en todas las aulas y despachos que iba encontrando a su paso, pero ahora se encontraba detenido frente a la puerta del aula trece. El recuerdo de su conversación con la limpiadora afloró a su pensamiento con un escalofrío. La mujer dijo haber visto a una niña de corta edad justo donde él se encontraba en ese momento.
Por un instante dudó entre abrir la puerta o esperar al resto de sus compañeros, pero luego respiró hondo y abrió la puerta.
...
Mauricio Castellar no tenía miedo a lo que pudiera ver u oír en aquel lugar. Su fe le protegía de los perturbadores pensamientos que podían llegar a asaltarle al deambular por la oscuridad. También su determinación le servía de coraza contra el mal que pudiera anidar en aquel lugar. Su único objetivo, el cual tenía muy claro era enfrentarse de nuevo a ese ser diabólico que le había arrebatado a su nieto y está vez derrotarlo.
...
Lorenzo había llegado junto a la sala de calderas que alimentaba de calefacción y agua caliente al edificio. El sordo ronroneo de las calderas y el ascendente calor que podía sentirse en el ambiente lo invadieron todo a su alrededor.
Con su linterna iluminó todos los rincones de aquella inmensa sala llena de motores, tuberías y depósitos de agua.
Por un instante le pareció ver algo que corría a ocultarse entre las cañerías, pero enseguida se dio cuenta de que no eran más que las sombras huidizas que el haz de luz de su linterna obligaba a esconderse.
...
Mateo, Mat para sus amigos acababa de hacer un descubrimiento que heló la sangre en sus venas. Inquieto, se obligó a esperar a que el resto de sus compañeros regresasen de su ronda.
6.
Carlos no era supersticioso y hasta hacía bien poco tampoco era de creer en misticismos ni en nada que no fuera racional, pero nada más entrar en aquella sala llena de pupitres y una gran pizarra presidiéndola, supo que el aula trece albergaba algo que escapaba a sus sentidos. Era tal y como sentir cien pares de ojos clavados en él, como si el rítmico latir de una respiración contenida exhalase su frío aliento en su nuca o como si una presencia ominosa ocupase todo el espacio del aula, invadiéndola.
Paseó entre los pupitres hasta llegar junto a la mesa del profesor con todos, sus sentidos alerta y teniendo ver aparecer en cualquier momento la figura de esa niña observándolo desde la oscuridad.
Un crujido en la madera junto a la puerta de la entrada le hizo ponerse en tensión y con precisión apuntó el haz de su linterna en esa dirección, escrutado las sombras, pero allí no había nada ni nadie.
Se volvió hacia la pizarra y se dio cuenta de unas palabras escritas en ella. Al leerlas comprendió al fin que todas sus sospechas eran acertadas y que su jefe y amigo, Lorenzo Martín, corría un grave peligro.
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Los expedientes secretos. (Terminada)
Bí ẩn / Giật gânEl inspector Lorenzo Martín recibe el encargo de formar un grupo de personas muy peculiares, para tratar de averiguar qué hay de verdad en ciertos casos cuya credibilidad no está comprobada: Fantasmas, leyendas urbanas, ovnis. Todo les conducirá a...