Casi una semana después, el obediente Marco ya había echado su semilla religiosamente en casi toda mi colección de zapatos de putón. Había cumplido su cometido a la perfección: cada mañana me encontraba en mi rellano los tacones recubiertos de su preciado jugo fresco. Mi perrito faldero exprimía su vergaza con entusiasmo y entregaba todas sus energías a satisfacerme con la esperanza de recibir el premio que le había prometido: lamerme los zapatos.
Detalle de mi colección de zapatos. No hay nada más cómodo y placentero que un buen par de tacones de aguja.
En la oficina, me miraba de reojo constantemente, excitándose con cada nuevo par de taconazos que yo lucía enjuagados ya por él mismo y sacando los ojos con cada diminuto hilo dental que llevaba a la vista de todos. El pobre desgraciado mantenía la erección durante toda la jornada laboral, y a veces, cuando estábamos a punto de cerrar y había poca gente, le torturaba pidiéndole que se masturbase debajo de la mesa mientras yo me aproximaba fingiendo que le ayudaba en sus tareas.
Así se me asoma la tanguita cuando estoy sentada.
—No te puedes correr aún. —le susurraba— Tienes que guardar toda tu lechita para mañana, recuérdalo.
—No puedo más, Lina, estoy a punto de correrme...
—Pero, Marco. Esto sería un desperdicio, ¿lo entiendes? —le avisaba mientras miraba más de cerca su cañón a punto de estallar— ¿Que no quieres tu preciada recompensa? ¡Imagínatelo! Yo sentada y tú de rodillas besándome y lamiéndome los pies enfundados en tus tacones favoritos...
—Por Dios, Lina, ¡voy a estallar...! ¡Por favor, deja que me corra...!
—Si te corres, no habrá más zapatos, ni tanguitas, ni premios. —le informé mientras me arrodillaba delante de su descomunal verga— Sin embargo, si aguantas hasta mañana, puede que tengas tu galardón y, ¡quién sabe! ¡Quizá algo más!
Estaba desquiciado. Sorprendentemente, fue capaz de dejar de sacudírsela. Su enorme tronco palpitante, a pocos centímetros de mi cara, estaba hinchadísimo y tan brillante como si lo hubieran barnizado. Parecía que tenía que entrar en erupción en breve. Le ordené abrocharse los pantalones.
—¡Muy bien, Marco! Nos vemos mañana.
Agachada en la oficina, esta vez con los zapatos transparentes y una tanga de pedrería.
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Lechita en los tacones
Short StoryLina llega pisando fuerte a la oficina. Viste unos tremendos taconazos de stripper transparentes de dieciséis centímetros y se le ve toda la tanga; y esa tanga de pedrería es para lucirla, todo sea dicho. Sus zapatos hacen ruido. Todo el mundo se v...