Quinta parte

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         Pasó un rato y continuaba impávido, mirando el techo, el dolor en el pie seguía siendo agudo. Un sonido lo hizo reaccionar. Era el celular que avisaba que tenía la batería baja. Lo había dejado sobre el canasto de la ropa sucia, pero con la caída había ido a parar detrás del bidet. Lo tomó y lo miró mientras pensaba en cualquier otra cosa. De pronto, se le ocurrió que podía usar el celular para pedir ayuda. Pero la única que había tenido llave de su casa era Flor, y en una discusión, hacía dos meses, se la había dejado. Si la llamaba se pondría histérica, y pensó que era mejor no decirle nada por el momento, saldría a tiempo y llegaría sobre la hora a la muestra de baile. Luego le contaría con gracia, durante la cena, lo que le había ocurrido. Tenía pensado invitarla a comer en una pizzería que quedaba por la zona del teatro, una de las últimas que cortaba la pizza en diez porciones. Eso a él le parecía un arte marcial, no entendía cómo hacían para que todas las porciones salieran del mismo tamaño aunque los cortes no eran a lo largo. Además, «cuando las porciones son más, aunque sean más chicas, siento que como más», decía siempre él cuando iba. Entonces tuvo la idea de buscar un cerrajero. Entendió rápidamente que el cerrajero no solo tendría que abrir la puerta del baño, sino también la puerta que daba a la calle. Pero no tenía otra opción, llamarla a Flor era inútil, y la única otra persona con quien podía contar era Victoria, que para ese momento ya estaba en viaje rumbo a su nuevo hogar.

         Solo encontraba anuncios inútiles hasta que dio con uno que parecía confiable, copió el número y lo llamó.

        —Tuuuuu... Tuuuuu... Tuuuuu... Tuuuuu —Nadie atendió.

         Intentó nuevamente.

         —Tuuuuu... Tuuuuu...

         —¡Hola! —contestó un hombre con tono de fastidio.

         —Eeh... Hola, si... ¿Es el cerrajero?

         —... —Nadie respondió su pregunta

        —¿Hola? —preguntó él nuevamente, con duda.

         —Hola... Sí, pibe, soy yo, decime.

        —Ah, ¿qué tal? Lo llamaba por un trabajo urgente, resulta que...

        —En este momento estoy ocupado, terminando un trabajo a domicilio.

        —Bueno, yo necesito que venga pronto, no sé...

        —No, está bien, decime, que lo mando a un colega que trabaja bien.

        —Bueno. Resulta que me quedé encerrado en el baño, la puerta se trabó. Parece que la cerradura no llega a abrir, o algo así. En un intento por abrir, se salió el picaporte, así que no pude hacer mucho más.

         —Perfecto... ¿Hay alguien en la casa con vos o alguien que me pueda abrir?

        —No, ese es el problema, que va a tener que abrir dos puertas, la de mi casa, y la del baño donde yo estoy.

        —Entiendo. Tranquilo que no hay problema...

         —Una consulta más, ¿cuánto sale más o menos?

         Esteban sabía que era una pregunta que no le responderían tan fácil.

         —Y... Hay que ver cómo son las cerraduras, si cuesta mucho abrirlas, si son de seguridad. ¿Vos dejaste la llave puesta en la puerta de calle?

        El cerrajero evadió responder como era de su costumbre. Claro, el precio del arreglo se decidía por el barrio y la facha del cliente, y cuando se abría la casa, se veía qué tipo de objetos se había adentro.

        —Sí, la llave está puesta del lado de adentro y un poco girada.

        —Uuh, ¿encima está trabada con la llave?

         —¿Es mucho lío? —preguntó una vez más Esteban, algo preocupado.

         —No, no, complica las cosas, pero se puede abrir. Cuando lo vea vas a saber cuánto cuesta. Pero abrir, se va a abrir, vos fumá(*).

         —Bueno, lo espero y vemos acá entonces.

        —Despreocupate pibe, yo lo mando a un amigo que abre lo que sea. Pasame la dirección...

        Esteban le dio los datos necesarios y cortó pronto para ahorrar batería del celular. Ya eran las siete y diez. Si el cerrajero no se apuraba, iba a tener un nuevo problema con Flor. Trató de recordar si tenía suficiente dinero para pagar las aperturas y claro, si no se podía recuperar la cerradura del frente iba a tener que comprarle otra al cerrajero, no podía dejar su casa abierta. Además, el dinero debía sobrarle para tomar un taxi, ya no había manera de llegar a tiempo a la muestra tomando el colectivo. En fin, tenía algo de plata, creía que podía alcanzarle, pero ya se vería en el momento. Si el trabajo costaba demasiado, diría que era toda la plata que tenía y trataría de negociar desde esa posición, aunque no era bueno para intimidar a la gente. Distraído en esos pensamientos trató de pararse y recordó el dolor en el pie. Se le había puesto un poco morado el dedo pulgar, por lo que pensó que sería mejor llenar el bidet con agua caliente, echar unas sales de baño que Flor había comprado una vez y dejarlo sumergido un tiempo para ver si se le pasaba el dolor y la inflamación. Se sentó de costado en el inodoro, con el pie en agua caliente, vació el tarro de sales en el agua y se echó sobre el depósito apoyado sobre sus brazos. Sentado esperando, se quedó adormecido.


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(*) Expresión popular en Argentina para indicar que no hay problema.

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