Segunda parte

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       —«Vicky, estoy llegando»

        Leía Victoria un mensaje de parte de Esteban, que en ese momento tiraba de una media, sentado sobre la cama, para terminar de vestirse.

        Ella estaba terminando con su última cita del día, luego de la cual se reuniría con él, «si es que llegaba a tiempo».

        —«Ok» —Respondió Victoria con escepticismo.

        Después de dos años de terapia, lo conocía bastante bien. Esteban era un buen chico, había generado con él una relación especial porque era alguien con quien charlar era muy grato, leía bastante y siempre estaba actualizado con las últimas noticias nacionales e internacionales. Era interesante escuchar sus análisis personales sobre los hechos más comunes, tenía una forma de ver las cosas desde un punto de vista global que hacía que esto fuera muy particular y enriquecedor. Sentía además empatía por lo que había tenido que sufrir con la muerte de sus padres y el hecho de quedar sin una familia que lo contuviera. Le preocupaba un poco que pasara largas horas solo, y a pesar de haber tenido algunas discusiones, sabía que él no había nunca siquiera intentado dejar la terapia. Era una característica suya, tenía un deber especial con las cosas cuando las comenzaba. Él decía que había algo que su padre le decía y recordaba siempre: «Las cosas que se comienzan, hay que terminarlas». Justamente eso era lo que terminaba haciéndolo llegar tarde a casi todos sus compromisos. No era que fuera desorganizado con los horarios, sino que no le era fácil dejar de hacer algo para irse a hacer otra cosa. «Ellos no me entienden», decía, «creen que no me importa llegar a tiempo, que soy un irresponsable. Pero no es eso, sino todo lo contrario, es justamente porque soy excesivamente responsable y no quiero dejar las cosas importantes sin terminar». Pero aunque esa fuera su razón, para «Ellos» lo importante era que siempre los dejaba plantados esperando como mínimo media hora. Y aunque sentía que a él la terapia le hacía bien, ésta evidentemente no era la excepción, ya que llegaba tarde a casi todos los turnos. Ya luego de dos meses de atenderlo, había comprendido que debía citarlo una hora antes de su turno real para evitar esos retrasos.

        Victoria terminó con su paciente y organizó las últimas cosas que le quedaban en el consultorio. Dado que era alquilado, sólo debía llevarse algunas agendas donde anotaba los turnos y el teléfono de los pacientes, un paraguas que le había quedado del último día de lluvia, algunos anotadores y lapiceras, y una copia de «La vuelta al mundo en 80 días», de Julio Verne, que le había prestado a una paciente para ayudarla a matar tiempo libre con el entretenimiento constante que dan las novelas de Verne. Habiendo recogido todas sus cosas, las guardó en su cartera, excepto el libro que llevó en su mano apoyado contra el pecho, dio una última recorrida al consultorio donde había crecido tanto profesionalmente, dejó rodar una lágrima de emoción por su mejilla y cerró la puerta con un suspiro profundo. Sacudió levemente su cabeza para espantar los pensamientos y recuerdos que comenzaban a ponerse demasiado tristes, y salió. Recordó su encuentro pactado con Esteban, y verificó los mensajes. No había nada de parte de él por lo que le escribió:

        —«Esteban, te espero 15 minutos más en la cafetería que está al frente del consultorio, pero si no llegás para las cinco y veinte, me voy. Tengo otras cosas que hacer».

        —«Dale, yo en cinco estoy». —le respondió él a los dos o tres minutos

        En ese momento llegaba el mozo a atenderla.

        —Estoy esperando a alguien, —le dijo ella— voy a esperar un ratito más para pedir.

        El mozo asintió con la cabeza sin decir nada, y se alejó. Finalmente llegó Esteban, corriendo como siempre, con la cara roja de calor, y por supuesto, diez minutos después de haber dicho que llegaba en cinco.

        —Perdoname Vicky, no sabés lo que era el tránsito —le dijo Esteban.

        —Claro, en esta ciudad siempre hay algún lío —le respondió ella con algo de sarcasmo.

        También ya conocía las excusas que él daba al llegar tarde, sabía que eran mentira y comprendía que él las daba por vergüenza, por no parecer desinteresado.

        —Pero bueno, no te preocupes, tomemos un café y charlemos. Contame cómo están las cosas con Flor— siguió diciendo ella.

        Flor era la novia de Esteban aunque no se sabía por cuánto tiempo más. Habían tenido discusiones porque él la dejaba plantada esperándolo cada vez que debían encontrarse. Flor lo quería, no sabía si iban a ser pareja toda la vida, pero pasaba buenos momentos con él. Sin embargo, después de varios meses de noviazgo, ya no soportaba sus excusas y llegadas tarde.

        —Sigue enojada, un poco —suspiró—, espero que se le pase —dijo él con algo de preocupación en la voz.

        —Es que tenés que tratar de ser más puntual —le replicó Victoria—. Ya hemos hablado de eso, y sabés que por más que lo hagas con la idea de ser responsable, no podés dejar a los demás esperándote. No podés manejarles su tiempo.

        —Ya sé, pero es que ella no entiende...

        —Sí, sí, ya me explicaste que Ellos no entienden tus motivos —lo interrumpió Victoria mientas levantaba las cejas y perdía la mirada dentro de sus párpados.

        En ese momento se acercaba el mozo a la mesa.

        —Bueno, dale, pidamos algo —le dijo ella mirando su reloj— que se me hace tarde.

Ellos (Cuento)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora