Expediente 4. La casa encantada

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El viejo caserón se alzaba tétrico y tenebroso junto a la carretera del pueblo de Cercedilla. Acababan de llegar y al contemplar la silueta de aquella mole que se recortaba contra el sol poniente, sus ánimos se ensombrecieron.
—¿Vamos a pasar la noche aquí? —Preguntó Jade.
—Sí, el dueño me ha entregado las llaves y me dijo que dispusiésemos de la casa como gustásemos —dijo, Martín —. Él no piensa venir, por lo que estaremos solos. Carlos, Mat, sacad los bultos del maletero del coche y entradlos en la casa. Usted, padre Mauri y tú, Jade, acompañadme. Vamos a echar un vistazo para ver a qué nos enfrentamos.
Al abrir la puerta, la sensación de abandono y el olor a cerrado les golpeó con fuerza. La oscuridad era casi total y Martín buscó el interruptor de la luz pero al pulsarlo nada sucedió.
—¿No hay luz? —Preguntó la joven, decepcionada.
—Parece que no, pero no hay de que preocuparse. He traído un grupo electrógeno en previsión, luego lo montaremos y tendremos electricidad.
Martín sacó una linterna de su bolsillo y continuaron con la exploración de la casa.
El polvo acumulado y las telarañas que colgaban del techo evidenciaban que hacía mucho tiempo que nadie habitaba allí. Comprobaron una por una las numerosas habitaciones, catorce llegaron a contar, el amplio salón, los cuartos de baño e incluso la despensa y la bodega.
—Al parecer la comida no será problema —dijo el padre Mauri —. Hay un buen montón de latas de conserva en la despensa.
—Tampoco debéis preocuparos por eso —aclaró Martín —. He venido preparado para cualquier contingencia. He traído comida y bebida para todos.
—Estás en todo —dijo, Jade.
Martín sonrió y continuó con su exploración. Al final de un largo pasillo en la segunda planta de la vivienda encontraron lo que sin duda se trataba de una pequeña capilla. El padre Mauri se santiguó al pasar frente al altar.
—Esta es una de las zonas donde cuentan que suelen ocurrir ciertos fenómenos con mayor asiduidad —explicó Martín.
—¿Qué tipo de fenómenos? —Preguntó Jade.
—Lo típico. Puertas que se abren y se cierran solas, luces que se encienden y se apagan e incluso olores nauseabundos. Aquí pondremos varios dispositivos que he traído: Videocámaras de infrarrojos, detectores de movimiento y grabadoras de audio.
—Estas decidido a atrapar a este fantasma, ¿verdad?
—Lo que estoy es dispuesto es a lograr pruebas de su existencia. Está vez vengo preparado.
—La mayoría de las veces suele ocurrir lo contrario —dijo el padre Mauri —. Cuando crees estar preparado es cuando el fenómeno no se presenta. Es esquivo y es por ello que la ciencia no termina de creer en lo sobrenatural. No es mensurable y lo que no puede medirse para ellos no existe.
—Pues está vez creerán. Puede estar seguro de ello. Ya hemos visto suficiente, volvamos con los otros y ayudémosles con el equipo.
Volvieron a bajar hasta la entrada y todos se pusieron manos a la obra para descargar los aparatos y bultos que Martín se había encargado de colocar en el maletero del monovolumen.
—Lo primero será conectar el grupo electrógeno, después instalaremos los ordenadores portátiles, las luces y demás material —indicó.
Mat que había resultado ser un manitas en este tipo de asuntos, se encargó, junto con Carlos de colocar el material que habían traído. Una vez terminaron, el amplio salón que habían elegido como centro de operaciones había adquirido un diseño bastante futurista.
—Ahora colocaremos estos sensores de movimiento en las habitaciones de la planta superior, junto con las cámaras de vídeo vigilancia y las grabadoras de audio —dijo, Martín.
Al terminar se reunieron de nuevo todos en el salón.
—¿Qué hacemos ahora, jefe? —Preguntó Lozano.
—Esperar.

2.

Los segundos se convertían en minutos, los minutos en horas y la espera se le hacía insoportable a Lorenzo Martín. Nada hay más desesperante que estar cruzado de brazos viendo el tiempo pasar y acabó por contagiar su nerviosismo al resto del grupo.
—Podríamos intentar hacer algo —propuso, Jade.
—¿Como qué? —Preguntó Martín.
—Podríamos hacer una sesión de Ouija.
Martín se dio cuenta del gesto de desagrado del padre Mauri al proponerlo.
—La Ouija es un instrumento diabólico —protestó —. No es correcto molestar a los difuntos.
—No vamos a molestar a nadie. Solo a entablar conversación.
—Creo que es una buena idea —dijo, Martín —. Usted, padre Mauri no tiene porque participar si no quiere.
—No será la primera vez que realizo una Ouija —aclaró —, por eso mismo sé lo peligrosas que pueden llegar a ser.
—Tomaremos todas las precauciones posibles, padre. Lo único que intento es tratar de contactar con esos seres.
—Lo sé y lo entiendo, pero a veces lo oportuno es esperar y no tratar de forzar la situación.
Martín se volvió hacia Jade y la interrogó con la mirada.
—No sucederá nada malo. Quizás incluso no obtengamos contacto, yo no soy médium y se necesita uno para que esto funcione.
—Bien, hagámoslo de todas formas —dijo Martín.
Jade hurgó en la mochila que había traído y sacó de ella un tablero plegado y un pequeño aparato de madera provisto de unas diminutas ruedas que se conocía por el nombre de planchette.
Mat y Carlos se encargaron de despejar una de las mesas del salón y colocaron varias sillas a su alrededor. Jade colocó el tablero desplegado sobre la mesa y a continuación todos se sentaron en círculo alrededor de ella, incluido el padre Mauri.
—Ahora debemos cogernos de las manos y cerraremos los ojos —Dijo Jade tomando las manos de Martín y del padre Mauri —. Yo haré la invocación.
» Si estás escuchándonos y no albergas malas intenciones, por favor, háblanos.
Jade colocó la planchette sobre el tablero y todos apoyaron sus dedos en ella.
—¿Estás aquí?
Nada sucedió. Tan solo el silencio se hizo más opresivo al ser filtrados los ruidos de la noche por los gruesos muros de la vivienda.
—¿Quieres comunicarte con nosotros? —Interpeló de nuevo Jade.
Silencio. Ni un sonido. Ni un movimiento por leve que fuese.
—Creo que no funciona. Ya dije que no soy médium.
—Déjame probar a mí —se ofreció Martín —. ¿Hay alguien aquí?
La planchette se movió bruscamente ante el estupor de los allí reunidos y se detuvo sobre la palabra: Sí.
—Jamás lo habría creído —dijo Carlos —. Eres médium, Lorenzo.
—¿Qué hago ahora? —Preguntó, visiblemente nervioso.
—Pregúntale su nombre —dijo Jade.
—¿Cómo te llamas?
La planchette se deslizó por el tablero señalando varias letras.
—Dice que se llama Leonor. Es una mujer —señaló Mat.
—Pregúntale por qué está en esta casa —dijo Jade. Martín lo hizo.
Las manos de todos se movieron con rapidez por el tablero mientras sujetaban la tablilla de madera que iba señalando ciertas palabras.
—Dice que murió aquí —se encargó de transcribir Mat.
—¿Por qué has decidido comunicarte conmigo?
Él me lo ordena.
—¿Él? ¿Quién es él?
Él no tiene nombre.
—¿De qué me conoce?
Él es quien te conoce a ti.
—¿Qué es lo que pretende?
La conversación se interrumpió durante unos minutos. Parecía que el ser que se comunicaba con ellos a través de la ouija había enmudeció de repente.
—¿Quiero saber qué es lo que quiere de mí? —Repitió su pregunta. Martín.
Te quiere a ti.
Un fuerte golpe en la planta superior de la vivienda acompaño estas últimas palabras y uno de los detectores de movimiento empezó a aullar clamando la atención de todos. Martín hizo intención de levantarse pero Jade se lo impidió.
—No debemos romper el círculo. Hay que cerrar la sesión, las puertas que se abren hay que cerrarlas—dijo la joven.
Martín asintió y aguardó a que Jade cerrase la sesión mientras el padre Mauri les aconsejó a todos rezar un Padrenuestro por el alma de la difunta. Al terminar, todos acudieron a la planta superior donde el detector de movimiento aún seguía pitando.
—Ha sido en la capilla —dijo Jade —. Tal y como dijiste, Lorenzo.
—El golpe debió provenir de aquí —dijo Carlos —. Pero parece que todo está en su sitio.
—Hay que comprobar las cámaras y las grabadoras. Quizás hayan captado algo —señaló Martín.
Recogieron el material y juntos bajaron al salón. Fue Mat quien se encargó de descargar las tarjetas de memoria de las cámaras a uno de los ordenadores portátiles. También conectó las grabadoras al ordenador a través de un cable USB para poder escuchar lo que hubieran grabado. Cuanto todo estuvo listo se lo notificó a Martín.
—Primero veamos las imágenes.
La imagen de la capilla ocupó la pantalla del monitor. El viejo altar dominaba el encuadre y sobre él un Cristo de madera policromado y un antiguo relicario de bronce con forma de ánfora. No notaron nada extraño hasta que la cámara pareció moverse casi imperceptiblemente hasta girarse hacia la pared y luego se escuchó el sonido del detector de movimiento al ponerse en marcha al que siguió un fortísimo golpe.
—Eso es todo lo que ha grabado, jefe —dijo Mat pasándole unos auriculares para que escuchase las grabaciones.
—Mat, ¿puedes hacer que el audio se oiga por los altavoces para que todos escuchemos?
—Sí, claro.
Un ruido blanco llenó el amplio espacio de aquel salón y que amplificado por los altavoces, ahuyentaba el pesado silencio de aquella casa.
Aguardaron durante cinco minutos hasta que un chasquido les puso alerta. La voz que sonó a continuación, una voz claramente infrahumana, les sobrecogió a todos.
—¿Qué es lo que decía? No lo he escuchado con claridad —dijo Martín.
Mat volvió a repetir la grabación justo desde el momento en que se escuchaba el chasquido y a pesar de todo el empeño que puso, Martín no logró entender lo que decían.
—Creo haber entendido algo así como: «incurrent tenebras» —dijo el padre Mauri —. Es latín. Se traduce como la oscuridad llega.
—¿Y que significa?
—Lo desconozco.
—Las psicofonias no siempre resultan claras —dijo Mat —. Hay cientos de ellas y ninguna parece ser muy transcendental. Son como voces del pasado que quedasen impregnadas en lugares marcados.
Carlos se acercó hasta Lorenzo y tomándole del brazo le llevó hasta un rincón donde los demás no pudieran escucharlos.
—¿Qué sucedió en tu infancia, Lorenzo? —Le preguntó —. Parece como si todos los fenómenos interactuasen contigo. Primero la joven de la curva y ahora esto.
—La verdad es que no lo sé —confesó, Martín.
—¿Qué te ocurrió siendo niño? Debes acordarte.
—Mi infancia está borrosa. Mis padres murieron en un accidente de automóvil cuando tenía siete años y fui adoptado por una joven pareja que me crío y que se convirtieron en mis verdaderos padres. Antes de eso no recuerdo nada. Los psiquiatras dijeron que el trauma al presenciar la muerte de mis progenitores hizo que bloquease esos recuerdos y que quizás nunca llegase a recordarlos del todo.
—No lo sabía.
—No es algo que vaya contando... Pero hay algo que si recuerdo.
—¿Qué es?
—Recuerdo la figura de un hombre. Siempre pensé que se trataba de un monje, por sus negras vestiduras y su rostro oculto, pero ahora no estoy tan seguro.
—¿Un monje? —Dudó Carlos.
—Sí y su imagen está intrínsecamente ligada al accidente que acabó con la vida de mis padres y del que yo, milagrosamente sobreviví.  

Los expedientes secretos. (Terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora