Capítulo 14

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Si había tenido esperanzas de que las cosas mejoraran cuando todo el mundo se hubiera hecho a la idea de que era campeón, al día siguiente comprobé lo equivocado que estaba, resultaba evidente que el resto del colegio, exactamente igual que mis compañeros de Gryffindor, pensaba que era yo quien me había presentado al Torneo. Pero, a diferencia de Gryffindor, no parecían favorablemente impresionados. Los de Hufflepuff, que generalmente se llevaban muy bien con los de Gryffindor, se mostraban ahora muy antipáticos. Bastó una clase de Herbología para que esto quedara patente. No había duda de que los de Hufflepuff pensaban que le quería robar la gloria a su campeón. Bastó una clase de Herbología para darme cuenta, Ernie Macmillan y Justin Finch-Fletchley, con quienes solía llevarme muy bien, no me dirigieron la palabra ni siquiera cuando estuvimos trasplantando bulbos botadores a la misma bandeja, pero se rieron de manera bastante desagradable al ver que uno de los bulbos botadores se me escapa de las manos y se me estrellaba en la cara. Hasta me pareció que la profesora Sprout me trataba de manera distante. Y es que ella era la jefa de la casa Hufflepuff.

En circunstancias normales hubiera muerto de ganas de ver a Hagrid, pero la asignatura de Cuidado de Criaturas Mágicas implicaba ver también a los de Slytherin. Como era de esperar, Malfoy llegó a la cabaña de Hagrid con su habitual cara de desprecio.

—¡Ah, mirad, tíos, es el campeón! —les dijo a Crabbe y Goyle en cuanto llegaron a donde podía oírlos—¿Habéis traído el libro de autógrafos? Tenéis que daros prisa para que os lo firme, porque no creo que dure mucho: la mitad de los campeones murieron durante el Torneo. ¿Cuánto crees que vas a durar, Potter? Mi apuesta es que diez minutos de la primera prueba.

Crabbe y Goyle le rieron la gracia a carcajadas, pero Malfoy tuvo que dejarlo ahí porque Hagrid salió de la parte de atrás de la cabaña con una torre bamboleante de cajas, cada una de las cuales contenía un escreguto bastante grande. Para espanto de la clase, Hagrid explicó que la razón de que los escregutos se hubieran estado matando unos a otros era un exceso de energía contenida, y la solución sería que cada alumno le pusiera una correa a un escreguto y lo sacara a dar una vuelta. Lo único bueno de aquello fue que acaparó toda la atención de Malfoy.

—¿Sacarlo a dar una vuelta? — repitió con desagrado, mirando una de las cajas— ¿Y dónde le vamos a atar la correa? ¿Alrededor del aguijón, de la cola explosiva o del aparato succionador? —En el medio —dijo Hagrid, mostrándonos cómo— Eh... tal vez deberíais poneros antes los guantes de piel de dragón, por si acaso. Harry, ven aquí y ayúdame con este grande. Esperó hasta que todo el mundo se hubiera alejado con los escregutos, y luego se volvió hacia mí para decirme, muy serio:

—Así que te toca participar, Harry. En el Torneo. Campeón del colegio.

—Uno de los campeones —corregí inmediatamente

—¿No tienes ni idea de quién pudo hacerlo, Harry?

—Entonces, ¿tú sí me crees cuando digo que yo no fui? —pregunté sin poder disimular el sentimiento de gratitud que me habían inspirado las palabras de Hagrid.

—Por supuesto —gruñó Hagrid—. Has dicho que no fuiste tú, y yo te creo. Y también te cree Dumbledore.

—Me gustaría saber quién lo hizo — finalizé amargamente.

Los días siguientes se contaron entre los peores que pasé en Hogwarts. Lo más parecido que había experimentado habían sido aquellos meses, cuando estaba en segundo, en que una gran parte del colegio sospechaba que era yo el que atacaba a mis compañeros, aunque en aquella ocasión Ron había estado de mi parte... pero no iba a intentar convencerlo de que nos volviéramos a hablar si él no quería hacerlo. Sin embargo, me sentía solo y no recibía más que desprecio de todas partes.

Además estaba el hecho de que Cedric quedaba mucho mejor que yo como campeón. Era extraordinariamente guapo, bien merecido su apodo "señor perfecto", y aquellos días no se sabía quién era más admirado, si él o Viktor Krum. Llegué a ver un día a la hora de la comida que las mismas chicas de sexto que tanto interés habían mostrado en conseguir el autógrafo de Viktor Krum le pedían a Cedric que les firmara en las mochilas. En ese momento quería ir hacia él y montar una pequeña escena de celos, pero recordé que aún estoy enojado y que técnicamente no tenemos relación alguna, más allá de haber sido amigos y de ahora ser rivales... y de que claramente me gusta.

Mientras tanto, Sirius no contestaba, la profesora Trelawney me predecía la muerte incluso con más convicción de la habitual, y en la clase del profesor Flitwick me fue tan mal con los encantamientos convocadores que me mandó más deberes (y fui el único al que se los mandó, aparte de Neville).

—De verdad que no es tan difícil, Harry —me decía Hermione para animarme, al salir de la clase. Ella había logrado que los objetos fueran zumbando a su encuentro desde cualquier parte del aula, como si tuviera algún tipo de extraño imán que atraía borradores, papeleras y lunascopios.

— Lo que pasa es que no te concentrabas.

—¿Por qué sería? —contesté con amargura.

En ese momento pasó Cedric rodeado de un numeroso grupo de tontitas, todas las cuales me miraron como si fuera un escreguto de cola explosiva especialmente crecido. Y justo cuando creí que Cedric pasaría de largo con sus admiradoras, ignorándome como de costumbre (¿o era yo el que lo ignoraba?), se separó de ellas y me tomo del brazo para llevarme lejos de Mione.

—¿Qué sucede? — le pregunté secamente

—Necesitaba pedirte perdón por no haber confiado en ti— se le veía sincero y triste, pero no se lo pensaba dejar tan fácil.

—¿Y por qué debería perdonarte así nada más? ¿Sabes lo mal que lo he pasado? En primer lugar, ¿Por qué no me creíste? Se... se supone que sentías algo por mí—

—Y no lo dudes, claro que yo siento algo por ti, todo lo que te he dicho es verdad. Si desconfié de ti, fue porque estaba sorprendido y en cierta parte dolido... y confundido. Te había prometido ganar el torneo para ti, pero, cómo hacerlo si ahora tenemos que competir entre los dos. Además, te extraño—está bien, lo admito, me convenció.

— ¿Y por qué ahora si me crees? —

—Porque no tenía motivos para no hacerlo— dicho esto, y sin importarle que estábamos en medio del pasillo, tomó mi rostro entre sus manos y me besó.

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Gracias por leer. Disculpas si encuentran algún error.

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