4. Su pollaza me abrasa

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Se puso en su silla. Trató de desabrocharse los pantalones. Agitado, miraba de un lado para otro vigilando que nadie le pillase. Yo le estaba observándole el paquete fijamente. Ya estaba a punto de tener mi ración. Por fin vi su gran pollaza expuesta. Tengo que reconocer que me impresionó. Tenía las venas hinchadísimas. Su capullo, rojísimo y reluciente, era precioso. Ese tronco enorme estaba a punto de estallar. Nos interrumpieron otra vez. Marco se tapó el pene con la camiseta. ¿Pero qué coño estás haciendo, Marco? No tienes nada hoy. ¿Qué coño te pasa? La jefa se va a enterar y voy a pillar yo. Siempre igual, Marco. Está distraído, comentaron por detrás. Risas. No se lo tangas en cuenta. Risas. Basta de bromas. Siempre igual, vosotros dos. Marco, lávate la cara y vete a tomar algo, por Dios. Tú eres Lina, ¿verdad? ¿Qué tal el primer día, cielo?

Le dije a la encargada que era culpa mía, que Marco me estuvo resolviendo muchas dudas. Le pedí si podía tomar un descanso de cinco minutos que me concedió. Me fui directa hacia la cafetería. ¡Perfecto! Sólo estaba Marco.

—Tranquilo. Te he defendido. La encargada no está molesta.

—Te lo agradezco...

—Ponte aquí.

Me senté en el sofá y le desabroché los pantalones sin tocársela. Protestó por si entraba alguien. Cuando le bajé los calzoncillos, su pollaza abrasadora casi choca contra mi cara. La olfateé. Sus huevos también estaban abultados como pelotas de tenis. Estaba muy emocionada porque parecían estar cargadísimos de leche.

—¿Cuánto hace que no descargas? No me mientas.

—Desde ayer por la noche... —ideal. Así se sabe con certeza.

—Te gustaría que, algún día, no sé... ¿te dejara lamerme los zapatos? —aproximé más la boca a su colosal verga a punto de explotar.

—¡Sí!

—Uf. Esto te costará mucho trabajo. Pero parece que harías cualquier cosa para lamérmelos, ¿verdad? —abrí la boca y, sin contacto, le tapé la puntita del capullo. Sonreí.

—¡¡¡Sí!!!

—Muy bien. —Me quité los tacones y se los puse enfrente— Córrete en las suelas de mis zapatos. Saca un buen chorro para que pueda andar cómoda, anda. Saca toda tu leche y me lo pensaré.

Empezó a meneársela. Le insistí en que los quería bien empapados. Que rociase los dos debidamente con una cantidad ingente de esperma. Si quedaba satisfecha con el chorro, él se llevaría a casa los tacones que yo me pondría mañana.

—Venga, saca todo tu jugo. Si veo que hay suficiente, hoy mismo te prestaré unos taconazos negros de dieciocho centímetros con hebilla. Esos parecen aún más de putita. Mañana a primera hora tú te vas a correr en las suelas, justo como ahora. Los dejarás en la entrada de mi casa y yo me los pondré para ir a trabajar. ¿Lo has entendido?

—¡Sí! —no iba a aguantar mucho más

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—¡Sí! —no iba a aguantar mucho más.

—Repetiremos esto toda la semana. Cada día te tendrás que correr en mis zapatos y llevármelos bien temprano. Quiero el jugo fresco, abundante y bien repartido. Si haces todo esto y estoy contenta, te dejaré lamerme los pies con los zapatos que tú prefieras. ¿Hay trato?

—¡Sí, lo hay!

—Entonces descarga ya. Necesito pasear de una puta vez con toda la lechita bajo mis pies. —le susurré otra vez— Llénalos hasta el borde. Que derramen. No me decep...

Lechita en los taconesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora