Tercera parte

50 3 0
                                    


         —¡Auch! —exclamó Esteban.

         Se había clavado un destornillador mientras intentaba desarmar la cerradura fallada de la puerta del baño. Era una cerradura especial, el picaporte no se sostenía como todas con un clavo pasante, sino que se sostenía por un tornillo que lo aprisionaba contra el hierro que se enhebraba en la caja, y movía el pestillo.

         Sonó el celular, era un mensaje de Flor.

         —«Tebi, ¿venís hoy a las ocho? No llegues tarde, por favor. Sabés que es importante para mí» —decía el mensaje.

        Flor se refería a una muestra de baile que daría. No era una bailarina profesional, sólo llevaba ocho meses en una academia de baile contemporáneo para principiantes, y ese día habría una muestra del avance de los estudiantes. Era una de esas muestras que se hacen para los familiares y amigos, donde actúan desde las cuatro de la tarde hasta las diez de la noche todos los grupos de danza, desde los niños que bailan mirando a la profesora haciendo los pasos frente a ellos, desordenados, y con algunos que se quedan mirando el techo distraídos o detrás de bambalinas por la vergüenza, hasta los mayores que dan un poco más de gusto de ver. Flor era de los mayores, no bailaban mal, y su número sería al menos a las ocho y media, por lo que le había pedido a Esteban que llegara a las ocho a verla. Ella también era de un pueblo, un poco más lejano que el pueblo natal de él, y vivía con una amiga, las dos solas en la ciudad. Por eso nadie de su familia iría a verla, nadie excepto él. Además, hacía unas semanas había pasado su cumpleaños que sólo había podido festejar con él, en una cena que no había salido del todo bien, dado que él había llegado unos pocos minutos tarde, y habían perdido la función de la película que habían planeado ver en el cine. Esa vez realmente el retraso no había sido culpa de él, pero eso no era suficiente para aplacar la desazón que ella sentía. Le había pedido que se organizara con tiempo para no tener inconvenientes. Esa decepción, sumada al largo período que ella no había podido visitar a su familia, ni siquiera para su cumpleaños, hacía de esta ocasión un evento importante al que ella no soportaría que él faltara.

        —«Sí amor, obvio que voy. Quedate tranquila que voy a ir con tiempo de sobra » —le respondió Esteban. No era el mejor plan, pero él se había comprometido a ir.

        Eran las seis, y el viaje hasta el teatro duraría como mucho media hora. Aun así, saldría con una hora de anticipación, no quería volver a tener ningún contratiempo que arruinara las cosas otra vez. Él sentía dentro de sí mismo que si le fallaba una vez más, sería el fin de su relación. Considerando entonces que debía salir en una hora, y recordando las palabras de Victoria de hacía dos días en la cafetería, se dispuso a prepararse. Tenía una hora, había tiempo suficiente para bañarse, y dado que la muestra duraría hasta la cena, decidió comer algo antes de salir. Dejó lo que estaba haciendo con la cerradura. No la había terminado de desarmar, por lo que quedó tal y como la había encontrado. Fue hasta la cocina, abrió la heladera y verificó qué podía comer, que fuera rápido de preparar, y lo dejara satisfecho hasta la noche. Tenía la heladera llena, había ido a hacer la compra semanal el día anterior. Se tentó con comer un sándwich, pero no tenía pan. Miró el reloj, había tiempo suficiente para ir hasta la panadería.

        Ya de vuelta, a las seis y cuarto, se preparó dos sándwiches y una leche chocolatada. Se sentó en la mesa, encendió el televisor aunque fuera por unos minutos y se perdió observando el infomercial de un nuevo dispositivo que prometía adelgazar «desde la comodidad de su sofá». Ese tipo de comerciales le parecían hipnóticos, ya otras veces se había quedado horas viéndolos, le servían para pensar, se perdía escuchando esos falsos testimonios, exagerados, de los supuestos clientes satisfechos, y mientras tanto se sumergía en sus pensamientos.

        Terminó sus sándwiches y bebió el final de la leche chocolatada. Vio el reloj, habían pasado cinco minutos de las seis y media, tenía unos minutos más porque no tardaría más de diez en bañarse y otros diez en vestirse y salir. Nadaba en sus pensamientos cuando un sonido lo interrumpió, era una llamada de Flor en su celular.

        —¿Hola? —respondió Esteban.

        —Hola mi amor, ¿ya estás por salir? —preguntó Flor del otro lado.

        Era una pregunta retórica, el llamado era para recordarle que saliera pronto. La voz de ella mostraba un poco de nervios, seguramente por la presentación, pero parecía amorosa. Parecía que casi lo hubiera perdonado por su decepción de la última vez.

        —Si gorda, ya me baño y salgo —le respondió.

        —¡¿Qué?! —la voz de Flor se transformó— ¿cómo es que todavía no estás listo? Ya te dije que es importante para mí que llegues temprano.

        —Si amor, tranquila, llego bien. —trató de tranquilizarla él, pero nada podía hacerlo, podía sentir el cólera de ella invadiéndola por completo

        —¡Siempre es igual con vos! —gritaba ella cada vez más.

        Si algo había que a él lo irritaba era escucharla gritar. Después de un tiempo de relación, él ya no soportaba tan fácilmente sus berrinches, y ella ya no soportaba tan fácilmente sus excusas.

        —Son las siete menos veinte amor, tengo tiempo de sobra para llegar —dijo él— tranquila.

        —Estoy cansada de tus explicaciones y de que me pidas que me quede tranquila y termines llegando tarde...

        El diálogo se hacía cada vez más tenso. Esteban se paró, buscó la ropa limpia que se iba a poner y caminó hacia el baño para ducharse.

        —Por favor, no empieces a gritar... —le pidió él con un tono de fastidio mientras el tono de ella era cada vez más alto.

        «Lamentablemente los oídos no tienen párpados, no es posible elegir lo que escuchar» pensaba él a veces. Y bien lo sabía, si cuando viajaba en colectivo y había alguien escuchando música sin auriculares, ¿qué no daría él por poder cerrar los oídos?

        Lo cierto es que ella estaba descargando un poco sus nervios con él, probablemente si hubiera estado más tranquila no habría reaccionado así, y pensaría que incluso tendría suficiente tiempo como para llegar temprano. Sin embargo, la mezcla de sensaciones entre la pelea anterior que seguía presente y las ansias por la presentación, no ayudaron a que se tranquilizara, sino que cada vez la alteraban más.

        —¡Bueno, basta! —le gritó él cansado de escuchar sus reproches, mientras entraba al baño— Dejame bañarme tranquilo así salgo de una vez.

        Cerró la puerta de un golpe, cortó la llamada y entró a ducharse.

Ellos (Cuento)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora