Octava parte

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        —¡Crack! Giii... —El sonido de la puerta abriéndose le llamó la atención y levantó la cabeza. Eran las nueve y cuarto, y tenía bastante hambre. Le dolía la espalda por estar sentado en posiciones incómodas durante todo el día. Aunque se sentía emocionado porque ya estaba más cerca de salir, esta vez no se incorporó, tan solo se quedó mirando la puerta marrón, sin picaporte, que lo tenía encerrado. Sabía que si se habían demorado tanto en abrir la puerta de calle, podrían demorarse otro rato en sacarlo. Se acomodó sentado contra el borde de la bañera, esta vez de frente a la puerta, como esperando el milagro de verla abrirse.

        —¡Estoy acáaa! —gritó cuando se dio cuenta que no necesariamente sabrían dónde estaba el baño donde él estaba encerrado.

        —Buenooo —le responde la voz de un hombre desde adentro de la casa, aunque no desde el otro lado de la puerta.

        —Señor, por favor, estoy muy cansado y con hambre, sáqueme pronto —añadió él como para ver si eso apuraba al menos un poco las cosas.

        Nadie respondió, pero no hizo demasiado caso. «Estos tipos son todos iguales», pensó. Dio un suspiro y se acomodó, sentado de frente a la puerta.

        Escuchaba que alguien andaba por la casa y el ruido de herramientas apoyadas sobre el suelo. Supuso que se estarían preparando, pero pasaron unos minutos y comenzó a extrañarle.

        —¿Señor? —llamó con voz alta y algo de preocupación.

        —¡Clin! —El sonido de algo metálico contra la tapa de la cerradura lo interrumpió y se dio por respondido.

        Por lo demás, nadie habló.

        Seguían los movimientos en la cerradura, como si la estuvieran inspeccionando, y se encendió el televisor que se había apagado por falta de actividad mientras estaban tratando de abrir la puerta de calle.

        —¡Hey!, ¿qué pasa? —preguntó él desde adentro, cada vez más extrañado por la situación.

        «Deben ser al menos dos», pensó. Habría uno trabajando en la puerta, por lo que el que había encendido el televisor debía ser otro, si no había más gente.

        —¿Hola? ¿Quién encendió el televisor? —Se paró y comenzó a gritar contra la puerta mientras la golpeaba— ¡Contesten!

        —¡Shhhh! ¡Callate! —le dijo con tono firme desde el otro lado de la puerta el hombre que trabajaba.

        —¿Cómo callate? ¿sacame de acá? —le gritó él.

        —¿Cuánto demora? ¡¿cómo es la dirección de acá?! —dijo la voz de un muchacho desde la sala.

        —¡¿Qué es lo que está pasando?! —gritó nuevamente él y dio un golpe con el puño en la puerta.

        —¡Dejá de gritar porque no te saco, eh! ¡Me molestan mucho los gritos! —le contestaron del otro lado.

        Él quedó perplejo, totalmente petrificado. El tono con el que se lo habían dicho era tan creíble que lo único que atinó a hacer fue a volverse contra la pared de la bañera y sentarse a mirar la puerta. Había quedado como catatónico, aun cuando luego de un rato notó que ya no estaban trabajando en la puerta.

        —Hace mucho que estamos trabajando, vamos a comer algo y a descansar un poco —dijo la voz del otro lado de la puerta —Te sugiero que hayas lo mismo.

        —Aja —Es lo único que atinó a decir él desde su rincón.

        Realmente estaba conmocionado.

        Poco a poco fue volviendo en sí, y comenzó a sentir rabia por lo que le habían dicho. Sin embargo, no quería molestar a quien en este momento era su salvador, bastante irrespetuoso, pero era la única persona a quien tenía para salir.

        El enojo por la situación lo envolvía cada vez más, y sus pensamientos lo alimentaban. Lentamente fue adquiriendo un odio hacia la puerta que le causaba repugnancia. El color marrón de la madera, que otras veces le había parecido elegante, ahora era asqueroso, le provocaba repulsión. Trató de calmarse, puesto que, claro estaba, no lograría nada si hacía un escándalo. Pensó en darse otro baño, necesitaba calmarse de alguna manera y pasar el rato.

        Llenó la bañera con agua tibia y se recostó adentro. Cerró la cortina que evitaba que el agua de la ducha salpicara todo el baño y se tapó los oídos con dos trocitos de algodón que había debajo del lavatorio entre otros elementos de primeros auxilios. No quería ni ver la puerta cerrada, ni oír lo que hacían del otro lado. Tarareaba una canción inexistente con la cabeza recostada en una toalla al borde de la bañera, y al menos por un rato pudo olvidarse de toda la situación.

Ellos (Cuento)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora