Lina llega pisando fuerte a la oficina. Viste unos tremendos taconazos de stripper transparentes de dieciséis centímetros y se le ve toda la tanga; y esa tanga de pedrería es para lucirla, todo sea dicho. Sus zapatos hacen ruido. Todo el mundo se v...
Al fin derramó. Empezaron a salir las gloriosas columnas de cremita. Menudo estallido de sabrosa lechita caliente y espesa. Me acerqué para ver la eyaculación en detalle. Parecía que no iba a acabar nunca. No derrochó prácticamente ni una gota; ¡todo el jugo iba hacia los taconazos! Las suelas de los zapatos se llenaron de néctar hasta los topes. Santo Cielo, era la chica más feliz del mundo, ¡esa corrida fue más bien un estruendo de rayos viscosos!
Los cogí como si fueran reliquias divinas y me los introduje suavemente en los pies. Notaba como todo mi cuerpo ejercía presión sobre el semen, que empezaba a derramar por los bordes de los tacones. ¡Había demasiado, estaba chorreando gran cantidad de leche! Dios, parecía una especie de cascada borboteante. Los talones y dedos de mis pies estaban completamente recubiertos de esperma.
—Marco, ha sido impresionante. A partir de mañana me vas a rellenar cada día los zapatos con toda tu leche. Si cumples, te dejaré lamérmelos. Y, quién sabe, quizá te dé algún premio más.
Y me fui a mi sitio con los taconazos llenos de lechita y los pies bien calentitos. Necesitaba concentrarme para no resbalar. Estaba ensuciando el suelo donde pisaba. Ahora, además de rechinar, mis tacones chapoteaban. ¿Qué dirían los de la oficina cuando se fijasen en mis pies? ¿No sería más verosímil para su cerebro razonar otra hipótesis? ¿realmente podía pasárseles por la cabeza, aun viéndolo claramente, que mis zapatos estaban llenos de semen? Esa duda me excitaba.
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