Sexta parte

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       El sonido del celular lo despertó. Era una llamada de Flor. Vio la hora, faltaban diez minutos para que fueran las ocho y el cerrajero no había llegado aún. No entendía cómo se había quedado tanto tiempo dormitando. El agua donde tenía el pie ya estaba fría así que lo sacó. Consideró rápidamente el tiempo que tardaría el cerrajero en abrir las dos puertas, aun si llegaba en ese momento, y el tiempo que le tomaría llegar en taxi hasta el teatro y lo comprendió con resignación. Tendría que ser sincero con ella y contarle, creyó que era la mejor opción que tenía. Decirle que estaba llegando no haría más que retrasar lo inevitable además de sumar un factor más a la discusión que ya podía sentir.

        —¿Hola? —contestó la llamada con una voz débil, nerviosa, como un perro que agacha la cabeza preparándose para el castigo.

         —¡¿Dónde estás?! —le dijo ella de manera cortante.

        Podía sentirse la furia que la dominaba.

        —Escuchá amor, tuve un problema...

        —¡Yo sabía! ¡Siempre es igual con vos! No vas a venir.

        —Pero no gorda, escuchame, esta vez es en serio.

        —¡¿Esta vez es en serio?! —gritó ella como si las palabras de él hubieran sido combustible altamente inflamable derramado sobre las llamas del infierno— ¿O sea que las otras veces no era en serio?

         —No, no. No es eso lo que quiero decir...

        —¿Sabés lo que quiero decir yo? —lo interrumpió Flor que hervía de ira— Que no quiero saber nada más de vos, eso.

        —No, pero no te enojes.

—No, no me enojo, estoy cansada Esteban. Siempre con tus excusas, siempre con tus mentiras y tu egoísmo. Yo también tengo necesidades y cosas que hacer, pero nunca te dejé de lado a vos. ¿Sabés qué? No me vuelvas a hablar, no quiero saber nada más de vos, no me busques, ni me llames porque te voy a bloquear. La única forma que tenés de zafar es estar acá en cinco minutos.

        —No, pero esperá... ¿Hola?... ¿Hola?...

        Flor cortó la llamada y con eso parecía haberle puesto la cruz a la relación. Él en cinco minutos no podía llegar, era imposible. No había podido explicarle el problema tampoco. Intentó llamarla nuevamente, pero ella había apagado el celular. Intentó infructuosamente varias veces más, y siguió intentando llamarla. Estaba absorto, solo podía llamarla, hasta que el celular se apagó. Finalmente se terminó la batería.

        —¡No te lo puedo creer! —dijo con un tono que se iba elevando con cada palabra.

        De la rabia dio un grito y lo estrelló contra el suelo. Al menos pudo liberar tanta ira contenida, se volvió a acomodar con la espalda en el depósito del agua, levantó la mirada y mirando el techo suspiró, moviendo la cabeza de un lado al otro, sin creer lo que estaba viviendo.

Ellos (Cuento)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora