Cuarta parte

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        Esteban cerró la ducha. De la rabia que había acumulado con la discusión, se había bañado en cinco minutos. Ni siquiera recordaba si se había enjabonado. Trató de relajarse, dio un suspiro y volvió a abrir la ducha para terminar de bañarse correctamente.

        Una vez que terminó, cinco minutos después, tomó la toalla y salió de la ducha. Seguía pensando, con algo de frustración, en la discusión con Flor. Se secó y vistió casi sin pensar, como en piloto automático. Colgó la toalla. Estaba tan abstraído en sus pensamientos que aunque sus ojos estaban abiertos, no veían nada. Como si su vista estuviera desparramada y estuviera viendo dentro de una nube, donde se ve todo pero no se ve nada. Repasaba la discusión telefónica con ella y le contestaba en pensamientos mientras se vestía. Lo hizo de memoria, como de memoria se movía dentro del baño. Se incorporó y se dispuso a salir, siempre sumido en lo más profundo de sus pensamientos, con la cabeza gacha y algo torcida. Su boca apenas balbuceaba sin emitir sonido porque las palabras corrían en su mente más rápido de lo que su lengua podía pronunciarlas. Concentrado en eso, sus ojos veían solo sus pensamientos.

        Caminó hacia la puerta como un sonámbulo y extendió su brazo. Una sola cosa lo trajo de un plumazo a la realidad. Sintió como si una sombra lo hubiera rodeado desde atrás, lo abrazara y pasara por delante de sus ojos a toda velocidad para dejar enmarcado lo único en lo que se concentró su vista y su mente. El picaporte. Tiró una vez más y la puerta no se abrió. Ni siquiera se movía, parecía pegada. Quedó atónito, congelado mirándose la mano en el picaporte. Debió estar al menos un minuto petrificado en esa posición. «La cerradura», pensó, «maldita sea la cerradura». Intentó calmarse.

        Presionó la puerta con todo su cuerpo y tiró de manera firme una vez más del picaporte, pero nada. Agachó la cabeza y se restregó la frente. «No me puede estar pasando esto...», se dijo a sí mismo, —¡Dios! —interrumpió sus pensamientos con un grito que lanzó al piso encorvándose súbitamente. Trató de pensar calmado, vio su reloj, faltaban menos de diez minutos para las siete, tenía tiempo todavía para superar este contratiempo y llegar en horario. Juntó sus manos palma con palma, las apretó fuerte y se las apoyó sobre la boca bajando levemente la cabeza para pensar.

        El resto de la casa estaba medianamente ordenado, aunque por la discusión se había olvidado el televisor encendido. Seguía el programa de ventas por televisión, ahora promocionaban un artefacto para mejorar la audición y advertían exageradamente que no se debía escuchar las conversaciones ajenas. Las herramientas habían quedado sobre una repisa, casi podía verlas. De hecho, podía decir donde estaba cada cosa en esa casa. No era ordenado, pero dentro de su desorden cada cosa tenía su propio lugar. Pensó que no tenía sentido amargarse por lo que no había dentro del baño, sino mejor era preciso concentrarse en qué hacer con lo que sí había. Hizo una observación general del lugar. Había productos de aseo personal en gran cantidad, puesto que en la compra semanal hecha el día anterior, había encontrado una oferta de jabones y shampoo. Si era por eso, podía estar encerrado por meses sin notar diferencia, aunque no tenía el desodorante que lo guardaba en el ropero. Entre el inodoro y el bidet había productos de limpieza, y había una balanza que había sido de su madre y conservaba como recuerdo aunque no la usaba, debajo del lavamanos. Sobre éste estaba el vaso con los cepillos de dientes, el de él y el que Flor usaba cuando se quedaba a dormir en su casa. Ya hacía varios meses que no se usaba, estaba incluso un poco enmohecido. Frente al inodoro había un canasto lleno hasta la mitad con ropa sucia, aunque la que se había quitado para ese baño estaba desperdigada por el suelo, junto con una alfombra para la salida de la ducha y un trapo de piso echo un bollo en el rincón que se formaba entre la pared y el costado de la bañera que estaba en la pared enfrentada a la puerta. No había nada útil para hacer palanca sobre la puerta, ni nada que sirviera para intentar destrabar el pestillo. Bajó la tapa del inodoro y se sentó un momento.

        Miró la puerta cerrada, de abajo a arriba. Las bisagras eran de un tipo que solo se podían desarmar levantando la puerta, cosa que evidentemente no podía hacer. Pensó que tal vez podría empujar la puerta contra el marco, hacia el lado de las bisagras, desde el picaporte. Sí, tal vez eso funcionaría. Se paró, tomó fuerte el picaporte y empujó tratando de abrir. Nada. Intentó una vez más con todas sus fuerzas, tiró tres veces de la manija pero la puerta se mantuvo inviolable. No podía creerlo. Miró el picaporte por un momento y sintió un calor que le subía por las pantorrillas y le corría por los brazos, golpeó la puerta con el cuerpo y tiró del picaporte con toda la furia que le venía desde el interior, pero esta vez sostuvo la fuerza. Se afirmó contra la pared y tiró más aun y... —¡Crank! —Cayó sentado sobre el piso del baño y llegó a golpearse la cabeza contra el borde de la bañera. Se sobrepuso al golpe y miró la puerta. Quedó como envuelto en una bruma, se sentía flotar, nada percibía su mente, ni siquiera el suelo. Nada excepto eso, la puerta cerrada.

        Se había quedado con el picaporte en la mano, y seguía encerrado. Se incorporó intempestivamente, caminó hacia la puerta con el picaporte en la mano, lo colocó en la cerradura e intentó abrir. No solo la cerradura no se destrabó, como en cada intento, sino que ahora el picaporte se había deslizado por fuera de su ojal. Ya no podía tirar con fuerza. Miró su mano que aún lo sostenía y lo dejó caer. Por un momento no creyó lo que le estaba pasando hasta que reaccionó. El calor en sus extremidades ahora le quemaba de una manera inaguantable. Apretó los dientes y cerró los ojos pero en lugar de ver negro, vio un destello luminoso, dio un grito y comenzó a golpear la puerta gritando todo tipo de maldiciones hasta que su furia se concentró en la pierna, la hizo hacia atrás, y pateó la puerta con toda su fuerza.

        Si hasta ese momento no había dimensionado la realidad de su situación, ese golpe lo hizo caer en cuenta. Estaba descalzo, aunque no lo había notado antes de patear. El golpe había roto la placa interior a la puerta y había marcado un poco la madera de la placa exterior, pero él se había golpeado muy fuerte en los dedos del pie. El dolor no lo dejaba apoyarlo, así que saltando en su pie sano, y tomándose de la pared y el lavamanos, se sentó en el inodoro nuevamente. Dio un largo suspiro y se echó hacia atrás hasta apoyar la espalda sobre el depósito de agua con la cara mirando al techo y se quedó pensando, incrédulo, en lo que estaba pasando.

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